Miguel Concha
Los
derechos humanos son herramientas con que las comunidades y las
personas pueden defenderse frente a los embates del Estado, que
paradójicamente debería protegerlos y garantizarlos. Muchas veces esta
situación va condicionada por los intereses de unos cuantos, quienes
reproducen el sistema de despojo y explotación. Hoy en la ciudad de
México quedan también muchos pendientes en materia de derechos
asociados sobre todo con políticas urbanas, laborales y de
participación ciudadana.
En relación con el desarrollo urbano y medioambiental, del que me
ocuparé a propósito de un caso, debo decir que existe cierto desfase
entre los intereses de un paradigma de crecimiento económico y urbano y
lo que pueblos y personas que habitan o transitan por ella requieren
para satisfacer sus necesidades mínimas. No es ajeno a nadie que hoy en
la ciudad, una de las más grandes del mundo, las violaciones a derechos
son el pan de cada día. En su texto Planeta de ciudades miseria, Mike Davis señala atinadamente que
la ameba gigante que es la ciudad de México, después de haberse tragado a Toluca, está extendiendo los seudópodos que acabarán por abarcar gran parte del México central. Continúa diciendo que esto incluirá a ciudades como Pachuca, Cuautla, Cuernavaca, Puebla e incluso Querétaro. Davis augura que toda esta fusión generará una megalópolis, que para mediados del siglo XXI contará con una población de 50 millones de habitantes, lo que según sus proyecciones representaría 40 por ciento de la población total del país.
Parece ser que a este dato habrá que agregarle la precarización de
la vida de las personas y pueblos que habitan este tipo de urbes. Y
como él pronostica, emergerían entonces grandes áreas hiperdegradadas (
slums) a causa de la concentración de recursos en determinadas
zonas, destinados sólo para algunos grupos de privilegiados. Las
violaciones a derechos sociales y medioambientales también se
incrementarán. Así, en los años venideros el gobierno de la ciudad de
México tiene aún retos más grandes, y por ello será clave que los
atienda desde ahora, sin omitir el parecer de quienes viven y dinamizan
la ciudad.
Si estos augurios del investigador estadunidense se van cumpliendo,
entonces cobra sentido aludir aquí a un caso del que tenemos
conocimiento desde hace más de un año y da cuenta de una serie de
agravios que han alterado su vida comunitaria. El pueblo de San Pedro
Mártir se ubica al sur de la ciudad, justo hacia donde apunta uno de
los tentáculos de esta mancha urbana. Desde hace décadas sus habitantes
se han caracterizado por su profundo sentido de comunidad, y su tejido
social se ha fortalecido precisamente con los intercambios que han
tenido con las causas sociales, no sólo del Distrito Federal, sino de
todo el país. El 25 de diciembre pasado se cumplió un año del desalojo
violento del Campamento Ixtliyólotl, que pobladores mantenían contra
una gasolinera ilegal instalada en el pueblo. Un proyecto urbano
impuesto sin consulta y sin que las autoridades hayan escuchado las
opiniones de la comunidad.
En ese entonces, cientos de granaderos
destruyeron el campamento con un operativo desproporcionado. Por más de
12 horas encapsularon a un grupo de 30 personas, en su mayoría mujeres
y adultos mayores, quienes fueron agredidos física y verbalmente. Ante
la indolencia y complicidad de las autoridades, y teniendo como
respuesta el uso en su contra de la fuerza policial, los vecinos se
vieron obligados a asumir la defensa legal contra la gasolinera. En
2011 se inició un juicio ante la primera sala ordinaria del Tribunal de
lo Contencioso Administrativo (TCA) del Distrito Federal, el cual
decretó las nulidades del certificado de zonificación, las
autorizaciones de impacto ambiental y urbano y la licencia de
construcción. De los detalles de este proceso judicial me ocupé en
pasados artículos ( La Jornada, 13/04/2013 y 01/02/2014).
Pues bien, de todo este proceso se cuenta ahora con una tercera
sentencia, con la que lamentablemente los argumentos de la sala
superior volvieron a favorecer a la empresa encargada de administrar la
gasolinera, CorpoGas, justificando que todo es
legaly dando por cumplida una orden anterior de ir al fondo del asunto.
Ante
ello, y para destruir los argumentos de la sala superior del TCA, que
dio como válidos los documentos ya impugnados, los vecinos
interpusieron un nuevo amparo en el 15 tribunal colegiado. Los
habitantes del pueblo han demostrado que no están dispuestos a permitir
que intereses privados, en contubernio con magistrados del TCA, y las
autoridades del gobierno del Distrito Federal pasen por encima de sus
derechos ni burlen con impunidad las leyes ambientales y el
ordenamiento territorial vigentes en la capital. Esta comunidad ha
demostrado que permisos arbitrarios e ilegales como los otorgados no se
expiden por error ni por obra de la casualidad. Además, hasta hoy no se
ha iniciado ninguna investigación de responsabilidad de los servidores
públicos que participaron en su expedición, como corresponde cuando un
servidor público actúa fuera del marco de la ley. El 21 de julio de
este año los habitantes expusieron sus demandas al jefe de Gobierno y
al presidente de la Comisión de Gobierno de la Asamblea Legislativa,
quienes hasta la fecha no han cumplido con su obligación de dar
respuesta oportuna a los ciudadanos demandantes.
A un año del desalojo violento, los vecinos continúan con su lucha
social organizada y pacífica y con el proceso jurídico. Tan es así que
el 23 de diciembre realizaron una protesta para seguir informando sobre
la ilegalidad y el peligro de mantener dicha gasolinera. Allí mismo
denunciaron la represión, corrupción e impunidad por parte de las
autoridades del GDF y la delegación Tlalpan. El pueblo sigue indignado
y lo seguirá mientras no haya respuesta efectiva de las autoridades.
Casos como éste dan cuenta de los problemas estructurales que corroen
las instituciones en las grandes ciudades y dejan ver cómo, aun en
medio de protestas, los proyectos urbanos se imponen con violencia y
descrédito. La ciudad de México ahora tiene una deuda más con el pueblo
de San Pedro Mártir: resarcir el daño.
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