8/18/2019

Amor oscuro

Arte y tiempo
Raúl Díaz

Un tema con tratamiento diferente aborda y expone el dramaturgo judío-mexicano Isaac Slomianski en su obra Amor oscuro.
Si bien a estas alturas a nadie espanta la exposición de algo que ha existido desde siempre, pero también desde siempre se ha pretendido ocultar, su exhibición en escena las más de las veces ha sido desafortunada, lo que no es en este caso, sino todo lo contrario. Hablo de la preferencia sexual femenina por el mismo sexo. Es decir, en esta ocasión, del lesbianismo o predilección lesbiana que si ahora ya es hasta jurídicamente aceptada, por lo menos en la Ciudad de México, ha sido tabú por los siglos de los siglos y, en algunas regiones y mentalidades retrógradas sigue siéndolo.
Una etapa particularmente oscura en la historia de la humanidad fue la del predominio de la Santa Inquisición, que condenaba todo y, por supuesto, una relación lésbica que de sólo pensar que existiera condenaba al fuego eterno. Los sacerdotes verdugos, enfermos mentales todos necesariamente y precursores del nazismo, perseguían a los de sangre impura, lo que de inmediato situaba como blanco predilecto a los judíos. Con estos antecedentes se entenderá lo condenable y demoniaco de una relación lesbiana que, además, se producía entre una judía y una gentil es decir, una no judía y, claro, católica, apostólica y romana.
Pues bien, de este caso, el del amor incontenible e incontrolable entre una judía menor de edad, huérfana y habitante de un asilo, y la gobernanta del asilo, española pura y hermana del Gran Inquisidor, trata la obra de Slomianski, dirigida por Víctor Weinstock y las actuaciones de Ana Karina Guevara (Doña Inés de Manríquez), Gastón Yanes (Don Rodrigo de Mendoza, médico de la Inquisición) y Fernanda Albarrán (María de Talavera). La sencilla pero inteligente escenografía así como la iluminación son de Patricia Gutiérez Arriaga y los adecuados vestuario y maquillaje, de Brisa Alonso.
La inquisitorial Gestapo sospecha que en el asilo que dirige Doña Inés se esconde una judía y se propone descubrirla, y desde luego, condenarla. ¿Por qué?, ¿ha cometido algún delito por mínimo que sea? No, para nada, pero es judía y para la santa depredadora con eso basta.
Doña Inés, perdidamente enamorada de María, echa mano de todos sus recursos para protegerla, y entre esos recursos está Don Rodrigo, a su vez locamente enamorado de doña Inés, quien, naturalmente, ni por asomo intuye la real relación existente entre las dos mujeres.
Lo que pasa a partir de la sospecha sobre María constituye el cuerpo de la trama y las acciones que van dejando al descubierto la represiva ominosa situación que la sociedad de ese tiempo padecía. El final puede considerarse inconcluso, pero –creo– es intencional por parte del dramaturgo y, si es así, es un final inteligente.
Excelente, la actuación de Gastón Yanes con los 100 y un matices y tempí por su personaje requeridos. El enamorado a distancia, el correspondido, el que se sabe usado, el que brutalmente despierta a una realidad, cada uno está allí. Bien, muy bien, Ana Karina Guevara; su Doña Inés es real y convincentemente cambiante acorde con cada situación. En contraposición, plana, sin matices, sin entender nunca que cada momento es distinto, creyendo que hacer el amor y mostrar miedo es lo mismo, Fernanda Albarrán, quien jamás tuvo un momento de verdad escénico. El director es responsable.
Amor Oscuro, que vale la asistencia, se presenta en el Foro Lucerna, los viernes a las 20:30, los sábados a las 18 y a las 20 horas y los domingos a las 18 horas.

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