Al llegar a la esquina se detienen. David descubre en la banqueta un cigarro a medio consumir. Lo levanta y lo guarda con sigilo en su chamarra. Al percibir el gesto reprobatorio de su compañero, se explica:
David: Desde la época en que estuve sin trabajo, se me quedó la costumbre de levantar colillas para tener qué fumar.
Lorenzo: A mí nunca me llamó la atención el cigarro. Me han dicho que es muy difícil dejarlo.
David: Bastante, y más cuando estabas impuesto a fumarte dos cajetillas diarias, como yo. Era de los que encienden un cigarro con otro, por eso en la fábrica me apodaban El Chacuaco. (Levanta el índice derecho.) Ahora se ve normal, pero llegué a tenerlo amarillo, por la nicotina.
Lorenzo: ¿Y cómo le hiciste para dejarlo?
David: Fue de golpe, una mañana en que Rosa me dijo: No tienes para comprarle pan a tus hijos, pero qué tal para tu maldito vicio
. Comprendí que mi esposa estaba en lo cierto, y en ese momento me fumé mi último cigarro. Para que Rosa no creyera que lo dejaba por ella, le inventé que había hecho manda de no fumar en un año.
Lorenzo: ¿Y de veras te aventaste todo ese tiempo sin acercarte a los cigarros?
David: Descontando los que gorreaba o los que recogía en la calle, sí. Creo que la Virgen me lo tomó en cuenta, porque al poco tiempo encontré chamba en La Casa de Todos.
II
Lorenzo: ¿Cómo es?
David: ¿La Casa? Amplia, pero muy fría, por eso te dije que te vinieras abrigado.
Lorenzo: Me refería al trabajo.
David: Como cualquiera que sea de mantenimiento. Lo difícil es el trato. Menos borrachos y drogadictos, se acepta toda clase de gente, hasta loquitos. Son los menos cargados, pero aburren con sus historias. El más latoso se llama Severiano. Un pelirrojo grandote. Ya lo vas a ver.
Lorenzo: ¿Y qué onda con él?
David: Friega de un hilo y siempre con lo mismo. No le hagas mucha plática, porque si no para que te lo quites de encima va a estar en chino. A mí nadie me lo advirtió. La mañana en que llegué a La Casa de Todos, Severiano se me acercó para quejarse porque, después de 11 horas de estar en la calle tratando de vender sus cedazos, había vuelto a su casa sin haberse ganado ni un solo centavo. Creí que el problema era del día anterior, pero Márquez, mi compañero de trabajo, me explicó que Severiano llevaba años contándole lo mismo. Entonces me di cuenta que el pelirrojo no estaba en sus cabales. Cuando me preguntó si alguna vez me había sucedido algo tan horrible –no poder ganarme ni un solo centavo en todo un día–, le seguí la corriente.
Lorenzo: ¿Y qué respondiste?
David: La verdad: que no. Se puso a llorar y me dijo que a él sí, muchas veces, hasta que por vergüenza decidió alejarse para siempre de su familia.
Lorenzo: A lo mejor ellos siguen buscándolo.
David: Puede ser, pero no lo creo. Han pasado años. Quizás hasta lo den por muerto.
Lorenzo: ¿Severiano vive en La Casa?
David: No. De los que asisten, ninguno puede quedarse allí. Tienen derecho a desayunar o a comer, pero luego deben irse.
Lorenzo: ¿Adónde?
David: Algunos al lado de su familia. Sabemos que la tienen, porque nada más se toman el café con leche. El pan lo guardan y se lo llevan para dárselos a sus esposas o a sus hijos. Otros alquilan cuartos de azotea. Severiano vive en uno. Sale en la madrugada a recoger cartones y más tarde se presenta en La Casa de Todos. Desayuna y vuelve a pepenar. A las dos regresa. Es el que más se tarda en comer, porque se pasa todo el tiempo hablando. Nada más los recién llegados le hacen caso. Los otros, como ya conocen su rollo, lo tiran a loco.
Lorenzo: ¡Pobre!
David: Que no te dé lástima, porque si no, ya te dije, no te lo vas a quitar de encima con el cuento de que muchas veces se fue a dormir sin haberse ganado ni un solo centavo en todo el día.
Lorenzo: ¿Qué se sentirá?
David: ¡Horrible! Yo lo he sentido, y eso que mi situación no fue tan dura porque Rosa siempre ha trabajado. Jamás me reclamó mi desempleo, pero yo me veía como si fuera lo peor. Te juro que me pasaba las noches llorando y sin atreverme ni siquiera a acercarme a mi mujer. Llegué a pensar en separarme de Rosa. Si no lo hice fue por mis hijos.
Lorenzo: Llevaba tiempo sin verlos, pero el domingo que fui a tu casa y me los encontré, por poco me caigo. ¡Están grandísimos!
David: El Gil va a cumplir l4 y Lalo ya anda en los l2. Son buenos muchachos, pero no quieren seguir estudiando. Dicen que para qué si luego ni van a conseguir trabajo.
Lorenzo: ¿Entonces?
David: No sé. Con su madre y conmigo casi no hablan. Rosa sufre por eso. Se arrepiente de que no hayamos tenido hijas. Según ella, las niñas son menos rebeldes.
Lorenzo: Eso era antes, ya no. Te lo digo por experiencia.
David: ¿Tienes problemas con Deyanira?
Lorenzo: Bastantes. No me gustan sus amistades, y su novio, ¡menos! Cuando su madre le aconseja que se ande con cuidado y no vaya a meter la pata, le responde que no es ninguna niña y sabe muy bien lo que hace. Tiene l6 años, ¿te imaginas? (Consulta su reloj.) ¿Falta mucho para que lleguemos a La Casa de Todos?
David: No, pero si ya te cansaste podemos tomar la micro.
Lorenzo: Está bien caminar.
David: A mí me ha gustado mucho desde que hacía deporte. Según yo, iba a ser olímpico levantando pesas, y ya ves, lo único que llego a levantar son colillas de cigarro. (Toma a Lorenzo del brazo y lo jala.) ¡Cuidado! Esa micro te pasó bien cerquita.
Lorenzo: Sería a metros.
David: La vi rozándote. O será que desde que me atropellaron me volví miedoso. A veces creo que si no hubiera tenido el accidente habría llegado por lo menos a campeón nacional. Pero bueno, ya para qué lo pienso.
Lorenzo: Voy sintiendo hambre. ¿Qué te parece si nos echamos una guajolota con atole de fresa? Como a dos cuadras siempre se pone un puesto.
David: No podemos tardarnos, ya van a dar las ocho.
Lorenzo: Falta media hora, hay tiempo.
David: No la amueles: será tu primer día de trabajo y no puedes llegar tarde.
Lorenzo: Bueno, entonces pedimos las guajolotas y nos las vamos comiendo en el camino.
David: Como si fuéramos chamacos que van a la escuela y no pueden esperarse hasta la hora del recreo para comerse su torta.
III
Lorenzo: Por ir tan rápido, ya me manché de atole.
David: No se nota.
Lorenzo: Eso decía a mi madre cuando me llevaba a la primaria y veía mi uniforme sucio. No te preocupes, al fin que ni se nota.
Siempre salíamos de la casa a estas horas: 20 para las ocho. En todo el camino ella me hablaba como si yo fuera un hombre de 50 años. Entiendo que la pobre quería desahogarse con alguien, pero creo que hizo mal describiéndome con tanta franqueza sus broncas con mi papá. Él era muy violento. Un día que fuimos al mercado, un viejo que llevaba un costal sobre la espalda se tropezó con mi padre y él se le fue encima a golpes. Mi mamá le pidió que no le pegara a un anciano, pero él no le hizo caso. Se armó un escándalo, todos nos veían. Nunca olvidaré a una señora que me dijo: Pobre niño. Qué recuerdo tan feo vas a guardar.
(Tose para esconder su emoción.) Mira: aquella es La Casa de Todos, y el que acaba de dar la vuelta en la esquina es Severiano. Ya me vio. Salúdalo, pero no le hagas plática porque si no, va a ponerse a contarte su historia.
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