Editorial La Jornada
De
acuerdo con un análisis del Instituto Nacional de Estadística y
Geografía (Inegi), al término de la primera década de este siglo la
mayoría de la población del país (59.1 por ciento) se ubicó en un
estrato social bajo; en contraste, sólo 1.7 por ciento de los
habitantes formaba parte de la
clase alta. Aunque el objetivo del estudio es, de acuerdo con el propio Inegi, ponderar el avance de la clase media –sector que representa, dice, 39.2 por ciento de los mexicanos–, los resultados comentados demuestran la profunda inequidad que prevalece en la estructura social del país, en la que por cada persona perteneciente a los estratos sociales altos hay una cincuentena de integrantes de la
clase baja.
Este retroceso, iniciado en el país entre los sexenios de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas, se profundizó durante las dos administraciones federales panistas, caracterizadas por el estancamiento económico, el déficit de empleo, de educación, el incremento de la pobreza y la insalubridad y la consecuente colocación de la mayoría de la población ante la perspectiva desesperanzadora del estancamiento y el deterioro de sus condiciones de vida. Para colmo, la exasperación generada ante la falta de posibilidades de mejora para la situaciones de pobreza personal y familiar se han comenzado a traducir en escenarios de ingobernabilidad, pérdida de estabilidad política, seguridad pública y paz social.
Es
inevitable contrastar la circunstancia nacional presente con la que se
vive actualmente en Brasil, país en el que las administraciones de Luis
Inazio Lula da Silva y Dilma Rousseff han logrado la creación de unos
17 millones de empleos en los 10 años pasados, y han conseguido, con
ello, que en ese periodo más de 30 millones de habitantes pasen de la
pobreza a la clase media baja.
Para que nuestro país pueda aspirar a una superación similar de los rezagos en su estructura social es necesario concretar un viraje en la conducción económica, lo que necesariamente incluye, entre otros componentes, una reforma financiera que acote los abusos de las entidades privadas, y de una reforma hacendaria justa y redistributiva que ponga fin a la actual política fiscal de castigo a la pobreza y de exenciones y privilegios para la riqueza.
Por la salud económica del país, es pertinente y necesario sacar el tránsito de los pobres a las clases medias. Ello no podrá lograrse sino a través de la aplicación de mecanismos que restituyan al Estado las capacidades que ha perdido en tanto impulsor del desarrollo económico y la redistribución del ingreso, y que lo obliguen a cumplir con sus potestades constitucionales.
Para que nuestro país pueda aspirar a una superación similar de los rezagos en su estructura social es necesario concretar un viraje en la conducción económica, lo que necesariamente incluye, entre otros componentes, una reforma financiera que acote los abusos de las entidades privadas, y de una reforma hacendaria justa y redistributiva que ponga fin a la actual política fiscal de castigo a la pobreza y de exenciones y privilegios para la riqueza.
Por la salud económica del país, es pertinente y necesario sacar el tránsito de los pobres a las clases medias. Ello no podrá lograrse sino a través de la aplicación de mecanismos que restituyan al Estado las capacidades que ha perdido en tanto impulsor del desarrollo económico y la redistribución del ingreso, y que lo obliguen a cumplir con sus potestades constitucionales.
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