De acuerdo con
la investigación realizada por la Comisión Nacional de los Derechos
Humanos (CNDH) y presentada ayer por el titular de ese organismo, Luis
Raúl González Pérez, a la comisión especial que da seguimiento a los
sucesos del 19 de junio del año pasado en Asunción Nochixtlán, Oaxaca,
el entonces gobernador del estado, Gabino Cué Monteagudo, ordenó el
operativo policial en el que murieron ocho habitantes de esa población.
El ombudsman lamentó las fallas cometidas posteriormente por
las autoridades –federales y estatales– encargadas de investigar el
caso, pues entorpecieron en forma significativa el esclarecimiento de lo
ocurrido aquella mañana en la localidad mixteca.
El señalamiento de la CNDH confirma la responsabilidad de Cué en la
toma de decisiones, algo que ya había dicho la noche de ese día el
entonces comisionado de la Policía Federal, Enrique Galindo, al brindar
una explicación poco convincente y contradictoria, con posicionamientos
emitidos horas antes por la dependencia que él encabezaba.
Hasta la fecha, sin embargo, la Procuraduría General de la República
(PGR) no ha avanzado en la debida investigación para deslindar
responsabilidades de los autores materiales e intelectuales de los
homicidios cometidos el 19 de junio. Tal empantanamiento es consecuencia
de los desvíos en la actuación preliminar de esa misma institución, la
cual, en las horas y días posteriores a esa fecha, asumió conductas
intimidantes y agresivas hacia la población de Nochixtlán, y la
desconfianza resultante la ha incapacitado hasta la fecha para completar
las diligencias en el sitio. Por lo demás, hasta donde se ha hecho
público, ninguno de los jefes de las tres corporaciones policiales que
participaron en el fallido y mortífero intento de desalojo de la
carretera –la Policía Federal, la Gendarmería Nacional y la policía
estatal oaxaqueña– ha sido llamado a declarar, como no lo han sido el
propio Cué y sus colaboradores, y hasta el momento los homicidios y los
atropellos perpetrados por las fuerzas del orden el 19 de junio
permanecen en la más completa impunidad.
En una escala menor, pero no menos exasperante, se sitúa el
caso de Jacinta Francisco Marcial, Teresa González Cornelio y Alberta
Alcántara Juan, las tres comerciantes ñañús que en 2006 –en el sexenio
de Vicente Fox– fueron acusadas de haber secuestrado a seis policías de
la extinta Agencia Federal de Investigaciones (AFI), encarceladas,
enjuiciadas e injustamente condenadas en procesos del todo irregulares y
violatorios de los derechos humanos. Ayer, en un acto realizado en el
Museo Nacional de Antropología e Historia, la PGR ofreció, a
regañadientes y 10 meses después de haber recibido la orden judicial correspondiente, una disculpa pública a las tres mujeres.
Aunque para las afectadas y sus familias esa disculpa constituye una
mínima reivindicación, hasta la fecha los policías falsamente
secuestrados, los agentes del Ministerio Público que las inculparon y
los jueces que las condenaron siguen sin ser tocados por la mano de la
justicia.
Los dos casos mencionados son un botón de muestra de la extensión y
densidad de la red de impunidades presente en diversas dependencias
públicas, y un recordatorio de la imperiosa necesidad de hacer acopio de
voluntad política para enfrentar y erradicar esa lacra.
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