Carlos Bonfil
La Jornada
▲ Fotograma de la cinta del francés Louis Garrel
Una educación sentimental. Amante fiel (L’homme fidèle, 2018), segundo largometraje de Louis Garrel (Dos amigos, 2015), hijo del cineasta Philippe Garrel (Amante por un día, 2017) y actor emblemático del realizador Christophe Honoré (Las canciones de amor, 2007), es una muy disfrutable comedia de enredos amorosos que pareciera hoy reactivar, con un sello muy vintage,
el espíritu romántico de la Nueva Ola Francesa en una época en que
Europa atraviesa una dura crisis cultural, de cara a un escepticismo
radical y al repunte de los extremismos políticos. Lo lógico en este
clima de incertidumbres y desasosiegos morales sería ver prevalecer las
narrativas de un Lars von Trier o un Michael Haneke a la manera de
barómetros puntuales de un ánimo colectivo pesimista. Con su exploración
lúdica y maliciosa de las fragilidades de la ilusión amorosa y de la
vieja hegemonía de un poder masculino, Amante fiel propone un antídoto bastante justo para neutralizar todo desasosiego.
Los toques humorísticos que animan la trama sencilla y algo
previsible de la película son obra de Jean Claude Carrière (colaborador y
cómplice de Luis Buñuel), un guionista veterano que a sus 87 años
muestra una robustez artística envidiable. En Amante fiel, su
apuesta narrativa, emparentada con la briosa lucidez que mostraron
cineastas como Alain Resnais, Jacques Rivette y Agnès Varda en sus
últimas obras, se decanta por una deliberada ligereza de tono y una
construcción muy sólida de sus personajes que en combinación con la
sobriedad sorprendente en el trabajo de dirección de Garrel hijo, ofrece
un relato fílmico redondo, con reminiscencias del Eric Rohmer de los
cuentos morales y el François Truffaut del ciclo Antoine Doinel, y con
un toque de contenida perversidad moral que a su vez remite a Las relaciones peligrosas (Stephen Frears, 1988), según la novela libertina de Choderlos de Laclos.
La parábola moral propuesta aquí es atractiva: Abel (Louis Garrel),
un amante solterón, tan cándido como desparpajado, rondando ya los 40
años, se somete a una dura instrucción sentimental cuando advierte las
dificultades para conquistar de nuevo el amor y la confianza de la viuda
Marianne (Laetitia Casta), la antigua amante que 10 años prefirió las
certezas de la maternidad y el matrimonio con Paul, el mejor amigo de
Abel, a todas sus ligerezas de joven galán inconstante. Para poner a
prueba los posibles progresos que en materia amorosa pudiera haber hecho
Abel en esa década de separación forzada, Marianne utiliza con astucia a
la joven Eve (Lily-Rose Depp), hermana del menor del difunto Paul, como
una fácil carnada en un ajedrez de seducción calculada en el que Abel
habrá de jugar un papel de peón incauto.
Este divertido retrato de Abel como seductor escarmentado y errante,
sin firmes ataduras afectivas y sin domicilio fijo, atenazado entre dos
mujeres que son los polos opuestos de una plenitud sexual y un
titubeante escarceo erótico, se revela también como un comentario ácido y
desencantado sobre la fragilidad espiritual de un personaje masculino
que siente cómo el interés de sus objetos amorosos por él se va
disipando de un modo tan perturbador como esa juventud suya que cada día
le parece más distante.
Con un espíritu malicioso, el guionista y el director hacen
intervenir a Joseph (Joseph Engel), un niño de nueve años, hijo de
Marianne, como la figura providencial capaz de sembrar la discordia
entre los amantes y de aparecer también como un instrumento de
pacificación sentimental. Un Cupido con leves tintes diabólicos en una
comedia de equívocos en la que París juega un papel central como
territorio muy propicio para los viejos juegos del amor y del azar.
Se exhibe en cines comerciales y en la sala 9 de la Cineteca Nacional a las 12:45, 16:45 y 20:45 horas.
Twitter: CarlosBonfil1
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