Las palabras del Presidente
de la República sonaron fuertes y retumbaron entre los muros de los
edificios adyacentes al zócalo de la Ciudad de México, capital de la
república. Su fuerza estaba en la forma en que se pronunciaron lo mismo
que en lo que con ellas se decía:
En primer lugar, vamos a darle atención especial a los pueblos indígenas de México; es una ignominia que nuestros pueblos originarios vivan desde hace siglos bajo la opresión y el racismo, con la pobreza y la marginación a cuestas. Quienes lo escucharon, los mismos que habían organizado la entrega del bastón de mando en símbolo de apoyo a su investidura, vibraron de emoción y aplaudieron. Pero el sentimiento les duró poco. Cuando todos esperaban que mencionara las nuevas medidas que se tomarían para remontar esta situación, solamente dijo:
Todos los programas del gobierno tendrán como población preferente a los pueblos indígenas de las diversas culturas del país.
A la sorpresa de no escuchar un cambio de rumbo en el gobierno del
cambio se unieron otras. Una de ellas hablaba de construir el Tren Maya
para comunicar por este medio de transporte rápido y moderno a turistas y pasajeros nacionales en los estados de Chiapas, Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo, mientras otra se refería a la creación de
un corredor económico y comercial en el Istmo de Tehuantepec que comunicará Asia y la costa este de EU, el cual incluiría una vía ferroviaria, ampliación de carreteras; rehabilitación de los puertos; aprovechamiento del petróleo, gas, agua, viento y electricidad de la región; instalación de plantas de ensamblaje y manufactureras, y subsidios fiscales a las empresas para promover la inversión y crear empleos. Aquí francamente el entusiasmo de muchos oyentes se desinfló porque se trata de dos proyectos que desde hace décadas los gobiernos neoliberales impulsan con la oposición de los pueblos.
Tanto la ceremonia con simbolismos indígenas como el discurso del
Presidente de la República tenían sus propios significados, mismos que
se siguen manifestando al paso de los días. Quienes impulsaron el acto
presumían que en él participaban representantes de todos los pueblos
indígenas, algo muy alejado de la realidad, pues sólo estaban los que
piensan que desde el gobierno se pueden impulsar los cambios que mejoren
la situación de los pueblos indígenas; ni por asomo se encontraban
quienes están convencidos la situación de exclusión en que viven obedece
a una relación colonial con el resto de la sociedad y que para terminar
con ella es necesario fortalecer sus estructuras comunitarias y
regionales, construir autonomías. No está mal que el gobierno atienda
las necesidades inmediatas de los pueblos indígenas, es una política
necesaria, más cuando en muchas comunidades es la única actividad que
conocen del gobierno. Lo grave es que con este tipo de actividades se
pretenda encubrir o sustituir el respeto a los derechos de los pueblos,
como está sucediendo en las mencionadas obras.
Lo grave es que también se ve difícil que la administración federal
que comienza pueda incluir en todos los programas de gobierno a los
pueblos indígenas, como es deseable y lo ha prometido el Presidente de
la República. Eso se desprende del Proyecto de Presupuesto de Egresos
para el próximo año, al recién creado Instituto Nacional de Pueblos
Indígenas, sólo se le asignan 5 mil 996 millones de pesos para atender
las necesidades de los pueblos indígenas en el próximo año, una cantidad
menor al ejercido el año pasado que estuvo alrededor de los 6 mil
millones de pesos y mucho pequeña a lo que proyectaba su titular en el
mes de octubre, que rondaba los 20 mil millones de pesos. Se dirá que
existen otros rubros en diversas dependencias de la Administración
Pública Federal y es cierto, pero la historia de los programas
transversales es muy opaca y nunca se puede saber a ciencia cierta
cuando se invierte para atender pueblos indígenas.
Con lo anterior se confirma que una cosa es lo que se ofrece en
campaña, otra lo que proyecta hacer como gobierno, y algo muy distinto
lo que el presupuesto y los poderes fácticos permiten llevar a cabo. Los
indígenas que consideran que desde el poder público se pueden impulsar
transformaciones asumen que las promesas de campaña pueden llevarse a
cabo y cuando esto no sucede se llaman a engaño. Lo peor no es eso sino
que, aun con sus inconformidades, su participación del poder legitima
que se sigan aplicando las mismas políticas, con algún remozamiento,
afirmando que son novedosas y tienen fines distintos. Por el contrario,
los que consideran que ningún cambio sustancial se puede realizar desde
el gobierno, aceptan que el nuevo contexto ofrece condiciones para
afianzar la organización comunitaria y regional, que les permita avanzar
en la de defensa de sus derechos. Y en eso los símbolos y significados
de las partes cuentan mucho.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario