José Gil Olmos
Alfredo Castillo le da la bienvenida a Peña en el aeropuerto de Michoacán. Foto: Presidencia |
MÉXICO,
D.F. (apro).- Todos los políticos tienen pies de barro, unos más
compactos, otros porosos y flojos, y muchos más hechos de lodo. Tarde o
temprano estos personajes que viven del erario público muestran sus
debilidades y las exponen en los momentos más críticos. Tal es el caso
de Alfredo Castillo, comisionado presidencial para resolver el
conflicto del crimen organizado en Michoacán.
Amigo del presidente Enrique Peña Nieto, a quien sirvió como
procurador en el Estado de México y después en la Procuraduría del
Consumidor, Castillo llegó a Michoacán no en calidad de comisionado,
sino de virrey, pues pasando por encima de la Constitución local y de
todos los poderes se impuso para establecer un poder alterno y así
negociar con los grupos locales –incluidos los del narcotráfico– para
pacificar la entidad.
En mayo, con la domesticación de las autodefensas y la posterior
detención de José Manuel Mireles, quien se negó a seguir las órdenes de
convertirse en fuerza rural, Castillo quiso aparentar que había logrado
lo imposible: derrotar también a los Caballeros Templarios y comenzar a
construir una salida viable para terminar con el crimen organizado en
cualquier entidad.
Pronto la supuesta victoria de Castillo y de Peña Nieto en
Michoacán comenzó a desmoronarse. Siguieron las extorsiones, el
narcotráfico, las ejecuciones y los negocios ilícitos con las mineras
de China. El nombre del crimen organizado cambio de Templarios a
Viagras, estos últimos los favorecidos por el comisionado.
Los índices de violencia respecto del año pasado incluso
aumentaron, principalmente en homicidios dolosos, robos a mano armada y
secuestros. La producción, comercialización y transporte de drogas
–cocaína, heroína, mariguana y sintéticas– se ha mantenido, pues hasta
el momento no se ha dado ningún decomiso importante.
A final de año era evidente el fracaso de la encomienda
presidencial de Peña Nieto a Castillo, que en lugar de hacer un trabajo
de limpieza acordó con los grupos locales del crimen organizado y
permitió el ingreso de extemplarios a las fuerzas rurales, para que se
posicionaran como los nuevos jefes de la plaza.
Esto fue lo que ocurrió el pasado martes 16 en el poblado La Ruana,
en la región de Tierra Caliente. Ese día se enfrentaron los grupos de
José Antonio Torres El Americano y de Hipólito Mora. El saldo fue de 11
muertos. No se trataba de una disputa personal, como dijo Castillo,
tampoco de un hecho aislado, sino de la muestra más clara de la
permanente descomposición en Michoacán y la inservible presencia del
enviado presidencial.
Castillo ha mostrado la fragilidad de su quehacer, la debilidad de los pies de barro que lo sostienen y el fracaso de su tarea.
Posiblemente el gobierno de Peña lo va a mantener para que organice las
elecciones locales y el PRI mantenga el estado. Pero esta última misión
también podría fracasar si es que, como se prevé, la violencia sigue
cobrando víctimas en Michoacán, las condiciones de paz social no se
establecen y el crimen organizado continúa con su poder de gobierno.
Twitter: @GilOlmos
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