El fracaso de la función de gobierno no corresponde sólo a un partido
sino a dos. En el lapso de 12 años, entre el año 2000 y el 2012, hubo
dos cambios políticos de gobierno, pero ninguno hizo la crítica
pertinente ni planteó una modificación de rumbo. En un periodo de 18
años, los partidos de la alternancia fracasaron luego de aplicar la
misma política.
Mientras la confrontación entre los abanderados de PRI y PAN era
muchas veces algo personal, ya que las acusaciones entre ellos nunca
tocaron la gestión de gobierno, ambos presentaban los mismos denuestos
hacia el candidato de Morena debido a las profundas divergencias con su
programa. La convergencia programática entre los viejos partidos era
evidente en los discursos y las polémicas.
El peligro a lo desconocido, denominado “populismo”,
“irresponsabilidad”, “ocurrencias”, “locuras”, etc., no era más que el
repudio a un cambio de orientación política del gobierno y del Congreso.
Los candidatos de la línea política bipartidista hablaron mucho del
peligro inminente de una vuelta al pasado, a las crisis económicas
recurrentes, el estancamiento económico y la regresión social, pero sin
admitir que en los últimos 18 años no se ha visto crecimiento y ha
empeorado el patrón de distribución del ingreso.
Ambos candidatos del neoliberalismo lanzaron una inusitada plataforma
de promesas de política social que no corresponde con sus verdaderas
inclinaciones, pero sólo era para contrarrestar al otro aspirante. Pocos
les creyeron, lógicamente.
Algunos intelectuales de centro-derecha han reconocido cierto fracaso
del neoliberalismo en México, pero difunden la idea de que desviar el
curso con un golpe de timón sería una vuelta atrás. En el colmo, Aguilar
Camín (Milenio, 27.06.18) ha enunciado la tesis de que ese
neoliberalismo fue el que condujo a la competencia política, como si el
viejo sistema priista y su oposición de derecha hubieran prohijado las
libertades políticas que hoy se tienen, es decir, se quiere borrar a la
izquierda mexicana como si ésta nunca hubiera existido, para lo cual se
desconoce el largo y penoso proceso de lucha popular por las reformas
políticas, incluida la primera sacudida de 1988.
El desastre del desbordamiento delincuencial y la violencia que
afecta al país no es cualquier añadido de una crisis nacional en curso.
En este tema todo parece indicar que las cosas están empeorando
rápidamente. La alternancia de los viejos partidos no sólo fracasó, sino
que es parte del mismo problema que se ha incubado en la falta de un
programa social, en la corrupción generalizada y en el deterioro del
aparato público.
La crítica del Estado corrupto mexicano no podría venir de los mismos
que han construido ese sistema de gobernar. Cuando los candidatos de
los partidos más comprometidos con la corrupción se lanzaban con cierta
desesperación a condenarla, se estaban refiriendo en general al
fenómeno, sin entrar en espinosos detalles. Esto ayudó a confirmar lo
que ya se sabía: las condenas a la corrupción procedentes de los
abanderados del PRI y del PAN no se las cree casi nadie, muchos menos
ellos mismos.
En medio de ataques, afirmaciones falsas e insultos se realizó una
contienda política que, sin embargo, terminó como había empezado. Las
preferencias se mantuvieron casi igual que al principio de esos meses en
los que se intentaba desacreditar un programa democrático y social.
Una gran parte de la sociedad mexicana ya había cambiado para
entonces y también se había conformado la fuerza política capaz de
encabezarla. El poder lo sabía, pero tuvo que defenderse todo lo que
pudo, era su obligación consigo mismo.
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