Leopoldo Santos Ramírez
En efecto, el proceso
electoral que culminará el próximo domingo tiene una peculiar
importancia: unánimemente las encuestas han señalado a Andrés Manuel
López Obrador como favorito de la población mexicana, y al mismo tiempo
los candidatos contrincantes, los medios electrónicos, los patrones de
los intelectuales orgánicos de los poderes fácticos, y algunos grupos de
empresarios han combatido con saña, con trampas y mentiras la ventaja
que en el ánimo de los votantes se perfila como una certeza a boca de
urnas: el triunfo del tabasqueño.
Pienso que cuando en calma podamos hacer el balance de estas
elecciones nos encontraremos nuevamente con la situación de una
izquierda dispersa, como se mostró durante todo el sexenio, y quizá
podamos desentrañar el papel real de la violencia mortal contra
candidatos y familiares por parte del crimen organizado, sin distinción
política de siglas, pero con énfasis en los morenistas. Con el término
izquierda me refiero a la denominada izquierda social, cuyo nicho de
acción se encuentra en los movimientos sociales, pues ahora es difícil
pensar realmente como izquierdas a los partidos que sin otra opción se
acomodaron en el PAN. El mismo Morena está lejos de caer en una estricta
clasificación de izquierda, pero a pesar del desdibujamiento de los
elementos de izquierda durante su campaña, López Obrador no dejó de
representar algunas de las demandas más importantes del imaginario
popular. Entre ellas la de pacificar al país, la de transparentar los
recursos públicos a todos los niveles y la defensa de los recursos
naturales y energía para utilizarlos en el desarrollo del país; perfiló
durante su largo peregrinar un cambio de régimen que desde la ortodoxia
de izquierda no puede subestimarse con el índice al aire del magister dixit.
Sobre todo lo hizo confrontando la realidad, y comparándolo con los
candidatos de la inequívoca derecha, sus planteamientos fueron francos,
sin mentiras ni trampas. En la hipótesis de ganar no estoy diciendo que
todo esto lo vaya a llevar a cabo de una manera automática y fácilmente,
sobre todo por el giro político que tuvo hacia el último tercio de su
campaña. Con mucho, pensamiento y acción de Andrés Manuel han
correspondido a una ideología social demócrata incubada por largo tiempo
en sectores del PRI que después del movimiento del 68 tuvieron como
expresión culminante la conformación de la corriente democrática que al
unirse a la entonces izquierda electoral dieron varias batallas al dinosaurio
sin lograr aniquilarlo. Hoy esa posibilidad de aniquilar al PRI y el
cambio de régimen se vinculan y se corresponden mutuamente. Pero no
podrá realizarse sin el concurso de la izquierda social que por ahora
actúa en los nichos atomizados por los celos de quién dirige, quién va
primero y la obsesión de imponer métodos únicos, excluyentes de los
demás. Pero esta es la izquierda realmente existente, la que a
diferencia de la experiencia en otros países no dio para fraguar
líderes, dirigentes autónomos, sufragados con aportaciones populares y
capaces de disputar las dirigencias partidarias y mantener un equilibrio
entre la participación en puestos de elección y el ritmo de las
protestas de los sindicatos independientes y de las casi rebeliones
sociales que se han presentado durante los 40 años de vida de la
mediocre república en la que nos fuimos convirtiendo.
Sólo dos ejemplos recientes: el movimiento magisterial de importancia
vital para el destino de la patria, actuó prácticamente solo. Sí, hubo
simpatía y solidaridad acotada a lo largo y ancho de la nación, pero a
fin de cuentas el sistema logró frenarlo sin desarticular completamente
su resistencia. El otro ejemplo vivo fue el movimiento del gasolinazo en
el que la izquierda social no fue capaz de acuerparse y seguir el ritmo
de la movilización de las masas; celo, imprudencia, incomprensión de
los intelectuales marxistas y la lucha entre las izquierdas sociales
terminaron por dejarle libre el campo a la derecha. En Sonora, los
panistas apoderados del movimiento negociaron con éxito la suspensión de
órdenes de aprehensión contra personajes del gobierno de Guillermo
Padrés.
Es decir, hay un vasto campo de acción en el que la izquierda está
ausente y tiene urgencia de replantearse, pues en la hipótesis del
triunfo de López Obrador la derecha vendrá prontamente por la revancha.
Hoy, a unas horas del esperado desenlace final de la jornada electoral,
hay amenazas reales y ciertas, provenientes desde a quienes no les
conviene separar al poder económico del poder político. Pero entre
quienes están alertas como el Movimiento para el Rescate de la Nación
que desde la izquierda popular apoya el proyecto de Morena, al mismo
tiempo aglutina múltiples organizaciones populares para quienes está
claro que en la próxima realidad del país la transformación política sin
transformación social se degradaría y regresaríamos al oportunismo.
Como una conclusión pertinente, desde cualquier óptica de la
izquierda en la que estemos situados, tenemos el deber por nuestro
pasado de luchas, de acudir a votar el próximo domingo contra el antiguo
régimen, con todo lo contradictorio y las críticas que sin duda
permanecerán. No es este el momento del dilema hamletiano de votar o no
votar. Es que hay que votar.
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