Periódico Diagonal
Montserrat Casado cuenta su experiencia como educadora afectivo-sexual con mujeres de zona rural. |
Soy
desde hace ya 30 años educadora afectivo sexual de mujeres en el mundo
rural, a veces viejitas y también jovencitas. Ahora llevo varios años
de cuidadora de la 'mía mamma'- y sin comentarios, lo llevo fatal. El
trabajó voló, dejó de ser interesante para el Ayuntamiento trabajar la
educación sexual como prevención de violencia y para alcanzar la
igualdad, aunque para lo que me dejaban hacer, tallercitos de tres
y cuatro horas... Bueno, el voluntariado sigo haciéndolo y es muy
gratificante informar y mimar a mis “chicas doloridas” que digo yo.
El
jueves me encontré con Mounia en el parque; ella me abraza con fuerza y
después me besa tres, cuatro veces; me toca la cara, sonríe y me
pregunta, “¿Conoces trabajo?, sólo tengo una casa, es poco...”. Lleva
un carrito con su bebé junto a su otro hijo de cinco o seis años. Es una de mis chicas doloridas del último taller que dedicamos íntegro a hablar de nuestra salud/higiene genital/sexual;
quince o veinte horas hablando de un tema que parece que en poco tiempo
se resuelve y sin embargo ¡cuánto da de sí!. A veces comento que pasaré
a la historia no como educadora de la sexualidad y de la afectividad,
más bien como aquella que enseñaba a lavarse el culete, ¡jaja!
Mis talleres siempre han estado rodeados de mujeres de pueblo, mujeres afectadas y doloridas por este sistema patriarcal.
Ellas no utilizan este lenguaje, claro está, ni lo comprenden,
evidentemente, y a mí me califican enseguida de feminista, como un
regaño o una queja.
He ido aprendiendo de ellas a descubrir mis
dolencias, a destapar mis cicatrices, a reconocer mis contradicciones,
¡nos parecemos tanto! Todavía no me dejo cuidar y ahora estoy de
cuidadora, en este proceso madre/hija que tanto me duele y me lastima.
Isabel
estaba obsesionada con sus picores, ¡qué risa pasamos! Es avivada y
charlatana. Su candidiasis la traía por la calle de la amargura; cuando
nos explicaba sus síntomas, se nos escapaba la risa cómplice de
conocerlos, ¡qué conmoción supuso la receta del yogur para las cándidas! y, de paso, cuánta información sobre los yogures.
Sé
que tengo facilidad para el encuentro, sé que la cercanía la leen en
mis pupilas y en mis dedos cuando las acaricio como una brisa, para no
hacerles daño, para no hacerles recordar otros roces.
Cerramos
un círculo que nos da sosiego y nos tomamos un café con leche y
galletas que nos acercan a la confidencia de nuestro cuerpo. Hablo
despacio, la pluralidad de las lenguas lo hace necesario y de repente
una expresión las sobresalta y las hace levantar la mirada de la taza
de café, “¿cómo?” y repito: ”vamos a quitarnos las bragas” (con una
sonrisa ingenua) y ante su perplejidad y el silencio, certifico, “es
una forma de hablar”.
Sonreímos, nos reímos. ¡Qué susto! y comenzamos.
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