7/01/2018

El desenlace final


Leopoldo Santos Ramírez

En efecto, el proceso electoral que culminará el próximo domingo tiene una peculiar importancia: unánimemente las encuestas han señalado a Andrés Manuel López Obrador como favorito de la población mexicana, y al mismo tiempo los candidatos contrincantes, los medios electrónicos, los patrones de los intelectuales orgánicos de los poderes fácticos, y algunos grupos de empresarios han combatido con saña, con trampas y mentiras la ventaja que en el ánimo de los votantes se perfila como una certeza a boca de urnas: el triunfo del tabasqueño.
Pienso que cuando en calma podamos hacer el balance de estas elecciones nos encontraremos nuevamente con la situación de una izquierda dispersa, como se mostró durante todo el sexenio, y quizá podamos desentrañar el papel real de la violencia mortal contra candidatos y familiares por parte del crimen organizado, sin distinción política de siglas, pero con énfasis en los morenistas. Con el término izquierda me refiero a la denominada izquierda social, cuyo nicho de acción se encuentra en los movimientos sociales, pues ahora es difícil pensar realmente como izquierdas a los partidos que sin otra opción se acomodaron en el PAN. El mismo Morena está lejos de caer en una estricta clasificación de izquierda, pero a pesar del desdibujamiento de los elementos de izquierda durante su campaña, López Obrador no dejó de representar algunas de las demandas más importantes del imaginario popular. Entre ellas la de pacificar al país, la de transparentar los recursos públicos a todos los niveles y la defensa de los recursos naturales y energía para utilizarlos en el desarrollo del país; perfiló durante su largo peregrinar un cambio de régimen que desde la ortodoxia de izquierda no puede subestimarse con el índice al aire del magister dixit. Sobre todo lo hizo confrontando la realidad, y comparándolo con los candidatos de la inequívoca derecha, sus planteamientos fueron francos, sin mentiras ni trampas. En la hipótesis de ganar no estoy diciendo que todo esto lo vaya a llevar a cabo de una manera automática y fácilmente, sobre todo por el giro político que tuvo hacia el último tercio de su campaña. Con mucho, pensamiento y acción de Andrés Manuel han correspondido a una ideología social demócrata incubada por largo tiempo en sectores del PRI que después del movimiento del 68 tuvieron como expresión culminante la conformación de la corriente democrática que al unirse a la entonces izquierda electoral dieron varias batallas al dinosaurio sin lograr aniquilarlo. Hoy esa posibilidad de aniquilar al PRI y el cambio de régimen se vinculan y se corresponden mutuamente. Pero no podrá realizarse sin el concurso de la izquierda social que por ahora actúa en los nichos atomizados por los celos de quién dirige, quién va primero y la obsesión de imponer métodos únicos, excluyentes de los demás. Pero esta es la izquierda realmente existente, la que a diferencia de la experiencia en otros países no dio para fraguar líderes, dirigentes autónomos, sufragados con aportaciones populares y capaces de disputar las dirigencias partidarias y mantener un equilibrio entre la participación en puestos de elección y el ritmo de las protestas de los sindicatos independientes y de las casi rebeliones sociales que se han presentado durante los 40 años de vida de la mediocre república en la que nos fuimos convirtiendo.
Sólo dos ejemplos recientes: el movimiento magisterial de importancia vital para el destino de la patria, actuó prácticamente solo. Sí, hubo simpatía y solidaridad acotada a lo largo y ancho de la nación, pero a fin de cuentas el sistema logró frenarlo sin desarticular completamente su resistencia. El otro ejemplo vivo fue el movimiento del gasolinazo en el que la izquierda social no fue capaz de acuerparse y seguir el ritmo de la movilización de las masas; celo, imprudencia, incomprensión de los intelectuales marxistas y la lucha entre las izquierdas sociales terminaron por dejarle libre el campo a la derecha. En Sonora, los panistas apoderados del movimiento negociaron con éxito la suspensión de órdenes de aprehensión contra personajes del gobierno de Guillermo Padrés.
Es decir, hay un vasto campo de acción en el que la izquierda está ausente y tiene urgencia de replantearse, pues en la hipótesis del triunfo de López Obrador la derecha vendrá prontamente por la revancha. Hoy, a unas horas del esperado desenlace final de la jornada electoral, hay amenazas reales y ciertas, provenientes desde a quienes no les conviene separar al poder económico del poder político. Pero entre quienes están alertas como el Movimiento para el Rescate de la Nación que desde la izquierda popular apoya el proyecto de Morena, al mismo tiempo aglutina múltiples organizaciones populares para quienes está claro que en la próxima realidad del país la transformación política sin transformación social se degradaría y regresaríamos al oportunismo.
Como una conclusión pertinente, desde cualquier óptica de la izquierda en la que estemos situados, tenemos el deber por nuestro pasado de luchas, de acudir a votar el próximo domingo contra el antiguo régimen, con todo lo contradictorio y las críticas que sin duda permanecerán. No es este el momento del dilema hamletiano de votar o no votar. Es que hay que votar.

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