Los afanes centralistas del presidente les vinieron estupendos a los
gobernadores, porque de esa manera le dan la vuelta a uno de los
principales problemas que tienen encima.
No es la primera vez que ocurre. Con su declaratoria de guerra al
narco, el entonces presidente Felipe Calderón se quiso consagrar como el
jefe de Estado “valiente” que por fin combatía de frente a esa
expresión de la delincuencia organizada. Tal era el discurso oficial.
Su sucesor, Enrique Peña, dejó de lado la retórica de guerra, pero mantuvo la estrategia.
Cada uno pretendió resolver desde el centro el problema. Con la
Secretaría de Seguridad Pública al mando de García Luna y de la Comisión
Nacional de Seguridad con distintos titulares en cada uno de los
gobiernos.
Además de quitarle la responsabilidad a los gobernadores, ambos
gobiernos les dieron millones de pesos a través de distintos subsidios
de fondos federales de seguridad pública para equipar a sus policías,
comprar patrullas, armas y equipos.
Lo que los gobiernos estatales hicieron con ese dinero no se sabe, a
la luz de las condiciones de inseguridad en todo el país y la ausencia
de cuerpos policiales civiles profesionalizados.
Ante el fracaso de los gobiernos de Calderón y Peña, con un alto
costo humano y económico, López Obrador se la pasó durante años
criticando la estrategia. Razón no le faltaba. Su propuesta de no apagar
el fuego con el fuego tuvo respaldo porque suponía un nuevo paradigma.
Para sorpresa de todos, el nuevo presidente no sólo mantiene la
estrategia, sino que la profundizó. Calderón, ni en sus más preciadas
ambiciones, se atrevió a reformar la Constitución para darle a los
militares, de plano, todas las tareas de seguridad, incluida la que
corresponde a los policías, que tiene que ver con los delitos comunes.
La Guardia Nacional de López Obrador no supone ningún cambio. Sólo
que ahora los gobernadores quedan a salvo completamente de las tareas de
seguridad. Por eso es que expresaron su respaldo “sin regateos”.
Claro, porque cualquier fracaso se le atribuirá directamente al
gobierno de López Obrador y a su Guardia Nacional que, a pesar de no
haber sido aprobada constitucionalmente, ya está desplegada en 11
regiones del país. El secretario de Seguridad, Alfonso Durazo, no dijo
cuáles, pero es fácil pensar en las 12 regiones en las que el Ejército
tiene dividido al país.
Antes de ser una realidad legal, La Guardia Nacional deberá pasar por
las impugnaciones que acabarán en la Suprema Corte de Justicia de la
Nación. Lo que pase en el máximo tribunal tampoco se sabe, no sólo
porque no sabemos cómo va a terminar el actual conflicto por la polémica
Ley de Remuneraciones, sino porque cuando desecharon la Ley de
Seguridad Interior, los ministros establecieron que los militares no
deben cumplir funciones de seguridad pública.
El titular del Ejecutivo piensa lo contrario y su mayoría en el
Legislativo lo respalda, lo que podría derivar en otro conflicto entre
poderes.
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