El fracaso de 2014 en México pasó por los partidos políticos que vendía caro su amor, aventureros.
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Pues sí. Como quien no quiere la cosa terminó 2014 y comienza 2015.
Digamos que eso del término de un año y comienzo de otro es un corte
convencional aunque también científicamente estudiado en base a
estaciones climáticas, equinoccios y ciclos de producción, y tal y tal.
Para usos cotidianos marcan los periodos de vida, los años que hemos
vivido y la expectativa de los que siguen así como los avances: Es el
cronómetro de hechos y pendientes.
En lo individual cada uno tiene sus cargos y sus abonos por lo que
se vivió. Algunos tuvieron pérdidas; otros salieron tablas y hubo
quienes tuvieron ganancias: La feria de la vida da o quita.
En lo colectivo está más canijo. Como es el caso mexicano. Digamos
que 2014 fue un año “atípico”, aunque este es un eufemismo que quiere
ocultar que fue fatídico para muchos en el mundo, pero sobre todo para
nosotros los mexicanos al grito de guerra: Fue el año de la desgracia.
Cuando terminó 2013 las expectativas eran las de ver si habrían de
funcionar las Reformas Estructurales que promovió el presidente Enrique
Peña Nieto, así como las que se aprobarían en los días siguientes y las
leyes secundarias de todas. Era el espectáculo de si saldrían
victoriosas en el Legislativo luego de las negociaciones entre partidos
que, como si no, habían negociado tras bambalinas para ver qué ganancia
política o estructural obtendría cada uno de ellos.
La dictadura de los partidos políticos en México nunca como en 2014
mostró sus fauces. Unas fauces que pasaron de la repartición de
beneficios electorales o prebendas burocráticas hasta la apropiación de
instituciones electorales y de todo aquello en lo que pudieran estar
como gananciosos y su gente ‘más cercana’ o la que les garantizara su
preservación como instituto político que es decir, también, recursos al
por mayor, posiciones burocráticas, estructurales, toma de decisiones
en nombre de todos y dueños y señores del futuro de los mexicanos.
Los partidos políticos de México, sin ideología, se adueñaron ya de
las decisiones nacionales: firmaron pactos aun en contra de la voluntad
de sus agremiados, acordaron apoyos aun sin consultar con sus bases y
dejaron hacer y pasar en una negociación de beneficio a sus líderes…
El fracaso de 2014 en México, incluyendo la parte más horrenda, como
es la de la violencia política e incluso criminal, pasó por los
partidos políticos que vendía caro su amor, aventureros.
La democracia en México no se consolida ni se consolidará mientras
existan estos institutos que son más empresa de utilidades que de
conexión social…
Así que ni soñar en contar con una democracia limpia, transparente,
sin mácula, en la que ya no tendrían razón de ser ni el Instituto
Nacional Electoral o los Tribunales Electorales, porque los procesos
electorales estarían rechinando de limpios y se podrían organizar con
un mínimo de gasto y un mínimo de burocracia electoral.
Pero ni la cultura política, ni la costumbre democrática mucho menos
la transparencia electoral se han conseguido a pesar de que cuando
nació el IFE y los Institutos Electorales Estatales, la idea era que
construyeran la cultura democrática, se fortaleciera el sistema de
partidos y los procesos electorales fueran democráticos. Y lo tendrían
que conseguir pronto, para que los mexicanos aprendiéramos a caminar
solos, como el niño de tierna edad democrática.
Hoy este Instituto Nacional Electoral nos cuesta millonadas, nos
cuestan millonadas los tribunales; nos cuestan millonadas los procesos
políticos y va para largo el asunto porque el INE en lugar de hacerse a
un lado está más vigoroso que nunca, y no por sus resultados, sino
porque después de muchos años –en sus diferentes advocaciones- no ha
conseguido mejorar la calidad democrática ni de los mexicanos ni la de
sus instituciones y, mucho menos la delos partidos políticos que aun
dentro del INE deciden lo que es y lo que habrá de ser. Es decir: no ha
hecho la tarea.
Lo que pasa en México, y todo lo que ha pasado, más cómo pérdidas
que como ganancias, ha sido construido y destruido por los partidos
políticos de hoy, los tres grandes partidos (PRI-PAN-PRD) y sus
rémoras, que también nos cuestan un buen. Y no es asunto de militancia:
es asunto de sus líderes, impertérritos personajes siempre con la
respuesta incomprensible en la punta de la lengua y siempre con esa
mirada superaquilina del todopoderoso.
Al término de 2013 la expectativa para todos los mexicanos era la de ver hacer y dejar pasar: de güeva colectiva, digamos. El laissez faire era nuestro cotidiano…
Las tragedias de muchos, muertes de tantos, civiles muertos y
desaparecidos, migrantes dañados en su integridad, violencia en muchos
estados de la República: todo se convertía en paisaje durante la
batalla. Comenzábamos a ser cínicos.
Pero en septiembre ocurrió Ayotzinapa y todo cambió. El mundanal
ruido de la propaganda gubernamental del ‘aquí todo está bien’ y es ‘el
momento mexicano’ se derrumbó para mostrar lo que México es y ha sido
los años recientes: el México de la tragedia. Y de ahí en adelante el
panorama que hoy vemos de inestabilidad, inseguridad, fallas en la
política económica, en la justicia, en la distribución de la riqueza y
el descubrimiento de un país que, como en rompecabezas, se han perdido
piezas irreparables.
Así que las expectativas en 2013 para 2014 eran diferentes a lo que
ocurrió. Hoy la expectativa para 2015 parece terrible. El cambio de
actitud de gobierno –federal-estatal-municipal, podría contribuir a la
solución. Los partidos políticos que están deben dejar ser lo que son y
dar paso a instituciones efectivamente representativas de la diversidad
en la voluntad nacional… Y así las cosas… Ya veremos qué pasa en 2015
y, si estamos por aquí, aquí nos vemos, el año siguiente, a la misma
hora, para platicar lo que pasó.
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