Raúl Bracho
Así pasa la vida, de salario en salario, de quincena en quincena, persiguiendo la vieja zanahoria que cuelgan delante de nuestras narices los choferes del coche que arrastramos con nuestro sudor.“El fenómeno que aquí se da es el que se da en toda venta de mercancía: el vendedor se desprende de su valor de uso (aquí, de la fuerza de trabajo) y obtiene su valor (realiza su precio) en dinero; el comprador se desprende de su dinero y obtiene a cambio la mercancía que aquí es la fuerza de trabajo.” (El Capital.-reproducción y circulación del capital social-.Carlos Marx)
Cuando la fuerza de trabajo, es decir el sudor, se hace mercancía que es vendida por el propio trabajador y cuyo precio no es puesto por el mismo, sino por el “mercado de trabajo” y está además sujeto a guardar un diferencial enorme entre su pago y el precio de venta de la mercancía o servicio en que su trabajo se traduce, estamos en presencia de la explotación.
El capitalista, persona que para ostentar este título sólo precisa de dinero, ambición e inhumanidad, ejercita el uso o compra de la fuerza del trabajo de otros hombres para producir mercancías, que una vez llevadas a los mercados, le redituarán una multiplicación de su inversión.
Esta diferencia entre el costo de producción de la mercancía y el de la venta final, es llamada plusvalía o plusvalor, que es un término que se nos hace más fácil de entender, es el valor extra o “plus” que vulgarmente conocemos cómo ganancia.
Me tomo el trabajo de volver a contar el viejo cuento de Marx para que quien lea estas memorias de la plusvalía aprenda a usar su capacidad elemental de sacar cuentas.
Toda esta negociación viene en un contexto, en una escenografía muy bien construida en nuestra civilización, el de las clases sociales. Las clases sociales son fundamentalmente la forma más establecidas de dividir a los hombres que integran a la sociedad, vergonzosa forma de clasificarnos, no por los valores morales o espirituales sino por el saldo de efectivo de que disponemos en nuestros bolsillos o en nuestra cuenta bancaria. Ricos, clase media, pobres y hasta más pobres. A B C D y E, creo que hasta allí avanza en el alfabeto ésta prehistórica manera de clasificarnos.
Cierto que en nuestras sociedades todo gira alrededor del dinero, todo cuesta, todo tiene precio y en la medida que queramos cosas tendremos que vendernos o cambiar nuestro trabajo por monedas. Pero ya los años pesan encima de nosotros, los que no somos herederos de fortunas, es decir la inmensa mayoría. La clase privilegiada ha comprado las comodidades, los conocimientos, la tecnología; ha parcelado el acceso a la riqueza por medio de la exclusión y de la ignorancia.
El conocimiento se vende caro, para que no más que los hombres necesarios aprendan las ciencias que ellos precisan para que su maquinaria funcione. Pero el sistema capitalista mantiene uniforme y permanentemente a una gran mayoría en términos de sumisión, de venta simple de su fuerza de trabajo.
Necesita y crea una clase media, a quienes, por supuesto, debe pagar más caro la compra de su fuerza de trabajo, entonces les crea mercancías y necesidades que basten para obligarlos a devolver al mercado todo el dinero extra que se les paga para impedirles que de manera alguna se conviertan en sus competidores; para mantener su estatus de clase media, deberán comprar buenos trajes, autos de agencia, alquilar viviendas que los representen y llenar sus neveras de todas la basura que hipnóticamente le sugiere su televisor.
Cambia los valores morales del hombre por “sueños” materiales, la insaciable apetencia, las ansias infinitas por consumir, por poseer bienes que los destaquen sobre los demás. Poseer cosas “exclusivas”, trajes “exclusivos”, restaurantes o club “exclusivos”, jugar golf en campos privados, lograr conducir un coche “exclusivo”, haciéndonos creer entonces que esa es la realización total del ser humano.
Es la alienación más bien, la esclavitud disfrazada de riqueza, pues toda ésta manera de aprender a “excluirnos” del resto de nuestra especie es la que nos encadena a la más terrible adicción que existe: “la adicción a la mercancía, a la ganancia, a la venta, a la prostitución de nuestra fuerza de trabajo, nuestra fuerza creadora con la que podríamos transformar el mundo.
Así se pasa la vida, de salario en salario, de quincena en quincena, persiguiendo la vieja zanahoria que siempre cuelgan delante de nuestras narices los choferes del coche al que vamos arrastrando con nuestro sudor.
Tomado de Kaosenlared
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