Meses después las expectativas empezaron a derrumbarse, entre otras
razones por la demora en la aprobación de las llamadas reformas
estructurales y la permanencia de la inseguridad. El 27 de agosto,
apenas nueve meses después de la toma de posesión, Proceso informó en su
portal que Ernesto López Portillo, director del Instituto para la
Seguridad y la Democracia, destacó en una conferencia que de mantenerse
la tendencia de 13 mil 775 homicidios dolosos entre diciembre de 2012 y
julio de 2013 –como publicó el semanario bajacaliforniano Zeta–, Peña
Nieto “culminaría su gestión con 124 mil 975 muertos, lo que representa
un incremento de 49.3% respecto de la herencia de Calderón…” (Proceso
1922).
El pronóstico de López Portillo se quedó corto: al último día de
octubre de este 2018 la cifra alcanzaba los 144 mil 568 homicidios
dolosos; es decir, casi 20 mil muertos más de los que señaló y casi 24
mil más de los 120 mil 935 del sexenio de Felipe Calderón. Como fue muy
evidente, tras un ligero declive en las cifras en los primeros dos años,
el repunte se disparó hasta establecer máximos históricos en 2017, con
31 mil 174 y una tasa de 25 homicidios por cada 100 mil habitantes, y
seguramente superarlo en este 2018.
Las expectativas tampoco se cumplieron en el ámbito de la creación de
empleos, pues si bien –como presumió el mismo presidente Peña Nieto,
apenas el miércoles 14– en el presente sexenio se generaron más de 4
millones, cifra sin precedentes, fueron de mala calidad.
Un informe del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de
Desarrollo Social (Coneval) revela que 41% de la población recibía en el
cuarto trimestre de 2017 un ingreso laboral inferior al costo de una
canasta alimentaria. Otra evidencia de esto es que del tercer al cuarto
trimestre del año pasado el número de empleos de más de dos salarios
mínimos disminuyó en 859 mil 914. En contrapartida, el de menos de dos
salarios mínimos se incrementó en 1 millón 103 mil 683 personas; es
decir, decrecen las plazas mejor pagadas y crecen las de menores
remuneraciones.
Los publicitados impactos positivos de la reforma energética tampoco
se cumplieron, aunque en este caso el pueblo ya los había descontado.
Para respaldarla, la propaganda oficial hablaba de disminución en los
precios de los energéticos y de un incremento en el crecimiento
económico como consecuencia de la inversión que generaría.
El 1 de agosto de 2014, ocho meses después de la aprobación de la
reforma, una encuesta del periódico Reforma señaló que 40% de los
entrevistados la calificaban como mala y muy mala contra 34% que la
consideraba como buena y muy buena; pero todavía más significativo es
que 61% consideraba que los precios de los combustibles aumentarían por
la misma reforma y únicamente 22% pensaba que disminuirían (Proceso
1971).
No se equivocaron: de diciembre de 2012 a la fecha la gasolina Magna
aumentó 85% y la Premium, 89%; en el mismo periodo la inflación fue de
apenas 25.91%; es decir, los precios de las gasolinas subieron tres
veces y medio más que los precios en general.
Las llamadas reformas estructurales de Peña tampoco lograron disparar
el crecimiento económico, pues durante su sexenio el promedio anual de
aumento del Producto Interno Bruto fue de apenas 2.1%, que sólo supera
el 0.3% de Miguel de la Madrid y es muy similar al 2.2% que lograron
Vicente Fox y Felipe Calderón, de acuerdo con la información publicada
en El Financiero en abril del año pasado.
El recuento de expectativas fallidas y promesas no cumplidas es largo
y cobró un muy alto precio tanto al presidente como a los partidos que
respaldaron su programa y firmaron su Pacto hace seis años.
La encuesta de Latinobarómetro, que aplica anualmente en 18 países
latinoamericanos, muestra claramente la evolución de la aprobación
presidencial de 2013 a la fecha: en la primera medición el gobierno de
Peña Nieto obtuvo 46% de respuestas aprobatorias, lo que lo colocaba en
el octavo lugar de la tabla; el porcentaje decreció a 35 en 2015; a 25
en 2016; a 20 en 2017, y sólo 18% a mediados de este año, lo que lo
colocó en el décimo séptimo lugar, únicamente por encima del gobierno
brasileño y muy por debajo del 53% de aprobación que obtuvo el gobierno
de Costa Rica, que ocupó el primer sitio.
Pero la desaprobación de la forma de gobernar de Peña Nieto también
se manifestó en las urnas el pasado 1 de julio, pues los tres partidos
que firmaron el Pacto el 2 de diciembre de 2012 perdieron en conjunto
más de 38 puntos porcentuales de sus preferencias electorales.
El PRI, que en las elecciones de diputados de julio de 2012 obtuvo
33.6% de los votos, lo que lo colocó como la primera minoría, se
derrumbó y obtuvo 17.51% en los comicios pasados, colocándose como la
tercera fuerza; el PAN, que hace seis años logró 27.3% y se colocó como
segunda fuerza, si bien conservó su posición, sólo obtuvo 18.97 de los
votos, mientras el PRD redujo su fuerza electoral a casi una cuarta
parte de la que logró hace seis años, al pasar de 19.4% a 5.57% y cayó
de la tercera a la cuarta fuerza.
En contrapartida, Morena, cuya primera participación electoral fue en
2015, cosechó prácticamente el porcentaje de votos que perdieron esas
tres fuerzas, pues logró 39.43% de los sufragios emitidos.
Peña Nieto y su Pacto por México colapsaron en seis años; transitaron
del “Momento Mexicano” –y ocupar la portada de la revista estadunidense
Time del 24 de febrero de 2014 con el título “Salvando a México”– a la
masiva desaprobación popular de su gobierno, la contundente derrota
electoral del pasado 1 de julio y la herencia de corrupción, inseguridad
y violación de derechos humanos.
Este análisis se publicó el 25 de noviembre de 2018 en la edición 2195 de la revista Proceso.
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