Pese
a no haber en esta ocasión un movimiento anulista como el de 2009, hay
muchos ciudadanos que no saben qué hacer con su voto. No tienen
candidato favorito y ni siquiera les queda claro cuál de ellos sería el
menos peor. Todos les parecen fatales, así sea por razones distintas.
Evidentemente, quién gane o deje de ganar les parece irrelevante. De no
ser así, ni siquiera se plantearían abstenerse o anular el voto. Se dice
que el voto nulo no sirve de nada, que es tirarlo a la basura. ¿Sirvió
de algo en 2009? Pues sí, ya que generó suficiente presión a los
partidos para una reforma política, aunque ésta haya resultado más
delgada que la aprobada originalmente en el Senado. Por otro lado, los
partidos no han querido plantear la posibilidad de regular el voto nulo
como un derecho ciudadano, y que tenga algún efecto jurídico como ocurre
en varios países democráticos. Sin embargo, el derecho de anular el
sufragio está contemplado (contrariamente a lo sugerido en 2009 por el
IFE, cuando tomó partido por los partidos), al contener en la boleta la
posibilidad de emitir un voto de protesta a través de un espacio para
candidatos no registrados, a sabiendas de que será anulado. Pero el voto
nulo tiene poco alcance jurídico. Circula la versión de que una
determinada proporción de voto nulo (25%) llevaría a la anulación de la
elección. No es así. El voto nulo no es causal de nulidad. Tampoco se
traduce en menor financiamiento a los partidos. Eso ocurre en otras
democracias, pero no aquí. Su único efecto jurídico es que amplía la
base de votos emitidos sobre la cual se calcula el porcentaje requerido
para mantener el registro de los partidos (2%). Es decir, si los
abstencionistas potenciales decidieran mejor anular su voto, se elevaría
significativamente la probabilidad de que los partidos pequeños
perdieran su registro. No es poca cosa, considerando que esos partidos
son en realidad estupendos negocios para las familias o personajes que
los controlan. Pregunto a los abstencionistas potenciales, a los que no
les convence ningún candidato, ¿no les gustaría que uno o varios de esos
partidos-negocio perdieran su registro, y que el país se ahorrara esos
recursos, que no son pocos? ¿No valdría la pena por tanto ir a la urna y
anular el voto en lugar de quedarse en casa?
Desde
luego, me parece que la democracia electoral implica la libertad de
votar por el candidato que se quiera, pero también la de anular el voto.
Al no contar con revocación de mandato ni reelección consecutiva, más
que una democracia representativa somos una partidocracia. Ha dicho
Andrés Manuel López Obrador que el voto nulo favorece al régimen actual.
Me parece, en cambio, que mientras no seamos una genuina democracia
representativa, el voto efectivo (por cualquier partido) favorece la
continuidad y el fortalecimiento de la partidocracia vigente, de la cual
el PRD también es parte fundamental (aunque no lo quiera reconocer). El
propio López Obrador se opone a la reelección consecutiva de
legisladores, muy al estilo del priísmo más añejo (igual que Enrique
Peña Nieto).
Por
otro lado, si los partidos abusan sistemáticamente de su poder (a
través de numerosos privilegios, como elevadísimos salarios y
prestaciones, y un millonario financiamiento público), en buena parte es
porque a través del voto les damos implícitamente permiso para ello,
dado que no tenemos contrapesos suficientes para llamar a cuentas
personalizadamente a gobernantes y representantes. El IFE afirma en sus
spots que el voto representa el poder del ciudadano. Eso ocurre en una
genuina democracia representativa, pero en una partidocracia como ésta
el voto constituye el poder de la clase política, pues la legitima sin
contar con mecanismos para penalizarla eficazmente.
Sin
embargo, quienes anulen su voto en esta elección seguramente lo harán
menos por tales consideraciones, que simplemente porque no quieren dar
su respaldo a ninguno de los candidatos. Si ningún abanderado
presidencial nos convence plenamente, nada más falta que tengamos la
obligación de votar por alguno de ellos. Si los ciudadanos de a pie no
tuvimos posibilidad siquiera de participar en la elección de los
candidatos, si nadie nos preguntó y simplemente los partidos nos
presentaron a quienes finalmente eligieron (con buenas o malas artes),
claro que tenemos la opción de anular el voto, cuando ninguno nos
resulta mínimamente convincente. Aunque no tenga grandes efectos
jurídicos, el voto nulo es una cuestión de conciencia.
cres5501@hotmail.com
Facebook José Antonio Crespo Mendoza
Investigador del CIDE
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