El tamaño de la
victoria de Andrés Manuel López Obrador en los planos federal, estatales
y municipales concentra en unas pocas manos (dos, para ser exactos) una
exagerada (tal vez impensada) fuerza política que facultará a ese
presidente de la República de indudable capacidad de transformación (lo
cual acrecienta la responsabilidad respecto de los resultados, pues no
se podrá alegar que hubo frenos o insuficiencias institucionales), pero,
al mismo tiempo, multiplicará los riesgos que entraña toda acumulación
exagerada de poder en una sola persona, sobre todo en un sistema tan
presidencialista como el mexicano.
La devastación del añoso follaje del árbol de las complicidades (que
han dominado al país en el esquema anterior al López Obrador triunfante)
está entronizando, al mismo tiempo, a una nueva clase política, la del
morenismo variopinto (cargado ya de una densa lista de seguros
gobernadores, senadores, diputados federales y locales y presidentes
municipales), algunos de cuyos integrantes victoriosos pareciera que aún
no asumen la dimensión del reto que han adquirido, merced a una
generosa, desbordada e insólita votación que quiso poner punto final a
un destartalado y corrupto régimen de partidos tradicionales (una
condena aplastante a Enrique Peña Nieto, el PRI, el PAN y el PRD, más
sus partidos satélites, y a los poderes fácticos siempre alineados a ese
juego político de décadas), pero que, además –y aquí está el punto fino
que deberán leer con cuidado los nuevos empoderados– es una concesión
social y un mandato electoral que requiere prontas y precisas
respuestas: no rollo ni justificaciones, no politiquería ni
ensoñaciones. AMLO y Morena deben cumplir razonablemente con las
promesas que los llevaron a adquirir la mayor cuota de poder que haya
tenido político y partido alguno en México, en condiciones aceptables de
competencia electoral.
Las demandas y las exigencias no son, por lo demás, desproporcionadas
ni radicales, aunque en el contexto del desastre causado por Peña Nieto
y el actual sistema de partidos su cumplimiento requiera de habilidad,
contundencia y autenticidad. Dicho con claridad: el triunfo de AMLO es
el triunfo del sistema. De un sistema urgido de mecanismos de corrección
para no hundirse ni provocar un estallido social.
A fin de cuentas, por ello hay rápida aceptación de los resultados
electorales por parte de las piezas fundamentales de ese sistema en
riesgo: el presidente del Instituto Nacional Electoral, Lorenzo Córdova,
que ofreció a los mexicanos una organización electoral sumamente
deficitaria (muchas casillas no se instalaron a tiempo; muchos
funcionarios electorales y representantes partidistas fueron sustituidos
a última hora, habilitando como relevos a personas sin la debida
capacitación); el ocupante de Los Pinos, Peña Nieto, que sin ningún
pudor conectó su discurso al de Córdova para hablar, en emisión grabada,
de los resultados y datos que el presidente del INE decía que apenas
estaba dando a conocer en cadena nacional, y otros representantes de los
poderes acechantes pero en retirada táctica: Vicente Fox, Felipe
Calderón y líderes empresariales.
La llegada de una fórmula de restauración sistémica, con un López
Obrador más cargado a la derecha que a la izquierda, en un centrismo de
toques místicos, tiene entendimientos explícitos con la administración
desfalleciente de Peña Nieto, a quien el tabasqueño agradeció su postura
institucional (recurso retórico que va más allá del convencionalismo:
la amnistía política como puente de plata al jefe de la máxima
corrupción nacional) y, de manera sugerente, ha contado con el inmediato
visto bueno de Donald Trump, cuya administración intervencionista,
normalmente expresada a trompicones, jamás elaboró ni ejecutó ninguna
estrategia de rechazo al tabasqueño. ¡Hasta mañana, mientras Los Pinos
pelea Yucatán como único triunfo, tal estado como eventual residencia
posterior de Peña Nieto!, Twitter: @julioastillero, Facebook: Julio Astillero,Fax: 5605-2099 • juliohdz@jornada.com.mx
En la reunión inicial que
tendrán hoy en Palacio Nacional los presidentes entrante, Andrés Manuel
López Obrador, y saliente, Enrique Peña Nieto, hay un tema que por
corrección política no será tratado: Atlacomulco. Es el municipio del
estado de México donde nació Peña Nieto y, además, sede simbólica del
poderoso grupo financiero y político al que dieran aliento el profesor
Carlos Hank González y otros sobresalientes personajes. Sucede que ahora
es territorio de Morena. En la elección del domingo, el candidato a la
presidencia municipal por la coalición Juntos Haremos Historia, José
Martín Téllez, derrotó al candidato del Revolucionario Institucional
(PRI) y aliados, con 49.9 por ciento de los votos. Además, López Obrador
también ganó en el afamado bastión priísta con 52.2 por ciento, seguido
por José Antonio Meade, con 24.5 por ciento. Es una anécdota
simplemente, pero sería embarazoso tocarlo en la reunión. López Obrador
ha dicho que cooperará para que Peña Nieto termine su periodo sin
turbulencias. Los encargados de conducir la transición son los virtuales
jefe de gabinete, Alfonso Romo, y secretario de Hacienda, Carlos Urzúa.
El tema financiero es central y también la designación del fiscal
general.
Empresarios
¿Recuerdan los días en que el tema del nuevo aeropuerto
estaba al rojo vivo? El presidente del Consejo Coordinador Empresarial,
Juan Pablo Castañón, aceptó reunirse con López Obrador, pero luego
canceló. Ahora anda buscando una cita porque le preocupa –dice– que
Morena vaya a dominar también la Cámara de Diputados. Así es. Sumando
sus diputados de elección directa con los plurinominales, Morena tendrá
mayoría suficiente para sacar adelante sus iniciativas, más el puñado de
legisladores que están esperando la instalación de la cámara para irse a
la cargada.
Disipando nubarrones
Carlos Urzúa, el virtual titular de Hacienda, realizó una
llamada a primera hora de ayer a la gente de Bloomberg para reiterar
que el nuevo gobierno será fiscalmente responsable. Insistió en que la
nueva administración respetará estrictamente la autonomía del banco
central y que continuará el régimen de tipo de cambio flotante, ya que
ha demostrado funcionar a lo largo de los años. Urzúa anunció que Arturo
Herrera, un ejecutivo del Banco Mundial que antes trabajó en la
Secretaría de Finanzas del gobierno capitalino, se unirá al equipo de
transición. Herrera y el asesor económico Gerardo Esquivel asumirán
roles importantes en Hacienda.
El Innombrable
Interesante que el personaje a quien se atribuye ser el jefe de la
mafia de poder, Carlos Salinas de Gortari, haya enviado a su némesis un mensaje en el que sobresale la palabra
reconciliación. Tranquilo, disfrute sus millones, no tendrá que volver al exilio en Irlanda.
En el cuento de nunca
acabar, los grandes contribuyentes hacen como que pagan impuestos y el
SAT hace como que se los cobra, para finalmente devolver una gruesa
rebanada a los corporativos de mayor dimensión.
Es el circuito perpetuo de la evasión legalizada (consolidación
fiscal, impuestos diferidos, subsidios fiscales, etcétera), en el que
año tras año los ejércitos de contadores, abogados y fiscalistas de los
grandes corporativos privados siempre logran que la autoridad fiscal les
regrese una carretada de recursos que originalmente debieron entregar al erario, si en realidad lo hicieron.
Año tras año se incrementa el monto regresado. Por ello,
ahora que Carlos Urzúa (secretario de Hacienda designado por Andrés
Manuel López Obrador) anuncia que se revisan algunas prácticas no muy
benéficas para la nación, sería más que conveniente que pusiera el ojo
en dicho círculo perpetuo, que tanto daña a las finanzas públicas.
Y para no ir muy lejos, la Auditoría Superior de la Federación, ahora
con David Colmenares Páramo al frente, documenta lo que en dicha
materia sucedió el año pasado (Informe del resultado de la fiscalización
superior de la cuenta pública 2017, del que se toman los siguientes
pasajes).
Los resultados de la fiscalización mostraron que en 2017 el Servicio
de Administración Tributaria (SAT) determinó y liquidó devoluciones a
los contribuyentes por 475 mil 635.1 millones de pesos, 26 por ciento
más que en 2016, cuando tales devoluciones sumaron 377 mil 457 millones.
Las devoluciones correspondieron principalmente a impuesto al valor
agregado (IVA), que representó 89.8 por ciento del total (casi 427 mil
millones de pesos), y a impuesto sobre la renta (ISR), que significó 7.9
por ciento (37 mil 657 millones).
Se verificó que en 2017 el SAT ejerció sus facultades de comprobación
conforme al Código Fiscal de la Federación sobre los grandes
contribuyentes en 4 mil 248 devolucionespor un monto de 352 mil 628.4
millones de pesos.
En ese año, conforme a lo dispuesto en el Código Fiscal de la
Federación, el SAT determinó y liquidó compensaciones a contribuyentes
por 492 mil 795.6 millones de pesos, 20.7 por ciento más que los 408 mil
415.2 millones de 2016. Para los grandes contribuyentes, el SAT realizó
19 mil 480 compensaciones por un monto de 135 mil 640 millones, para lo
cual validó las declaraciones de los contribuyentes y dictaminó la
procedencia de las solicitudes. Las compensaciones se registraron
principalmente en IVA, que representaron 53.9 por ciento del total, y en
ISR.
En términos de lo que establece el artículo 16 de la Ley de Ingresos
de la Federación 2017, y en cumplimiento de las disposiciones de la
normativa específica para el otorgamiento de estímulos fiscales, en ese
año el SAT registró estímulos fiscales por cerca de 53 mil millones de
pesos, que representaron 1.9 por ciento de los ingresos tributarios.
En el periodo 2007-2017 los estímulos fiscales por actividad
económica crecieron en promedio anual 10.6 por ciento, al pasar de 19
mil 375.5 millones de pesos en 2007 a casi 53 mil millones en el
ejercicio de revisión; y la actividad económica más favorecida fue la de
transportes, correos y almacenamiento, con 49.7 por ciento de estímulos fiscales totales.
El triunfo indiscutible
de Andrés Manuel López Obrador abre una puerta a la movilidad social en
México, la cual permaneció estancada en los pasados 40 años. Mientras
entre las décadas de 1930 y 1970 del siglo pasado una parte creciente de
la población mexicana pasó a formar parte de la clase media, a partir
de los 80 el ascenso social se estancó, y más de 50 millones de pobres
no tuvieron acceso a una mejora sustancial en su nivel de vida.
A diferencia de México, en los países desarrollados se reinició con
fuerza el crecimiento económico y la movilidad social después de la
Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, hay que señalar que, de acuerdo con
la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, desde
principios de este siglo las personas tienen menos probabilidades que
sus padres de ascender en la escalera de ingresos, problema que debilita
la confianza en los países ricos.
Ahora, en México, se presenta una nueva oportunidad para avanzar,
para que la gente de menores recursos supere su situación de miseria,
por otra en la que tenga acceso a mayores oportunidades en educación,
cultura, ingresos y consumo.
El camino a seguir del nuevo gobierno todavía no está del todo
claro. ¿Debemos abrir más o proteger nuestra economía?, ¿debemos
centrarnos en la autosuficiencia alimentaria o impulsar la exportación
agropecuaria?, ¿debemos centrarnos en el desarrollo industrial o saltar a
los servicios y a las nuevas tecnologías?, ¿debemos distribuir la
riqueza ya existente o generar condiciones para producir más riqueza?
Ocurrió lo esperado, pero de manera sorpresiva y sorprendente.
Lo más sorprendente es que se instalaron casi todas las
casillas y se realizó la votación en forma pacífica, en uno de los
procesos electorales más violentos de la historia del país, en un país
destrozado por la violencia y bajo amenazas de enorme brutalidad que se
manifestaron hasta el 30 de junio.
Tardaremos en saber por qué. Es posible que sea una de las
dimensiones de lo que parece un hecho: el hartazgo de amplias capas de
la población se expresó yendo a votar y haciéndolo por AMLO. El mismo
descontento generó gran participación ciudadana en la vigilancia y
organización de las votaciones. El aparato oficial no logró los votos ni
echar a perder la jornada. No quiso o no pudo.
No parecía previsto en el ritual que los candidatos perdedores
aceptaran tan rápidamente su derrota. El espectáculo que ofrecieron el
INE y el Presidente fueron largamente ensayados: era un guion
establecido. El discurso de AMLO, sobrio y preciso, tenía los elementos
que había pensado por décadas. Consolidaron así el ritual largamente
preparado. Los rituales generan las creencias, no al revés.
Buenos días, país;
buenos días, nación; buenos días, México. ¡Cincuenta años nos
contemplan! Este salto que el país ha dado tiene su origen en 1968. Ni
más ni menos. Lo que soñamos aquella generación de jóvenes en rebeldía
por fin se alcanza. Quebrar más de dos siglos de una tradición despótica
fincada en la opresión, el autoritarismo y la anti-democracia. La
dictadura imperfecta ha llegado a su fin, y surge la posibilidad de
construir una
modernidad alternativa. Tardamos mucho, pero así son los procesos sociales: sus relojes caminan a un ritmo diferente a los nuestros. A diferencia de muchos patriotas que ya no lo vieron, hoy entono una canción oculta de agradecimiento a la vida. A las fuerzas que me permitieron presenciar este momento histórico. Aquella oscura noche que percibíamos durante nuestras rebeldías juveniles se fue haciendo más y más y más espesa, hasta llegar a este país devastado, que tuvo la prudencia y la paciencia de resguardar sus reservas naturales, sociales, culturales y civilizatorias. Esas sin las cuales la política digna se hace imposible. La resistencia valió la pena; una resistencia que tomó mil formas, pero que al final prendió y se expandió como un incendio venturoso. Treinta millones de votos lo certifican. ¿Cuántos mexicanos pusieron silenciosos su pequeña resistencia, sutil, cotidiana, imperceptible? Nunca lo sabremos. Pero conforme se iban apretando las condiciones terribles de estos 30 años recientes, y la devastadora máquina neoliberal iba dejando una estela de pobreza, destrucción, incomprensión, desesperanza y miedo, también se iban gestando los núcleos de la resistencia social. En México las batallas políticas se fueron transformando en elementales luchas por la supervivencia. La movilización que tuvo lugar hace unos días en decenas ciudades del país contra la privatización del agua es la más reciente expresión de ello.
En el calendario del
poder destaca una fecha: 20 de diciembre de 2012. Ese día, en el
Castillo de Chapultepec, radiantes, después de firmar el Pacto por
México, se tomaron la foto los firmantes: el presidente Enrique Peña
Nieto; Gustavo Madero, líder del Partido Acción Nacional; Cristina Díaz,
dirigente interina del Partido Revolucionario Institucional, y Jesús
Zambrano, al frente del Partido de la Revolución Democrática.
Un paso de gigante se ha
dado, pero es sólo uno. Es hora de esa felicidad que entrevé libertades
nunca vividas por los siempre marginados; es hora de columbrar
oportunidades nunca al alcance; es hora de que las expectativas hinchen
aún más el pecho colectivo del pueblo. Es hora de que las ganas de ser y
de hacer crezcan sin miedo. Es hora de reír a jarana plena y júbilo
desbordado; es hora de gritar ¡viva el pueblo mexicano! Es hora de que
el pueblo se reconozca en su hazaña. El necio no dejó de
repetir sus ideas de bien para las mayorías, pero es hora de caer en
cuenta que la planta ha florecido merced a uno que no paró de asperjarla
hasta que se crearon las condiciones en que, por fin, ha visto que el
pueblo ha votado por el pueblo y no más por sus verdugos.
Para tirios y troyanos
es difícil aceptarlo: se acabó. El régimen instaurado mediante un golpe
de Estado electoral el 6 de julio de 1988 –y que se gestó en las mismas
entrañas del viejo modelo del desarrollo estabilizador desde inicios de
esa década– tiene las horas contadas y fecha precisa de terminación. El
próximo 1º de diciembre, es decir, en menos de cinco meses, estará
muerto. Algunas de sus expresiones más horribles han desaparecido ya y
en las siguientes 16 semanas se extinguirán otras. La sublevación social
y ciudadana que se concretó el domingo primero de julio entre las ocho
de la mañana y las seis de la tarde ha liberado al país de una dictadura
oprobiosa del grupo político, empresarial, mediático y delictivo que
dominó durante 30 años y que operó en ese periodo un colosal programa de
destrucción nacional: desmanteló políticas de Estado, hizo de la
corrupción un rasgo estructural del poder público, liquidó la soberanía,
destruyó la industria nacional, arruinó el campo, barrió con empresas
públicas, liquidó sindicatos y comunidades, fomentó el acanallamiento de
sectores sociales enteros, hizo negocios con la devastación del
territorio y los recursos naturales, empujó a la delincuencia a cientos
de miles y en su último tramo, en las presidencias de Calderón y de Peña
Nieto, propició, por omisión o por dolo, un cuarto de millón de
asesinatos, decenas de miles de de-sapariciones e incontables viudeces y
orfandades.
El triunfo de Andrés
Manuel López Obrador (AMLO) en las elecciones del domingo marca el
ingreso a una nueva etapa en el desarrollo científico y tecnológico en
México. Lo que viene ahora es la exploración de una nueva ruta, aunque
con un destino aún incierto al no existir una política suficientemente
estructurada en esta materia en Morena, carencia que se debe en gran
parte a la juventud de esta organización política. Aún así, no podría
afirmarse que otros institutos políticos, a pesar de su mayor
antigüedad, cuenten con programas sólidos en estas áreas, pues, por
ejemplo, los partidos Revolucionario Institucional o Acción Nacional
(que ya han gobernado a nivel federal) han ensayado estrategias que
tienen una vida media muy corta (sexenal en el mejor de los casos), son
oscilantes y han mantenido al país por décadas en el atraso y la
dependencia frente al exterior.
Vehemencia es la palabra que me viene a la mente con la fuerza de la pasión cuando recuerdo a María Luisa Mendoza. La China,
como la apodó su padre a causa de sus caireles, fue poseída por el
fuego sagrado de su amor a la vida. Inteligente y lúcida hasta la punta
de las uñas, nadie podía engañarla: adivinaba los pensamientos de los
otros, desnudándolos con la mirada clarividente del auténtico escritor.
Su sentido de lo irrisorio, su ironía, libre de mezquindad, le permitía
reír y arrancar la risa ajena en todo momento. No se puede leer su obra
sin sonreír y, a veces, sin estallar en una carcajada que se burla de la
muerte. Escritura barroca en el sentido primigenio de esta palabra, el
que califica a una perla auténtica, a la vez pura y rugosa. Hecha de
fugas y contrapuntos, arqueada por su misma tensión, espiral de flechas
que ascienden en volutas hacia la infinitud azul de la bóveda celeste.
Lejos del abigarramiento simple, el laberinto de su escritura es el del
enigma cuya revelación abre un nuevo enigma.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario