El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no sólo se le adelantó
al Instituto Nacional Electoral (INE) al declarar a López Obrador
ganador de los comicios de este 1 de julio, sino que al mismo tiempo dio
por terminada la relación con el gobierno de Enrique Peña Nieto y
propuso una nueva etapa de relaciones bilaterales empezando de cero.
Con un mensaje personal en la plataforma de Twitter, el domingo por
la noche Trump felicitó a López Obrador y le cerró la puerta al actual
ocupante de Los Pinos. Al día siguiente, el lunes 2 de julio,
verbalmente al narrar la conversación telefónica de unos 30 minutos que
sostuvo con el próximo presidente de México afirmó que, la nueva etapa
de relaciones con México sería “una muy buena” y que incluso con López
Obrador habló de negociar un tratado bilateral de comercio.
“De un acuerdo separado, sólo de México y Estados Unidos”, matizó Trump en su crónica de la plática con López Obrador.
Los gestos de acercamiento del presidente de Estados Unidos para con
quien hasta hace unas semanas muchos integrantes del “establihsment” y
del “poder empresarial y del capital” en Wall Street lo veían como una
amenaza y una emulación del exlíder venezolano Hugo Chávez y del cubano,
Fidel Castro, no pararon ahí.
El martes por la noche el presidente estadunidense y gran crítico de
México y de los mexicanos anunció el envío a la Ciudad de México de uno
de sus emisarios para seguir con el coqueto a López Obrador.
“El secretario de Estado, Mike Pompeo, viajará a la Ciudad de México
para reunirse con el presidente Peña Nieto, el Secretario de Relaciones
Exteriores (Luis Videgaray) y el presidente electo López Obrador”,
informó por medio de un comunicado de prensa Heather Nauret, la portavoz
del Departamento de Estado.
En menos de 48 horas, Trump se olvidó de acusar a México de muchos de
los males que aquejan a su país. Los mexicanos pudimos descansar
tranquilos en ese lapso porque dejamos de ser para Trump unos narcos,
delincuentes y violadores. Nuestro país ya no fue causa de la fuga de
empleos estadunidenses, ni del imparable consumo de drogas entre los
estadunidenses, ni el motor que empuja la plaga de la inmigración
ilegal.
Es más, Trump en su narrativa de la conversación telefónica con López
Obrador, dijo que el próximo mandatario mexicano le prometió que le
ayudaría con el asunto de la seguridad fronteriza y la inmigración.
Si a alguien en el gobierno de Peña Nieto le quedó duda de que Trump
ya no los considera como representantes de México, Pompeo lo pondrá muy
en claro este 13 de julio.
“El secretario Pompeo hablará sobre la continua cooperación entre
Estados Unidos y México con la administración de Peña Nieto a través de
la transición. Estados Unidos espera trabajar de manera cercana con el
presidente electo López Obrador para continuar fortaleciendo la relación
Estados Unidos-México después de que la nueva administración tome el
cargo el 1 de diciembre”, subraya Nauret en el comunicado de prensa
emitido por el Departamento de Estado.
Lo que no apunta la vocera de Pompeo es que, por encargo de la Casa
Blanca, invitará a López Obrador a reunirse con Trump en Estados Unidos
antes del 1 de diciembre, esto para subrayar que la nueva etapa de
relaciones bilaterales con México comenzó con el mensaje por Twitter del
rubio mandatario estadunidense, el domingo por la noche.
Otro mensaje cifrado de amistad de Trump a López Obrador a través de
Pompeo, será preguntarle al presidente electo de los mexicanos sobre su
opinión de una serie de nombres que baraja la Casa Blanca para ocupar el
puesto de embajador en México.
En Washington se habla que ya no será el empresario Ed Whitacre, a
quien, en su afán por quedar bien con Trump, Videgaray se apresuró a
darle el beneplácito como lo adelantó en marzo pasado el diario Reforma.
El mandatario estadunidense tal vez consciente de que López Obrador
se convertiría en lo que es hoy, nunca envió al Congreso federal de su
país la nominación de Whitacre, pensada en su momento para encuadre a
los intereses en la relación con el gobierno de Peña Nieto que ya no
existe.
El acercamiento de Trump a López Obrador no significa ningún cambio
en su vendetta personal contra México. No, para nada. Trump quiere
reelegirse y nunca renunciará a su estrategia de usar a México como
piñata política ni traicionará a la base política del sector
ultraconservador y racista de la sociedad de los Estados Unidos que lo
llevaron a la Casa Blanca con las elecciones de noviembre de 2016.
El amor y paz con López Obrador no durará mucho.
El próximo martes 6 de noviembre habrá elecciones federales de medio
periodo en Estados Unidos para definir la integración representativa del
Congreso federal. Con esas elecciones se definirán las 435 curules de
la Cámara de Representantes y 33 de las 100 de la Cámara de Senadores.
En la actualidad, el Capitolio está dominado por la mayoría
republicana que adoptó a Trump como candidato en 2016, pero la
impopularidad del presidente la pone en riesgo y los demócratas podrían
convertirse en el contra peso de poder de la Casa Blanca si obtienen un
triunfo amplio el martes 6 de noviembre, como vaticinan algunas
encuestas de opinión.
Consumada la reunión con López Obrador como presidente electo, si es
antes de las elecciones estadunidenses de noviembre, Trump frente al
resultado de las encuestas que exponen su impopularidad, retomará su
retórica racista, xenofóbica y de proteccionismo comercial.
Conforme se acerquen los comicios de noviembre, México y los mexicanos volveremos a ser los malos de la película.
Trump hablará de cerrarle la puerta a los inmigrantes indocumentados,
los culpará de ser mulas del narcotráfico, regresará al discurso de que
el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) le roba a los
estadunidenses empleos y 100 mil millones de dólares al año y, optará
por sacar a su país de este acuerdo que incluye a Canadá.
Revivirá el argumento de la necesidad de construir un muro en la frontera sur de su país financiado por México.
Es decir; romperá otra vez la piñata político-electoral adornada con el escudo del águila y la serpiente.
Los intereses de Trump para la relación con el gobierno de López Obrador
girarán en torno a sus intereses electorales. Entre líneas lo expone el
comunicado de prensa que anunció el viaje de Pompeo.
“Reafirmará la relación entre Estados Unidos y México para combatir
las organizaciones criminales transnacionales y la epidemia de opiáceos.
También tratará esfuerzos para aumentar el comercio, frenar la
migración irregular y administrar nuestra frontera compartida”, se lee
en la declaración por escrito de la vocera Nauret.
Trump es un provocador profesional y un excelente publirrelacionista.
Como dice el dicho: “del tamaño del sapo es la pedrada”.
Para entenderlo basta revisar su historia de relaciones
internacionales desde que es presidente. Con Corea del Norte y con
Rusia, por ejemplo. A Corea del Norte hasta hace unos meses la amenazó
con un ataque de una fuerza bélica jamás vista en la tierra. Y ahora con
el líder norcoreano, Kim Jung Un, son grandes amigos.
De Rusia, y aunque esta relación la maneja con algodones por el
escándalo Rusiagate, afirmó que se mantendría alejado, pero, sin
embargo, este 16 de julio se entrevistará con el presidente ruso
Vladimir Putin en Finlandia, y en contra de lo que opinan y le aconsejan
los mismo republicanos del Capitolio.
Los expertos en política exterior de Estados Unidos sostienen que para manejar a Trump se requieren pies de plomo y pragmatismo.
Habrá que ver si López Obrador no cae en la trampa trumpiana en la que cayó redondito Peña Nieto y Videgaray.
Claro está que a Trump le gustan las sesiones de fotografías con los
políticos y líderes extranjeros a quienes en Washington siguen llamando
renegados y enemigos de Estados Unidos. Claro también está que los
aliados tradicionales de su país cuando menos sienten, Trump los patea y
los pisotea. Pregunten a Peña Nieto y a Justin Trudeau, el primer
ministro de Canadá, si esto no es cierto y para no ir tan lejos.
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