Acabo
de concluir un trabajo para la Revista de Derecho Electoral editada por
la Universidad Nacional, cuyo propósito es destacar la relevancia de
los acuerdos alcanzados en 1994 y el papel que en ellos jugó el entonces
secretario de Gobernación, doctor Jorge Carpizo. Ello me obligó a
revisar en retrospectiva las reformas electorales ocurridas en nuestro
país durante los últimos decenios.
Identificamos
como las más significativas las de 1978, 1994 y 1996, que —con
intenciones diversas— abrieron el camino del pluralismo político aunque
ninguna de ellas haya logrado consolidar el sufragio efectivo. La
reforma que analizamos —1994— tenía como finalidad expresa el cambio de
régimen político, tanto que en sus inicios la llamamos “los pactos de La
Moncloa mexicanos”.
Iniciados
los diálogos en el mes de enero, como respuesta al levantamiento
zapatista en Chiapas, estuvo enmarcada por una oleada mundial de
transiciones previas: el fin de las dictaduras de Sudamérica, la
pacificación de Centroamérica y la implosión de la Unión Soviética y
Europa oriental. La cercanía de los comicios nos constriñó al campo
electoral, pero dejamos planteada una agenda cabal para la reforma del
Estado.
Entre
los numerosos acuerdos a que llegamos destaco la ciudadanización del
Instituto Federal Electoral, cuya independencia fue notable durante
algunos años, la creación de la fiscalía especial para delitos
electorales y sobre todo las limitaciones que logramos establecer a la
incidencia del gobierno en el proceso. Avanzamos en la remoción de
funcionarios electorales pero alcanzamos muy poco en la apertura de los
medios de comunicación y no tuvimos consenso pleno sobre la validez del
padrón.
Reconocimos
no obstante la legalidad de la elección, aunque el propio beneficiario,
Ernesto Zedillo, admitió que el proceso no había sido equitativo. Ello
condujo a una serie inacabada de reformas que han perfeccionado el marco
jurídico, pero no han resuelto los problemas centrales que coartan la
voluntad popular, como el monto desorbitado de los gastos de campaña, el
favoritismo de los grandes medios de comunicación o la intromisión
reincidente de los gobiernos y los poderes fácticos en las elecciones.
La ley no ha derrotado a la tenacidad fraudulenta.
Bastaría
una lectura rigurosa del dictamen del Tribunal Electoral del Poder
Judicial de la Federación en el 2006 para demostrar las formas en las
que actualmente puede violentarse impunemente la voluntad ciudadana y
que la reforma electoral del año siguiente no acertó a resolver. La
negativa de la autoridad jurisdiccional a considerar esas conductas —que
ella misma corrobora— como causa de nulidad deja al pueblo en estado de
indefensión.
Existe
una correlación entre las condiciones de pobreza extrema, el incremento
del desempleo, la expansión de comportamientos delictivos, el acceso
insuficiente a la educación y la manipulación informativa por una parte y
por otra la recurrencia y creciente sofisticación de las modalidades de
compra y de coacción del voto. Las bajas condiciones objetivas para el
ejercicio de la democracia que sólo pueden ser subsanadas por la
conjunción de una gran movilización de las conciencias y la honestidad
de las autoridades responsables.
Son
innumerables las actuales violaciones contra la legalidad electoral,
fundamentalmente exceso de boletas, bodegas gubernamentales con
despensas, consabidas entregas de enseres y materiales de construcción,
boletas marcadas con anticipación, tarjetas de débito a cambio del voto,
sin contar con los arreglos denunciados entre televisoras comerciales y
candidatos, así como la abierta parcialidad de la gran mayoría de los
gobiernos estatales.
Para
culminar, la operación Ágora, orquestada por el SNTE. Nada menos que la
captación de 5 millones de votantes, incluyendo el “acarreo” a las
urnas de 3 millones y medio a las urnas, a través de un ejército de 27
mil 473 activistas y con un costo de 151 millones de pesos. Equivale a
“ver la película antes de que sea exhibida”, dijo el denunciante.
Frente
al fraude prefabricado queda el recurso al heroísmo civil: la suma
consciente, decidida y pacífica de voluntades que derroten los
operativos montados. Una nueva hazaña por la libertad.
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