Me
llamo Arnulfa M. Soy mexicana. Mi edad… bueno, es complicado: cuando
recibí el balazo en la cabeza en aquella manifestación por los años 70,
cuando protestábamos pidiendo aumento de salario y la reincorporación de
unos compañeros despedidos, era de 27 años. Pero pasé mucho tiempo en
coma, en un hospital público en la ciudad de México, hasta el 2019, año
en que desperté. Los médicos no atinan a explicar cómo fue clínicamente
mi caso, por qué me reanimé después de tanto tiempo, y por qué no
demuestro la edad cronológica que efectivamente tengo. Porque, en
verdad, soy una viejita de más de 70 años, pero mi cuerpo no envejeció
tanto.
Yo misma no me reconozco, porque ahora me veo una
cara extraña, no de 27 años, ni tampoco de una abuelita de casi 80 años.
Es algo raro, no sabría explicarlo. Pero eso no importa ahora. Ni
tampoco importa, me parece, el hecho que siga teniendo una mente lúcida,
clara. O, bueno…, más o menos clara, porque nunca fui particularmente
inteligente, ni antes ni en este momento. Pero la verdad que ahora no me
siento atontada. Me siento confundida, tremendamente confundida. Y
nadie me termina de explicar bien todo esto.
Bien: me
explico. Pero, ante todo, quiero excusarme por mi manera de escribir.
Perdón si tengo un estilo no muy cuidado, o más bien desastroso. Y
perdón por mis faltas de ortografía. Prefiero dar a conocer esta carta
sin que nadie me la revise. No me importa tanto la gramática ni el
estilo; lo que sí me importa es lo que quiero decir, lo que sí quiero
dar a conocer. Espero que me entiendan.
Tengo segundo año
de bachillerato; hasta ahí pude llegar. Me hubiera gustado ser maestra, o
doctora, pero no se podía. Mi familia era muy pobre -padre albañil,
madre costurera, era la tercera de seis hijos-, así que a mis 14 años ya
empecé a trabajar. Primero en una empacadora de carne, luego en una
bodega, con otros hombres acomodando cargas (ese fue mi trabajo más
duro). Y después en una planta textil, que era donde trabajaba cuando
vino lo del balazo. Es decir: fui obrera toda mi vida.
Como
siempre fui bastante irreverente, era de las que no me dejaba, por eso
de jovencita nomás me empecé a involucrar en el trabajo sindical.
Siempre me pareció injusta la situación de la clase trabajadora. Mis
padres chambearon toda la vida, y jamás salieron de pobres. Muchas, pero
muchas veces nos íbamos a dormir con la panza vacía. Nunca me pareció
justo eso. No lo entendía, no me parecía bien. ¿Para qué trabajar toda
la vida si una no se puede comprar ni siquiera un pinche taco?
De
chamaca también me involucré con tipos. A los 15 años tuve mi primera
relación. A los 18 salí embarazada, y fui madre soltera por mucho
tiempo. A los 25 o 26, ya trabajando en la hilandería, me junté con el
Danilo. Él ya tenía dos hijos, pero no vivían con nosotros. Era mayor
que yo; me llevaba como diez años, o más. Fue él quien me terminó de
abrir los ojos en muchas cosas. Resulta que él era militante comunista;
estaba en una organización que, por lo que pude averiguar ahora, ya no
existe más. Era más estudiado que yo; creo que había terminado el nivel
medio, y era muy lector. Y creo -nunca me lo contó muy bien- que había
estado en Cuba, o en la Unión Soviética. Fue gracias a él que empecé a
leer a Marx, a Engels, a Lenin. Él, con mucha paciencia, me explicaba lo
que yo no entendía.
Bueno, pero no me quiero perder en lo
que deseo expresar ahora. Lo cierto es que, cada vez más, fui ganando
en conciencia, en claridad política para entender las cosas. Me empecé a
dar cuenta de cómo nos viven mintiendo, manipulando. De jovencita, de
chamaca, por ejemplo, yo era muy de ir a la iglesia. Hasta alguna vez,
creo que fue cuando tuve una pelea con mi primer noviecito y me dejó por
otra, pensé en meterme a monja. Ahora me acuerdo y me río. Pero en
aquella época yo creía mucho en dios, en la iglesia, en los curas. Por
ejemplo: me solía confesar con un sacerdote. ¡Y me daba vergüenza decir
algunas cosas! En ese tiempo no existían todas estas cosas raras que
ahora llaman cultos evangélicos. Lo cierto es que no me metí a ningún
convento. Me parece que tener sexo me llamó más la atención…
¡felizmente! Lo que quería decir es que nos mienten todo el tiempo, y la
iglesia es una de las principales mentirosas. Siempre al lado de los
ricachones, haciéndonos sentir culpables por todo, asustándonos con el
infierno…. Lo peor, es que los curas -y las monjas también- tienen sexo
todo el tiempo. ¡Bola de hipócritas!
Digo todo esto, y no
oculto que, con mucha cólera, porque ahora que lo veo a la distancia me
doy cuenta todo lo que a una le mienten, le ocultan, la manipulan. Y no
solo en la iglesia, por supuesto. También en la escuela, en la
televisión, en los diarios. Nos viven engañando. Por eso estoy contenta
que, con el tiempo, pude ir abriendo los ojos. Pero más cólera me da lo
que me está pasando ahora.
Me explico. Aquel marzo de 1972
estábamos en huelga. Yo había pensado llevarme a mi hijito, el
Miguelito, a la marcha. ¡Menos mal que no lo hice! Quizá hasta lo
hubieran matado a él, o me hubiera visto a mí en esas condiciones.
Cuando vino la policía la cosa se puso dura. Ni sé de dónde, aparecieron
armas y empezó la balacera. La policía disparó a matar, así de simple.
Nada de balas de goma o esas cosas. Eran tiros de verdad. Y a mí me
dieron un balazo en la cabeza. Parece que tuve suerte, porque no me
morí, sino que quedé en coma. Para mi familia fue fatal, por supuesto.
Fue terrible no solo porque fui a parar al hospital sino por todo lo que
vino después. Ustedes podrán imaginar su sufrimiento: yo quedé en un
estado vegetativo por años, y nadie sabía cómo iba a reaccionar. Así
fueron muriendo mi madre -mi ruquito ya había fallecido antes-, mis
hermanos, mis allegados. Cuando desperté, ahora en 2019, ya el mundo era
otro. Y ahí empieza mi drama.
Lentamente me fueron
explicando lo que había sucedido. Yo no podía creerlo. Mi hijo, que
parece ser siempre estuvo pendiente de mí, manejaba un taxi en el DF. Ya
era un señorón, casado, con tres hijos. Él no podía creer que después
de tantos años yo hubiera vuelto a la vida. Y yo menos lo creía. Pero
así fue. Del Danilo, quien fuera mi pareja por aquel entonces, ya no
pude saber más nada. Parece que él dejó a mi hijito con otra gente, y él
hizo su vida, así que ahora ni sé si vive. Por lo pronto, nunca vino
por mí, así que yo es como que nací de nuevo.
Sí, volví a
la vida -con algunos añitos más, claro-. Aunque eso es una manera de
decir, por supuesto… Porque esto es una vida rara. Primero, porque
estaba en un hospital muchos años después de haber entrado en coma, por
lo que médicos y enfermeras actuales no entendían nada, no me conocían,
era un bicho raro. Y luego, porque nadie sabía dónde tenía que ir a
parar. Mi hijo, lamentablemente, no tenía las condiciones para darme
posada. Otros familiares tampoco podían hacerse cargo. Me quedaba solo
un hermanito vivo, y estaba en un geriátrico el pobre. Entonces almas
caritativas -vamos a decirlo de esa manera- me recogieron y me pusieron a
vivir en una casa especial, donde paso mis días ahora. Y ahí es donde
comienza mi drama.
Quiero aclararlo: estar casi 50 años en
coma no fue mi verdadero problema. Así, en ese estado, una no siente
nada. No puedo decir que fuera bonito o feo: no sé, no me daba cuenta de
nada. El problema empezó cuando abrí los ojos. O peor aún: cuando
empecé a volver a la vida. Por supuesto, fue muy difícil todo: no me
podía parar, no podía comer por mí misma, no podía hacer popó yo solita.
Fue terrible reincorporarme a la vida. Pero eso no es lo peor. Eso,
lentamente, se fue arreglando. Ahora me manejo muy bien sola, y en esta
casa no me falta nada. Lo realmente trágico fue el mundo con que me
encontré.
Cuando digo “trágico”, no me refiero, por
supuesto, a mi situación personal. Créanme que eso, más o menos, se fue
solucionando. La cabeza todavía me funciona, y como nunca fui
especialmente lúcida -más bien me consideré siempre medio tontita- no
noté grandes diferencias ahora. Sé que soy una cosa rara para la
Medicina. Me estudian, me han venido a entrevistar no sé cuántas veces,
han llegado doctores, estudiantes, la televisión. ¡Hasta estos pinches
gringos puñeteros vinieron a hacerme un reportaje! Sin dudas, soy un
caso especial, raro, digno de estudio. Eso está bien. Lo que me mata es
lo que empiezo a ver del mundo actual.
Lo que más conozco
del mundo ahora, lo sé a través de la televisión y de los diarios que
leo. Créanme que me siento rarísima: nunca había visto la televisión a
colores; para mí eso es increíble, es una novedad que me llama la
atención. Pero si algo me llama más la atención, y fundamentalmente me
inquieta, es lo que veo que está ocurriendo por todos lados. Veo que
esto no es solo de México: es mundial.
¿A qué me refiero?,
dirán ustedes. Pues… ¡nos cambiaron el mundo! Esto que hay ahora no lo
entiendo. Esto es otra cosa. Este no es el planeta que yo dejé. ¡Y no
exagero! Nos cambiaron todo, totalmente. Al principio, cuando ya pude
valerme más o menos por mí misma y tuve cierta independencia, lo único
que me empezó a interesar es ver cómo estaban las cosas. Por eso leí y
leí, y sigo leyendo todo lo que pueda para informarme. De hecho, me
ofrecieron un teléfono de esos que se usan ahora, pequeñitos, sin cable,
que tienen pantalla de televisión. Pero, la puritita verdad es que no
me acostumbro. Me cuesta leer en una pantallita tan pequeña, no me
gusta. De ahí que me la paso leyendo periódicos, al viejo estilo. Y
viendo televisión. La vista, aunque con lentes, todavía me funciona, así
que ahí vamos.
Pero… ¡qué espanto todo! Ahora ya no se
habla de trabajadores sino de colaboradores. ¡No lo puedo creer! ¿Cómo
colaboradores? Si nosotras no colaboramos con las empresas, con esos
chupasangres que nos viven explotando. Y encima, a las mujeres, nos
tratan mal y lo único que quieren es llevarnos a la cama. ¡Colaboradores
tu pinche madre, güey! Lo peor es que veo que mucha gente, muchos
trabajadores, o digámoslo de otro modo: muchos asalariados, lo aceptan.
Parece que ya se puso de modo decirse “colaboradores”. Entonces… ¿se
terminó la explotación?
Esas son las cosas que no
entiendo. Antes, años atrás, cuando yo era niña o jovencita, lo teníamos
más claro, me parece: la patronal nos explota, por eso hacíamos huelga,
por eso salíamos a las calles a protestar para pedir aumento de sueldo,
por eso exigíamos mejores condiciones de trabajo. Ahora, por lo que
veo, por lo que la gente con la que hablo me transmite, ya no se habla
de explotación. Al contrario: pareciera que hay que agradecer si una
tiene un pinche puesto de trabajo. Si se tiene la dizque “fortuna” de
tener un trabajo seguro, hay que cuidarlo como un ojo de la cara, como
la más valioso. Como la virginidad, diría mi abuelita, que en paz
descanse. Realmente me cuesta creerlo. Escucho cada rato en la
televisión que las empresas “crean fuentes de trabajo”. ¡Qué hipocresía!
¡Qué monstruosidad! Se dice eso como Juan por su casa, con la más
pasmosa tranquilidad, dando por supuesto que explotar a la gente es como
hacerles un favor.
Me arrecha todo eso, me pone como la
gran chucha. Y la gente no reacciona. ¡No lo puedo creer! Bueno…, es
que, por lo que voy entendiendo ahora que desembarco de nuevo en el
mundo, en estos años hubo cambios increíbles. Veo que los explotadores
les ganaron la batalla a los trabajadores, y la Unión Soviética ya no
existe. ¿Perdimos la batalla? Me da la impresión que sí.
Lo
digo así porque, verdaderamente, me da la sensación que esto es una
guerra, aunque hoy día hagan lo imposible por no hacerlo sentir así.
Recuerdo que años atrás hablábamos sin vergüenza de lucha de clases.
Hoy, en la actualidad, nunca más volví a escuchar eso. Y miren que leo
todos los periódicos, incluso los de fuerzas de izquierda que me traen
mis nietos. Pero de lucha de clases, nada. ¡Ni una palabra! Incluso mis
nietos, que ya son unos muchachones, ni saben de qué les estoy hablando
cuando les digo eso.
¿Qué pasó entonces? Antes, recuerdo,
era habitual quemar banderas de Estados Unidos, que por aquel entonces
estaban en plena guerra de Vietnam. Hoy eso ya no pasa en ningún lado.
Por lo que veo, al contrario: se esperan inversiones de capitales
yanquis. No se les quiere, por supuesto -¿cómo se les va a querer, si
son unos cerdos imperialistas?- pero la gente, me refiero a la población
y a los gobiernos, parece que espera la llegada de las empresas
yanquis. Y también de la cooperación internacional.
Eso es
algo que no me encaja. En mi época no existía esto que ahora llaman
cooperación internacional. O, si existía, era una cosa secundaria. Ahora
parece que no hay país pobre que no tenga estas dichosas ONG’s,
plagadas de gringos: norteamericanos o europeos. ¿Será que todo eso va a
resolver nuestros problemas? No, ¡por supuesto que no! Pero da la
impresión que cada vez se confía más en estas cosas que en lo que puedan
hacer los Estados nacionales. Por lo que leo, en todas partes los
gobiernos o, mejor dicho, los Estados -porque no son lo mismo- esperan
esos grupos llamados de “cooperación”. ¡Qué vergüenza! ¡Qué bajo hemos
caído!
Por eso, y por muchas cosas más, veo que el mundo
cambió tremendamente. Pero no a favor de los pobres, de la clase
trabajadora, de los siempre explotados. ¡No!, al contrario. Cambió para
volverse más hostil, más descarnado. Y lo curioso es que la gente lo
acepta, parece no reaccionar. Me atrevería a decir que, en cierto
sentido -no quiero ser injusta en la apreciación- a la gente la
convencieron que así tiene que ser.
¿Por qué digo esto?
Porque antes, que yo recuerde, protestábamos más, nos organizábamos,
exigíamos nuestros derechos. Ahora, me parece, la gente está más
adormecida. Por ejemplo, con estos teléfonos inalámbricos, veo que todo
el mundo está como embobado. Pero ¡embobado de verdad! Ya he visto
infinidad de ejemplos que no se podrían creer: gente que por tomarse una
foto de sí misma se ha caído a un precipicio, o que choca con su carro
por ir viendo la dichosa pantallita. Gente que, sentada una al lado de
la otra, prefiere no hablarse, y peor aún: mandarse mensajes escritos a
través de esos aparatos, estando a un par de metros. Créanme que no lo
entiendo: ¿ya no se habla más la gente cara a cara? El otro día escuché
hablar de sexo virtual. ¿Y eso? ¿Ya no se transpira más haciendo el
amor? ¿Todo por teléfono, o por computadora?
Hay tantas,
pero tantas cosas que no entiendo, que a veces pienso que para qué
reviví. Porque, de verdad, me asusta todo esto. No me asusta que no sepa
manejar mucho de la tecnología que ahora veo. Eso es un pinche y
puñetero dato anecdótico. ¿Cuál sería el problema de no saber usar una
computadora? Marx, Engels, Lenin, o Miguel de Cervantes, o Darwin, y
tantos otros, no tenían computadora…, e hicieron cosas fabulosas. ¡Me
asusta el mundo que han ido construyendo los mandamases! Porque veo que
las protestas de antaño se han ido domesticando. O, mejor dicho, las han
ido desapareciendo.
Hoy me espanta el retroceso que todos
los trabajadores hemos tenido. Te contratan sin leyes sociales, te
contratan a prueba por tres meses, y luego te echan a la calle, te
exigen hacer horas extras y no te las pagan. Lo peor de todo, lo que más
me tiene sorprendida, tremendamente sorprendida, es que la gente no
parece reaccionar. Nos han hipnotizado. ¿Idiotizado? Bueno…, a veces
pienso que sí. Idiotizado, o domesticado. Eso de estar viendo horas y
horas una pantallita en un teléfono sin hablarse uno con otro, de verdad
que no lo entiendo. No digo que la gente ahora sea más boba, pero sí
que la han embobado. Solo juegos de fútbol por televisión… ¿Cómo es eso?
Por
ejemplo, cosa que para mí era muy importante años atrás, cuando me
sentía una luchadora social, cuando ponía todo mi esfuerzo en eso y
pensábamos que la revolución socialista era posible, hablábamos de
explotación, de patronal explotadora, de imperialismo, de burguesía, de
asquerosos oligarcas chupasangres. Hoy día ya jamás escuché hablar de
“proletariado”. ¿Es que no existen más los trabajadores, los obreros?
Como decía hace un momento: colaboradores sí, pero trabajadores no. ¿Qué
nos pasó? Y vean esto: cuando lo escuché, me quería caer de espaldas. A
una señora que vende comida casera por la calle, o a un güey que vende
helados, por ejemplo, se le llama “microempresario”. ¿Es una tomadura de
pelo?
Como me paso la mayor parte del tiempo sentadita en
mi casa leyendo o mirando televisión -no me acostumbro todavía a esto
que le llaman teléfonos inteligentes-, ya estoy que se me salen los ojos
de ver una pantalla. ¡En colores!, cosa que todavía me tiene
sorprendida. Pero, más allá de los portentos de la tecnología, una
pantalla plana y no sé cuántos avances más, lo que se ve ahí es
espantoso, patético. Yo no soy una moralista, créanme. Nunca lo fui, por
eso fui madre soltera sin ninguna vergüenza. Y tuve muchos chavos…
¡muchos! Y jamás iba a la iglesia. Desde chamaquita dejé todo eso de las
religiones. Pero de verdad es que me tiene sorprendida, anonadada,
verdaderamente pasmada lo que se ve en eso que le llaman “la caja boba”.
Ahora entiendo por qué lo de “boba”. Lo único que veo ahí son cosas de
mal gusto, viejas empelotadas, programas donde hacen apología de la
violencia, chismes y chabacanería, muchachas mostrando el culo todo el
tiempo. Y también chavos todos musculosos ofreciéndose como papacitos.
No soy una moralista, repito; pero el mensaje que ahí puede encontrar
una es de puro pasatiempo hedonista -creo que se dice así, ¿no?-, de un
placer efectista barato. Realmente espeluznante para mi gusto. Recuerdo
que vez pasada leí un comentario de uno de los hermanos Marx, Groucho
para el caso (con confundir con Carlos Marx, por supuesto), esos cómicos
gringos de hace años. Decía el cuate: “La televisión es muy instructiva…, porque cada vez que la prenden me voy al cuarto contiguo a leer un libro”.
¡Exacto!
La televisión, ya en mi época era un espanto, y ahora, super
sofisticada como está, es infinitamente más espantosa. Es cruel,
violenta, chabacana. Todos los programas, todos, aún aquellos que se
pretenden serios o científicos, transmiten una vulgar ideología de
derecha, conservadora, de sumisión. Lo único que se ve es la
entronización de los supuestos “ganadores”. El que no “triunfa” es un
tonto. La verdad es que me deja estupefacta ver tanta tontera, tanta
banalidad. E igual que pasa con la protesta social, la gente aguanta. Y
lo peor: ¡se divierte con toda esa porquería! Vi eso que llaman reality shows.
Casi me caigo de culo. No puedo concebir cómo es posible tanta
degradación de lo humano, y que tanta gente mire gustosa esas pamplinas.
¿Por qué la gente no reacciona?
Por internet, de acuerdo a
lo poco que pude ver -internet: cosa que no existía en mi tiempo y que
me parece increíble-, de acuerdo a lo que me cuentan mis nietos, a lo
que hablo con gente que me visita, es algo similar. La gran mayoría de
cosas que la gente mira ahí son banalidades, pasatiempos sin pie ni
cabeza. Pero, bueno…, no quiero parecer una vieja cascarrabias diciendo
que todo tiempo pasado fue mejor. Lo que sí veo, y creo que en eso no me
equivoco, es que el grado de control social, de control de nuestras
cabezas, el grado de control ideológico diríamos en otra época, es tan
grande y tan bien hecho, que incluso la gente que es víctima de todo eso
ni siquiera lo siente como una dominación, una imposición. Al
contrario: ¡hasta les gusta!
Veo que el sistema supo
perfeccionarse con el tiempo, cosa que no pasó con nosotros, los que nos
decimos de izquierda. La sutileza con que nos dominan es fabulosa; ya
ni siquiera tienen que apelar a la represión furiosa, sangrienta. La
televisión, el internet, las películas que nos inundan… son todas formas
de mantenernos sumisos. Hablando de películas, algo que me llamó
poderosamente la atención es el nuevo mensaje que veo transmiten ahora
los gringos desde Hollywood. Antes se entronizaba la cultura del
trabajo, del esfuerzo personal. Ahora pasan a ser los “ganadores” los
más listos, es decir: los más gángsters, los más bandidos. Se premia la
artimaña, la trampa. Antes no se hubiera ni soñado algo así: ahora, el
“muchachito” de la película es el forajido. ¡No lo puedo terminar de
digerir! ¿Cuál es el mensaje: sea un cabrón y le va a ir bien? Por eso
los bancos, que son los usureros más grandes del mundo, usureros
legales, son los que dominan la economía. Es decir: cuánto más hijo de
puta, más ganador.
Del mismo modo, hay infinidad de cosas
que no puedo digerir, que no me entran en la cabeza. Lo cual quiere
decir o que me volví una estúpida -puede ser, lo reconozco, años en coma
lo lograron- o el nivel de manejo de las masas es impresionante. Por
ejemplo, el otro día le pregunté a un chamaquito que venía con una
enfermera, si sabía lo que era un musulmán. ¿Saben qué me dijo? “Un
asesino terrorista”. Me caí de espaldas. ¿Cómo se logró que la gente
piense así? Bueno… lo que recién decía: el grado de sutileza con que nos
manejan es impresionante.
¡Cómo ha cambiado el mundo! O,
mejor dicho: ¡cómo nos han dado una paliza brutal a los trabajadores! Y
ahora que digo LOS trabajadores, veo algo que también cambió mucho.
Ahora es casi sacrílego decir solo “los” si no se pone también “las”. Me
parece buenísimo que se levante la voz de una buena vez contra la
explotación de las mujeres. Esa es una deuda histórica que tiene la
humanidad con nosotras, las mujeres. Siempre me pregunté, desde muy
niña: ¿por qué se aplaude que un hombre, que un macho bien plantado, sea
mujeriego, mientras que una mujer con muchos hombres, una puta, se
desprecia? ¿Por qué el peor insulto que existe es ser hijo de una puta?
¿Por qué se nos denigra siempre? ¿Por qué el trabajo del ama de casa se
subvalora, no se paga, se ve como secundario? Me llamaba la atención
cuando de niña se preguntaba: “¿tu madre trabaja? No; es ama de casa”,
como si el trabajo doméstico no fuese trabajo. ¡No se cobra sueldo!, que
es distinto. ¡Pero vaya si se trabaja! ¿Y por qué el cuerpo de las
chamacas es solo para mostrar desnudo?
Bueno, me extravío
un poco quizá. Lo que quería decir es que me parece muy bueno que se
hable de la explotación de las mujeres. Y también de la discriminación
de los homosexuales. Eso está bien: no hay que discriminar a nadie. Pero
a veces también veo que con esto de la reivindicación femenina -y lo
digo como mujer- se puede perder de vista la cuestión de clase. En todo
caso, creo que deben ir juntas las dos cosas, igual que la lucha contra
el pinche y asqueroso racismo. Lo digo porque, por lo que pude ir
observando desde que desperté y volví a la vida, me parece que a veces
los árboles no nos dejan ver el bosque. ¿Qué quiero decir? Me resulta
sospechoso que eso que llaman “cooperación internacional”, es decir: los
gringos, y ahora también los europeos, con sus campañas de “ayuda” a
nosotros, los “pobrecitos” (campañas para control de natalidad, en otros
términos), se preocupen tanto por esto del “empoderamiento” (palabra
nueva que no entiendo) de las mujeres. Eso no es cierto. O es cierto a
medias. Si unos gringos explotadores y chupasangres insisten en esa
“liberación”, ahí me huele a que hay gato encerrado.
Porque,
a decir verdad, ahora las mujeres estamos un poco más liberadas que en
la época de mi abuelita, pero seguimos llevando la peor parte. El
trabajo doméstico lo seguimos haciendo nosotras. ¡Y no nos pagan por
eso! Yo creo que liberación será que hagamos la revolución, expropiemos y
construyamos un mundo donde nadie es más que nadie, ni porque seas
macho, homosexual, mujer, blanco güerito o “pinche” indio, porque somos
todos exactamente iguales. ¿Cuál es la diferencia si quien te explota es
blanco o negro, hombre o mujer? Creo que el tema de explotación de
clase a propósito lo han sacado de circulación, y nos seducen con otras
cosas también importantes, pero manejadas un poco perversamente.
Digo
esto porque veo que a veces hay una lucha, mal encarada para mi gusto,
que podríamos resumir: “mujeres sí, hombres no”. Y creo que por allí no
va la cosa. Lo digo, incluso, porque me llama mucho la atención que los
organismos internacionales de beneficencia, ahora llamados cooperación
internacional, u ONG’s, hablen hasta el cansancio de eso, o de la
diversidad sexual. Porque, para el caso, que te exploten miserablemente,
¿importa si quien lo hace es blanco o negro, hombre o mujer, hetero u
homosexual? Me queda esa duda. ¿Saben por qué? Porque de lucha de clases
no se habla más, y eso huele mal.
Por eso digo que hoy
las cosas cambiaron tanto, pero tanto tantísimo. Ustedes me entienden,
¿no? Quizá no soy lo suficientemente clara. Quiero decir que nos han
domesticado tanto que lo único que podemos hacer hoy día es cuidar el
puesto de trabajo, si tenemos la dicha de tener un trabajo fijo. No
protestar, ser sumisos, o sumisas, como hay que decir hoy para ser
políticamente correctos. Y ahí está el engaño: “políticamente
correctos”, decir lo que corresponde, poner siempre la marca de género o
no discriminar a un homosexual o lesbiana -les cuento que yo probé un
par de veces con mujeres allá en mis mocedades, y no me gustó-por lo que
no le escapo al tema. Se vale hacer todo eso que es lo indicado, hablar
correctamente, no olvidarse de golpearse el pecho por la contaminación
ambiental…, pero de la explotación ¡ni hablar! Además, si no hablamos de
lucha a muerte contra el asqueroso y sangriento capitalismo, ¿cómo
vamos a hablar de verdad de alguna emancipación? Si el medio ambiente
está destruido, no es solo porque botamos el plástico en los mares,
responsabilizando así a la gente de lo que pasa: ¡es porque el sistema
nos lo impone! De quién es la culpa: ¿de la población que usa botellas
plásticas, o de las fábricas? ¿Por qué pareciera que es más importante
la vida de los osos panda que la muerte de un niño con hambre?
El
mundo que descubrí ahora me espanta. La gente pareciera cada vez más
maniatada, manipulada, embobada. Algo que antes no existía y ahora tiene
una fuerza descomunal son las nuevas iglesias evangélicas. Pues bien:
evangélicos hubo siempre en la historia. Es lo que antes llamábamos
protestantes, los que tienen que ver -perdón, pero yo no sé nada de
historia de las religiones- con Calvino y Lutero, ¿verdad? Pero ahora
hay una explosión increíble, fabulosa, impresionante de iglesitas
evangélicas por todos lados. Hay muchas más, pero muchísimas más que
iglesias católicas -que ya, de por sí, eran una lacra-. Y tienen un
mensaje de amansamiento total. Aunque no lo crean, así como estoy, vez
pasada me llevaron a un -como le llaman ahora- culto neopentecostal.
¡Por dios!, es lo único que se me ocurre decir -y lo digo un poco en
broma, casi como provocación, porque yo desde mi adolescencia me hice
atea-. ¡Eso es terrible! No podía creer la forma patética en que
manipulan a la gente allí. Gente pobre, básicamente. Porque esas
pequeñas iglesias se regaron por los sectores más humildes en toda
América Latina: en barriadas pobres en las ciudades, en aldeas pobres y
olvidadas de zona rural. Los pastores son patéticos: de lo único que
hablan es del diablo y del infierno. Pensar parece que quedó prohibido.
Hoy día los jóvenes no saben quién fue Marx. ¿Cómo lograron eso? Saben
hacerlo, supieron amansarnos, doblegarnos.
Bueno, por todo
eso me espanto, me desespero. Este no es el mundo por el que
peleábamos. ¿Dónde quedó la dignidad? Me gustaría cerrar esta carta
-que, en realidad, es un poco una descarga emocional que me permití
hacer, y gracias a ustedes por aguantar leerla hasta el final- con una
frase que leí por ahí, que me pareció más que oportuna: “Los pueblos consiguen derechos cuando van por más, no cuando se adaptan a lo ‘posible’”.
Marcelo Colussi
Analista político e investigador social, autor del libro Ensayos
https://www.alainet.org/es/articulo/207479
No hay comentarios.:
Publicar un comentario