La profesora y militante del movimiento feminista, Teresa Meana, denuncia los usos discriminatorios de la lengua
El
uso rutinario del lenguaje puede, muchas veces, nublar la visión de la
realidad. ¿Es posible ser padre sin tener hijos? He aquí el “enigma”, de
sencilla resolución en teoría pero en la práctica un acertijo por los
inadecuados hábitos lingüísticos. La profesora de Lengua Castellana y
militante del movimiento feminista, Teresa Meana, ofrece la respuesta al
arcano: “Muy fácil, teniendo hijas”. Es autora del libro “Porque las
palabras no se las lleva el viento... Por un uso no sexista de la
lengua” (2002) y activista en la Casa de la Dona de Valencia. En las
conferencias que imparte, suele advertir al auditorio: “Todas las
lenguas son igualmente sexistas, el patriarcado es universal”. No hay
más que observar la lengua inglesa y el torrente de palabras que agregan
“-man” (hombre) a la raíz. Pero todo empieza en la escuela. Así, cuando
la maestra apela a los niños puede estar utilizando el genérico
masculino (con lo que incluye a las alumnas) o refiriéndose sólo a
ellos. Y para hacer la distinción, “ahí es cuando interviene la famosa
intuición femenina”, afirma la activista en las Jornadas Feministas
organizadas por el sindicato Acontracorrrent. La psicóloga Montserrat
Moreno señaló muchos de estos usos en “Cómo se enseña a ser niña. El
sexismo en la escuela” (Icaria, 2000). Aunque la cuestión trasciende las
aulas, porque en una reunión de críticos ¿hay presencia de mujeres?
La
conferencia de Teresa Meana pone en claro la utilización torcida del
lenguaje. A mujeres como la científica polaca Maria Salomea
Sklodowska-Curie (1867-1934) se las conoce por el apellido del padre o
del cónyuge, sin embargo permanece ignoto el de la madre. También pueden
rastrearse las huellas de la discriminación de género en los
diccionarios, “que no reflejan la lengua sino el poder de quien los
hace”. Meana recuerda que el diccionario de la Real Academia Española
definió al huérfano-huérfana como la persona cuyo padre o madre (o
ambos) han fallecido, aunque preferentemente el padre; además,
actualmente la RAE considera que un sombrero es, en la segunda acepción,
una prenda de adorno usada por las mujeres para cubrirse la cabeza (en
la primera no se hacen distingos de género: prenda de copa y ala para
cubrir la cabeza). Se trata de reflexiones que parten de dos premisas.
La lengua –y en el mundo se hablan cerca de 6.000- no es un “hecho
biológico” ya cerrado, sino un organismo vivo y en evolución constante.
Además el ser humano habla y aprende –desde la lengua materna- por
imitación. Ello significa que la lengua –en tanto que producto cultural-
es aprendida y por tanto modificable.
Hay veces que el hablante
incurre en usos directamente racistas. Los incluye Eduardo Galeano en
el poema dedicado a “Los Nadie” (1940): “Que no son, aunque sean / Que
no hablan idiomas, sino dialectos / Que no hacen arte, sino artesanía /
Que no practican cultura sino folklore / Que no son humanos, sino
recursos humanos”. Por esta razón una homilía en el Vaticano se
considera una ceremonia religiosa, mientras que un rito de los indios
Aymara en el Lago Titicaca se tacharía oficialmente de superstición. La
invisibilización que denuncian los versos de Galeano se extiende a las
mujeres en el lenguaje del día a día. Ocurre con el título de la
exposición “Las edades del hombre”, organizada por la fundación
religiosa del mismo nombre para la promoción del patrimonio de las once
diócesis católicas de Castilla y León. O con usos tan habituales que
pasan inadvertidos. “Zorro” equivale a astuto, mientras que en femenino
es sinónimo de prostituta, palabra con una sinonimia vastísima. El
gobernante es quien rige los destinos de un país, pero la gobernanta es
la responsable de planta en un hotel. Podría reservarse un capítulo
específico para el refranero. “Mujer que sabe Latín, ni tiene marido ni
tiene buen fin”, le enseñaban a Teresa Meana en el colegio de monjas. Y
otro apartado al deporte, con expresiones como “había numerosos
aficionados, también mujeres”.
En otras ocasiones el sexismo se
plantea de manera subrepticia. “Quizá se pueda afirmar que el hombre –en
genérico- inventó la rueda, pero decir que fue el hombre quien inventó
la agricultura es una mentira enorme”, apunta Teresa Meana. En los años
de combate lingüístico se ha encontrado incluso con casas editoriales
que, tras declararse contrarias a los usos sexistas, han elaborado
diccionarios que definen al hombre como “individuo de la especie humana”
y a la mujer como “persona del sexo femenino”; más aún, en la segunda
acepción caracterizaban a la mujer como aquella persona que dejó de ser
niña, mientras que para el hombre se reservaba el adjetivo “adulto”. O
anuncios rocambolescos, por ejemplo uno de la marca de relojes IWC:
“Igual de complicado que una mujer, pero puntual”. La profesora y
militante feminista ha vivido la jerarquización política de las lenguas.
“Cuando yo estudiaba sólo había una lengua, el castellano, y el resto
se consideraban dialectos; se incluía aquí a una lengua no indoeuropea
como el Euskera, cuya presencia es muy anterior”.
Durante años
de militancia ha entablado batalla dialéctica con celebrados escritores,
como Javier Marías. Una de ellas en 2006, en respuesta a un artículo
publicado por el novelista en El País (“Narices con poco olfato”).
Teresa Meana defendía el uso del femenino “jueza”, al igual que se
admite el término “andaluza”; o cancillera, profesora, bedela y
oficiala. Frente a argumentos como que las feministas odian el latín,
ironizaba con una apelación a lo que en esos casos hubiera hecho el
pueblo romano: Invocar por separado a dioses y diosas (deus-dea).
“Porque temían que las deidades no escucharan sus ruegos si empleaban
una sola forma; Ah!, y para las obsesiones, nada como visitar al
psiquiatro”, concluía la carta a Marías. “Con Pérez Reverte también
tengo un problema”. La profesora de Lengua señala el trasfondo de este
tipo de polémicas: “Los argumentos nunca se basan en cuestiones
lingüísticas, sino ideológicas”.
Hasta no hace mucho las mujeres
tenían el acceso casi vetado a determinadas profesiones. Pero al igual
que los libros de texto para escolares contienen el femenino “médica”,
el criterio puede ampliarse a “fontanera”, “ingeniera” o “ministra”.
Teresa Meana insiste en que el masculino “nunca puede considerarse
genérico, sino estrictamente masculino”; así pues, los vascos, los
refugiados o los niños “no incluyen a las mujeres”. Así expresadas,
pueden parecer afirmaciones poco objetables, pero el uso no sexista del
lenguaje se enfrenta a fuertes reticencias: que si las expresiones
figuran o no en los diccionarios académicos, que si da lugar a
expresiones largas y complicadas… Tal vez fueran las mismas adversidades
e incomprensiones contra las que batalló Olimpia de Gouges, autora en
1791 de la Declaración de Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, en
cuyo preámbulo –que declaraba a madres, hijas y hermanas “representantes
de la Nación”- denunciaba la “ignorancia”, el “olvido” y el “desprecio”
de los derechos de la mujer.
Autor del libro “¿Es sexista la
lengua española? (Paidós, 1994), el fallecido ingeniero y profesor del
CSIC Álvaro García Meseguer profundizó en un asunto capital, el “salto
semántico”. Consiste en empezar la oración con un sujeto genérico, pero
que a continuación revela una referencia exclusiva a los varones. Teresa
Meana ha recopilado ejemplos (“hay miles de casos”) de diferentes
libros de texto. “Todo el pueblo bajó al río a recibirles, quedando en
la aldea las mujeres y los niños”; “Los romanos permitían a sus esposas
tener esclavos propios”. La Gran Enciclopedia Salvat de 2008 hacía
referencia a la gran impedimenta para los hunos de “carros, mujeres y
rebaños”. En este tipo de expresiones incurre un Premio Nobel de
Literatura como Camilo José Cela: “El afán de aventuras suele acompañar
al hombre y todos, de niños, soñamos con cazar leones, asaltar bancos,
perseguir criadas (…)”. En enero de 2006 el escritor Javier Cercas
publicaba un artículo en El País, “Este oficio no es para cobardes”, en
el que desarrollaba su concepción del poeta: “No es una damisela
asustadiza que se pasa la vida oliendo flores y soltando remilgos de
monja o flatulencias sentimentales. Un poeta es un peligro público”. Una
página Web sobre el consumo de drogas corona la retahíla. ¿Qué hacer
ante una intoxicación aguda por ingesta de cannabis? En primer lugar,
recabar toda la información posible de “los amigos y la novia de la
persona afectada”.
Muchas de las pegas, impedimentos y
prejuicios podrían resolverse con un vistazo a los clásicos. En el Siglo
XII el “Cantar del Mío Cid” incluye las variantes moros y moras; o
mujeres y varones. En el siglo XIV “El Libro del Buen Amor”, del
Arcipreste de Hita, tampoco consideraba “farragoso” incluir a los dos
géneros. El Ordenamiento de Menestrales de las Cortes de Valladolid
(1354) menciona, sin mutilaciones sexistas, a hombres y mujeres,
aquéllos y aquéllas, los mozos y las mozas o los peones y las peonas.
Los especialistas en Literatura también han estudiado la “novela de
adulterio”, vertebrada por la siguiente tríada: “Ana Karenina” (1877),
de Tolstoi; “La Regenta” (1884-85), de Leopoldo Alas “Clarin” y “Madame
Bovary” (1856), de Flaubert. “Pero no se incluye ‘Fortunata y Jacinta’,
que es de la misma época y donde el personaje adúltero es masculino”,
señala Teresa Meana. En “La Regenta” Clarín (“y esto no quiere decir que
fuera feminista”) escribe sin reparos muchachos y muchachas o señoritos
y señoritas. En Colombia se asume sin remordimientos el sustantivo
“lideresa” y en Panamá se cita a los miembros y las miembras del
Parlamento. Se trata de una lucha sufrida, tortuosa y empedrada de
dificultades. Hace apenas un siglo que se escolarizan las mujeres en
España. Meana subraya el ejemplo de la escritora Concepción Arenal
(1820-1893): “Estudió en la universidad vestida de hombre, con capa y
sombrero de copa”.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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