Quinto Poder
Por: Argentina Casanova*
No,
no es la heterosexualidad la que nos mata a las mujeres. Ojalá fuera
tan fácil como suprimir o modificar una identidad genérica y/o una
orientación sexual y con eso se acabó el feminicidio y la violencia de
género. Creerlo solo demuestra el desconocimiento de las imbricaciones
en el ejercicio del poder y el control como causa de la violencia cuyo
fin último es la dominación.
Hace unos días se hizo viral una publicación en la que se afirmaba
que la heterosexualidad ponía en riesgo la vida de las mujeres, lo
cierto es que existen muchas y suficientes razones lógicas para derribar
ese argumento que claramente tienen un sesgo de violencia discursiva al
pretender imponer una identidad sexual como la solución a la violencia
de género.
Es fácil tomar el argumento y difundirlo para, desde una postura
doctrinal y apologética se pretenda hacer de una identidad sexual una
suerte de credo que nos dé todas las libertades, lo que se pretende es
tan absurdo y la razón es que la identidad sexual -como se ha dicho
hasta el cansancio- no se elige sino que es una característica inherente
a la persona y que no puede ni debe intentar cambiar para favorecer la
aprobación que el entorno y contexto tiene de ella.
Aún así, las personas morenas escuchamos todo el tiempo expresiones
tales como “para hacer lucir tu piel más clara”, “ese color de ropa te
hace lucir más blanca”, y situaciones que forzosamente pretenden desde
una lógica colonialista y blanqueadora, asumir que las personas de piel
oscura deberíamos intentar ser más blancas para tener una mejor posición
social. Algo así el pretender que se abandone la heterosexualidad para
garantizarnos la vida.
Pero haciendo un análisis más profundo, lo que en realidad tenemos
que repensar es la facilidad con la que se pierde de vista que la
violencia no responde a la heterosexualidad ni a la identidad genérica
de las mujeres, sino que es una expresión de la noción del control y el
poder que se ha construido dentro del sistema patriarcal como única vía
para la dominación del otro, la subyugación del otro. En un sistema en
el que la subyugación es per se una forma de ser, la que prevalece en el
discurso social.
Indistintamente de la identidad de género, apostamos a la
deconstrucción de esa noción, el orden simbólico patriarcal, el logos
del conocimiento y nuestra manera de aprenderlo en el que todo se hace
desde la estructura de un sistema en el que la imposición bajo
mecanismos coercitivos se convierte en la forma de hacer que el otro
haga lo que es nuestra voluntad.
El sistema dispone de férreas estructuras sociales para conseguirlo,
desde normas, creencias religiosas, noción de la identidad de género y
la percepción que de una misma tenemos, hasta convenciones acerca del
deber ser para las mujeres y los hombres en cada ambiente social. En
caso de que alguna de estas se transgreda, se dispone de mecanismos y
herramientas para retornar al redil tanto a los hombres como a las
mujeres.
Claro que dentro del sistema se ha conferido mayor valor a la
voluntad y vida de los hombres por ser patriarcal que ubica al hombre en
el centro de todas las cosas, la hegemonía androcéntrica que nos
“inventa” -por decirlo de alguna forma- un orden en el que hay una
centralidad y otras periferias feminizadas sin poder y sin atracción,
sin valor.
Solo entendiendo esto es posible comprender que la violencia es el
mecanismo por el cual se pretende hacer regresar al otro u otra a la
sujeción y la subyugación frente a la voluntad del otro, en el ejercicio
de un poder hegemónico y patriarcal indistintamente de lo que esa
persona que lo ejerce tenga entre las piernas o en sus genitalidades
internas.
Nos quedamos en un análisis bastante ligero si achacamos a la
heterosexualidad de los hombres su violencia. Entonces ¿por qué las
mujeres heterosexuales no los matan? ¿por qué se cometen crímenes de
odio entre parejas homosexuales? Sí, como usted lo lee, crímenes de odio
entre parejas homosexuales, y ¿por qué hay violencia física y
explotación amorosa entre las parejas de mujeres?
La respuesta es, y nos quedamos cortas en el espacio para la
reflexión sin duda, porque la heterosexualidad no mata, el ejercicio
patriarcal del poder sobre la otra sí. Lo que nos violenta no es la
identidad de género, sino cómo las personas hemos aprendido a ejercer el
poder y el control y eso es lo que estamos deconstruyendo, y parece ser
que -desde mi aprendizaje personal-, la única vía para ir en sentido
contrario a ese ejercicio es la renuncia del control y del poder.
Entender que las otras personas no son nuestras, ni extensiones
nuestras, que los celos que nos habitan son emociones que podemos
procesar íntimamente pero que no tenemos derecho ni facultad para
utilizar, así usar a las personas que confían en nosotros, que nos dan
su amor como un insumo explotable.
El amor nos empodera, nos confiere “poder” sobre una persona, nos
confiere confianza y nos ubica en un plano emocional en el que podemos
recibir una percepción idealizada de nosotras mismas, un otro u otra que
nos hable de las cualidades que le hacen ver en nosotros la mejor
versión posible… pero nosotras somos quienes decidimos y conforme a
nuestras capacidades determinamos lo que hacemos con ese “poder”, para
mantenerlo, para conservarlo, o para ejercerlo.
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche
CIMACFoto: César Martínez López
Cimacnoticias | Campeche, Cam.-
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