“Ofrecer, es desear”: Claude Lévi Strauss.
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“Todas
las sociedades parecieran penetradas por la convicción de que vale más
adquirir para otro, que para sí, como si se le agregara al objeto un
valor suplementario por el sólo hecho de que uno lo ha ofrecido o
recibido como regalo… los indígenas maoríes de Nueva Zelanda, fundaron
una teoría sobre esta constatación: Según ellos, una forma mágica que
llamaron hau, se introducía en el regalo y vinculaba por siempre a
quien recibía y a quien donaba… Acostumbrándose en un cierto periodo
del año a recibir de otro, bienes cuyo valor es con frecuencia
simbólico, los miembros del grupo social hacen manifiesta a sus ojos la
esencia misma de la vida colectiva, que consiste, como el intercambio
de regalos, en una interdependencia libremente consentida”, Claude Lévi
Strauss.
El regalo y sus significados secretos
¿Quién no recuerda el regalo preferido de su infancia? ¿Y de su
adolescencia? ¿Y de la edad adulta? Hay regalos que son objetos
materiales, hay cantidad de regalos, quizá los más, que no son
tangibles. La otra noche me dio por hacer una lista. En principio,
pensaba en objetos: La casita de muñecas a los ocho o nueve años, con
mueblecitos, cuadros, chimenea, personajes. Un muñeco bebé con
toallitas y bañera. Mi bicicleta. El diario de Ana Frank. El
regalo es un acto de cariño y de cuidado. Es un hecho –además- que los
“objetos”, suelen representar bastante más que lo que son. Evidentísimo
cuando se trata de un libro.
Me imagino que las/los muñecas/os me parecían el colmo del amor y la
felicidad durante mi infancia, porque ahora los colecciono. Me detengo
en todas las ventas de garage, las tiendas de segunda mano. A esos
objetos tan delicados y bonitos, mis hijos (tres varones) los llaman:
“Los chukis de mamá”. “Oh, una nueva Chuki, ésta es más terrorífica que
la anterior”. Ya es todo un juego familiar. Pero, ¿qué coloca una/o
alrededor suyo, sino aquello que le ofrece una sensación de bienestar,
de seguridad, de belleza? Cada quien tiene sus objetos fetiches que le
otorgan certidumbre. ¿A poco no?
Si no es una “colección” consciente, basta mirar cada objeto que
guardamos, para descubrir: ¿Qué necesitamos? ¿Qué andamos buscando?
¿Qué significan esos objetos? ¿Comenzaron alguna vez como un regalo?
¿Quién nos ofreció ese regalo?
Vengo de Tabasco, también colecciono areneritos con arena de
distintos mares. Cuando me fui a vivir fuera de México, en el
aeropuerto, al momento de despedirnos, mi papá sacó de la bolsa una
botellita llena de arena de nuestra playa. Nuestra playa se llama
Miramar. “Guárdala contigo”. Y vaya que las he guardado: La botellita,
la memoria y la arena. Así vamos, ofreciendo y recibiendo objetos
materiales y simbólicos. Los otros regalos, los intangibles, están allí
todos los días. Y una/o los agradece todos los días. Van desde lo
minúsculo hasta lo enorme en la relación cotidiana con nuestras/os
otras/os más significativos, y con todas/os esas/os otras/os a los que
conocemos poco o nada, pero con quienes nuestras vidas se entrecruzan a
lo largo del día.
La amabilidad, cuando se da, es un regalo. Es un regalo todo aquello
que ordena y suaviza la cotidianidad, lo que la ilumina. Todo lo que
nos permite aprender y cuestionarnos, lo que nos llena de energía, lo
que nos ofrece esperanza. Lo que nos hace sentir que pertenecemos –y
qué suerte- a nuestra comunidad de elección, y que pertenecemos a una
comunidad bastante más vasta que puede transformarse, que ya aguantó
demasiados abusos, que ya no tolera más ni las desapariciones forzadas,
ni los asesinatos impunes, ni los abismos que separan a unas clases
sociales de las otras. Ni la corrupción. Ni las puestas en escena que
privilegian a algunos y nos sumen a la mayoría en el desasosiego.
Es un regalo todo aquello que nos hace sentir vivos, pensantes, que
nos permite imaginar un país más justo y nos lleva entonces a decir:
¡Ya basta! Es un regalo pensar que estamos dispuestos a transformar el
desamparo, en nuestra unión y nuestra fuerza. Así de millones de
personas a como somos.
Los regalos tangibles en las fiestas de fin de año
Para quienes celebramos la navidad por motivos religiosos o porque
conservamos una tradición familiar o por las dos razones, el
intercambio de regalos-objetos es un dato duro de las celebraciones.
Con todo lo que regalar significa, sobre todo: Tomarse el tiempo de
pensar en una persona querida, pasear sus gustos durante días por
nuestra cabeza, intentar imaginar ¿qué necesita esta vez? ¿Qué
prefiere? ¿Qué podría hacerla feliz? Es cierto que una/o ni siquiera ha
aún comprado o creado el regalo, y ya está imaginando la sonrisa de
quien va a recibirlo. Esa sonrisa, esa mirada que nos ofrecen después,
es el más lindo regalo que nos llega de regreso.
Este año, un amigo me regaló unos botines. ¿Por qué se los cuento?
Porque tuvo la delicadeza de escuchar que en algún momento dije: “He
andado muy indecisa y medio volátil, el próximo año quiero caminar y
marchar con paso firme”. Es decir, cada regalo que hacemos y nos hacen,
llega con sus metáforas. Con sus significados profundos. Con sus
secretos intangibles. Con la gratitud que nos produce cuando somos
escuchados. Fui a la marcha del 26 de diciembre con mis botines. Sentí
que zapateaba distinto, más decidida, más protegida, más firme.
¿Por qué las madres suelen regalarle un suéter o una colcha a sus
hijas/os? Porque los abrigan. ¿Por qué un padre regala un reloj? Porque
anhela que su hija/o entienda y sepa lo que significa el tiempo. ¿Y qué
es regalar una bufanda sino decir: “Lleva contigo mi abrazo”? ¿Y el
regalo del mantel especial, los platillos deliciosos que las personas
cocinan durante horas? Las recetas familiares que las/los adultas/os
han conservado por generaciones.
El regalo en el texto de Lévi-Strauss
En un texto muy bello –como casi todos sus textos- “Ofrecer, es
desear”, el antropólogo francés Claude Lévi Strauss analiza la
antiquísima tradición de los regalos de fin de año. Quería subir el
link, para compartirlo completito, pero no lo encontré en castellano.
Cito, pues, algunos párrafos: “La historia de los regalos es a la vez
simple, y complicada. Simple si nos limitamos a extraer el sentido
general de la costumbre, para comprenderla. Basta entonces con retener
la fórmula del día del año japonés: ‘O-ni wa soto - fuku wa uchi ’, que significa: ‘¡Fuera los demonios! ¡Qué la suerte entre!’.
"Como el año anciano debe arrastrar la desaparición de la mala
suerte, la riqueza y la alegría de un día constituyen un presagio y
casi una conjuración mágica, para que el año nuevo llegue teñido de los
mismos colores… es más difícil trazar el origen preciso de los regalos
en occidente. Los Druidas de los antiguos celtas llevaban a cabo una
ceremonia, en la época que corresponde al primero de enero: cortaban
las ramas de un roble –considerado una planta mágica- y las distribuían
entre la población”.
“En Roma, la segunda quincena de diciembre y a principios del mes de
enero estaban marcados por las fiestas en las que se intercambiaban
presentes. Los de diciembre eran sobre todo velas de cera (las que
transferimos a nuestros árboles de navidad) y muñecas de barro o de
pasta comestible, que se ofrecían a los niños…pareciera que los regalos
de navidad conservan la huella de este doble origen… costumbres paganas
y ritos romanos…”.
Al borde del fin de año. Que nuestros inevitables análisis,
memorias, recuentos, felicidades, bordecitos de abismo, anhelos,
arrepentimientos…y todo lo demás, nos llenen de deseos y de fuerza y de
tantísima esperanza.
Este año pisamos firme.
Bueno, lo intentaremos.
A todas/os los que me hayan acompañado hasta acá en el texto, (y también a todas/os los que no), a mis compañeras/os de La Silla Rota… a mis amores y querencias… y a sus amores y a sus querencias: “O-ni wa soto-fuku wa uchi ”, con la traducción que nos hace Lévi Strauss: “¡Fuera los demonios! ¡Que la suerte entre!”.
Con todo y a pesar de todo: ¡Fuera los demonios! ¡Qué la suerte entre!
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