Estas
líneas están dedicadas a quien todavía navega con angustia por el
afluente de la indecisión. De ayer en una semana ya habremos ido a las
urnas para expresar nuestra voluntad y, sin embargo, a pocos días la
hesitación todavía corroe a más de una respetable y respetada
conciencia.
Los
hay que ya decidieron pero, por prudencia, darán una última revisión a
sus conclusiones; no vaya a ser que por falta de acuciosidad pasen seis
años de culposo arrepentimiento.
Ambos
suman una cantidad de personas tal que, por su voluntad, puede terminar
resolviéndose la contienda. Si se inclinan asimétricamente hacia uno u
otro lado serán quienes cierren por la espalda la banda del próximo o
próxima presidente de la república.
Nunca como en los procesos electorales un indeciso tiene tanto poder en sus manos.
Me
atrevo a especular que, quienes ya optaron (8 de cada 10 electores que
irán a las urnas), han anclado su voto en consideraciones económicas. No
me refiero a los militantes de partido ni al llamado voto duro que
suele cruzar las boletas instintivamente por el mismo partido. Esos son
los menos.
Hago
mención del grueso que ya sabe dónde pondrá la cruz de su preferencia y
que no es votante duro de nadie. Son quienes ya sedimentaron su
decisión por argumentos recogidos durante la contienda. ¿Qué argumentos?
Muy probablemente razones económicas. Reza el refrán: ¡es la economía, estúpido! Y en efecto, lo será así para la mayoría.
Quienes
andan dolidos por la desigualdad, el abuso, la corrupción, el robo y la
depredación de las instituciones, ya tendrán lista en su bolsillo una
apuesta para respaldar al más revolucionario.
Por
el otro lado se hallan quienes prefieren conservar lo que poseen a
tomar riesgos que luego les dejen en peor circunstancia. Se trata de la
llamada clase media (cualquier cosa que esto quiera decir) que, con
todo, ha logrado una cierta estabilidad, digna de defenderse en las
urnas. Estos electores cuentan con dos opciones y probablemente
terminarán tachando la boleta en función de quien más posibilidades
tenga, entre ambas, de llegar a la Presidencia.
Ahora
bien, hay otro grupo —las y los indecisos— que no todo lo miden en
términos económicos. Son los que toman en consideración algo más que el
interés inmediato o los beneficios monetarios ofertados. Me atrevo a
afirmar que esta parte del electorado participa de una conciencia
distinta, marcada por la convicción de que su boleta en esta ocasión
llevará consecuencias que irán más allá de elegir al próximo jefe o jefa
del Estado mexicano.
Buen
número de los independientes saben que su participación el próximo
domingo, además de influir en la conformación del siguiente gobierno,
modelará la calidad de la democracia que todavía no termina por
definirse en nuestro país.
Parafraseando el refrán anterior asumen que también ¡son las libertades, estúpido!
Tan
relevante es este tema que dos de los tres candidatos punteros han
estado haciendo campaña de última hora justo para reaccionar a esta
preocupación. Por razones distintas, Enrique Peña Nieto, Andrés Manuel
López Obrador y Josefina Vázquez Mota han sido señalados como
autoritarios. El primero porque su partido, y él mismo, despreciaron en
el pasado varias de las libertades fundamentales; el segundo porque ha
desconfiado secularmente de las instituciones que proveen la libertad y;
la tercera, porque va montada en un partido que, durante el último
sexenio, no se tentó la moral a la hora de violar garantías, so pretexto
de la política de seguridad.
La
ventaja con las tres opciones es que cada una ha ejercido ya gobierno
y, por tanto, más allá de su reciente discurso, existe evidencia
suficiente sobre su verdadero compromiso con ese bien, tan frágil y a la
vez tan esencial.
La
libertad de expresión, de conciencia, de información, de organización;
las libertades que se aseguran gracias a una eficaz política educativa o
de salud; la libertad que en las calles se respira porque se respetan
los derechos humanos y, al mismo tiempo, porque se provee de seguridad y
justicia; en fin, la libertad que sólo es posible en democracia es y
será tema a considerar el próximo domingo.
Más
de uno se estará preguntando, con razón, ¿cuál de los aspirantes
garantizaría mejor la ampliación del arco de libertades que tenemos los
mexicanos? La elección no es fácil y por eso tanto indeciso. Librado a
la responsabilidad de uno mismo, toca a cada individuo responder a esta
interrogante.
@ricardomraphael
Analista político
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