6/26/2012

¿Sirve de algo el voto nulo?

 Josè Antonio Crespo
 

Pese a no haber en esta ocasión un movimiento anulista como el de 2009, hay muchos ciudadanos que no saben qué hacer con su voto. No tienen candidato favorito y ni siquiera les queda claro cuál de ellos sería el menos peor. Todos les parecen fatales, así sea por razones distintas. Evidentemente, quién gane o deje de ganar les parece irrelevante. De no ser así, ni siquiera se plantearían abstenerse o anular el voto. Se dice que el voto nulo no sirve de nada, que es tirarlo a la basura. ¿Sirvió de algo en 2009? Pues sí, ya que generó suficiente presión a los partidos para una reforma política, aunque ésta haya resultado más delgada que la aprobada originalmente en el Senado. Por otro lado, los partidos no han querido plantear la posibilidad de regular el voto nulo como un derecho ciudadano, y que tenga algún efecto jurídico como ocurre en varios países democráticos. Sin embargo, el derecho de anular el sufragio está contemplado (contrariamente a lo sugerido en 2009 por el IFE, cuando tomó partido por los partidos), al contener en la boleta la posibilidad de emitir un voto de protesta a través de un espacio para candidatos no registrados, a sabiendas de que será anulado. Pero el voto nulo tiene poco alcance jurídico. Circula la versión de que una determinada proporción de voto nulo (25%) llevaría a la anulación de la elección. No es así. El voto nulo no es causal de nulidad. Tampoco se traduce en menor financiamiento a los partidos. Eso ocurre en otras democracias, pero no aquí. Su único efecto jurídico es que amplía la base de votos emitidos sobre la cual se calcula el porcentaje requerido para mantener el registro de los partidos (2%). Es decir, si los abstencionistas potenciales decidieran mejor anular su voto, se elevaría significativamente la probabilidad de que los partidos pequeños perdieran su registro. No es poca cosa, considerando que esos partidos son en realidad estupendos negocios para las familias o personajes que los controlan. Pregunto a los abstencionistas potenciales, a los que no les convence ningún candidato, ¿no les gustaría que uno o varios de esos partidos-negocio perdieran su registro, y que el país se ahorrara esos recursos, que no son pocos? ¿No valdría la pena por tanto ir a la urna y anular el voto en lugar de quedarse en casa?

Desde luego, me parece que la democracia electoral implica la libertad de votar por el candidato que se quiera, pero también la de anular el voto. Al no contar con revocación de mandato ni reelección consecutiva, más que una democracia representativa somos una partidocracia. Ha dicho Andrés Manuel López Obrador que el voto nulo favorece al régimen actual. Me parece, en cambio, que mientras no seamos una genuina democracia representativa, el voto efectivo (por cualquier partido) favorece la continuidad y el fortalecimiento de la partidocracia vigente, de la cual el PRD también es parte fundamental (aunque no lo quiera reconocer). El propio López Obrador se opone a la reelección consecutiva de legisladores, muy al estilo del priísmo más añejo (igual que Enrique Peña Nieto).

Por otro lado, si los partidos abusan sistemáticamente de su poder (a través de numerosos privilegios, como elevadísimos salarios y prestaciones, y un millonario financiamiento público), en buena parte es porque a través del voto les damos implícitamente permiso para ello, dado que no tenemos contrapesos suficientes para llamar a cuentas personalizadamente a gobernantes y representantes. El IFE afirma en sus spots que el voto representa el poder del ciudadano. Eso ocurre en una genuina democracia representativa, pero en una partidocracia como ésta el voto constituye el poder de la clase política, pues la legitima sin contar con mecanismos para penalizarla eficazmente.

Sin embargo, quienes anulen su voto en esta elección seguramente lo harán menos por tales consideraciones, que simplemente porque no quieren dar su respaldo a ninguno de los candidatos. Si ningún abanderado presidencial nos convence plenamente, nada más falta que tengamos la obligación de votar por alguno de ellos. Si los ciudadanos de a pie no tuvimos posibilidad siquiera de participar en la elección de los candidatos, si nadie nos preguntó y simplemente los partidos nos presentaron a quienes finalmente eligieron (con buenas o malas artes), claro que tenemos la opción de anular el voto, cuando ninguno nos resulta mínimamente convincente. Aunque no tenga grandes efectos jurídicos, el voto nulo es una cuestión de conciencia.

 cres5501@hotmail.com
Facebook José Antonio Crespo Mendoza
Investigador del CIDE

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