También habrá en el desfile un pequeño contingente de efectivos militares de Canadá. Ellos representarán a la Linear Gold y la Frontier Development Group, mineras de ese país que controlan, sólo en Chiapas, 400 mil hectáreas de territorio patrio; marcharán también en nombre de Scotiabank, de Metallica Resources (depredadora, bajo la razón social Minera San Xavier, de Cerro de San Pedro, San Luis Potosí) de TransAlta, Transcontinental, Palliser, Four Seasons, Bombardier, Capital Gold, Minefinders, Impact Silver, Great Panther, Scorpio Mining y Tara Gold, entre otras.
En esta ocasión no vendrán zuavos: bastará con un reducido grupo de soldados franceses para recordar a los anfitriones que se debe tratar bien a Suez-Ondeo, Total, Danone, Axa, Alstom, Vivendi, Aventis...
En el desfile participarán también algunos soldados de China, pero en un plan mucho menos agresivo que las exportaciones de ese país hacia el nuestro, gracias a las cuales fueron arrasados sectores industriales completos, como el de los textiles y el juguetero, todo ello bajo la mirada ecuánime de media docena de secretarios de Hacienda que solaparon el contrabando.
Será posible admirar a un pequeño contingente brasileño, y evocar, a su paso, cómo en su país de origen el salario real se ha revaluado cerca de 50 por ciento en la última década, mientras que en México ha retrocedido, en ese mismo lapso, más de 40 por ciento. Desfilarán también soldados de Venezuela, que son instrumento de soberanía, y no de aplicación de acuerdos vergonzosos de sacrificio nacional a cambio de unas palmadas en el hombro, el calificativo de valiente
y alfombra roja en la Casa Blanca. Vendrán soldados argentinos, que sentirán orgullo de que su país haya cancelado toda su deuda con el FMI y esté en plena batalla por la recuperación de las frecuencias radioeléctricas. Habrá también efectivos de El Salvador, nación en la que sí se reconocen los triunfos de la izquierda en las elecciones presidenciales; de Guatemala, en donde el salario mínimo está más alto que el mexicano; y de Nicaragua, y de Perú, y de Rusia, y de Alemania, y de Colombia, y de Chile.
Estará presente, por último, un grupo de uniformados estadunidenses. Ellos sabrán que, en el fondo, la fiesta es en su honor y en el de su gobierno, el cual ha obtenido, en México, y sin disparar un tiro, lo que no logró en Afganistán ni en Irak: la total sumisión de las autoridades locales y la instauración de ua dinastía de vendepatrias que dura ya más de dos décadas.
En su configuración actual, el régimen entreguista realizará, la noche anterior al desfile, un enésimo derroche de dinero público, no para conmemorar la independencia sino para celebrar lo contrario, y manipulará, para ello, el honesto fervor patrio de la gente. Que se coma el Zócalo y que le haga buen provecho. Muchos otros mexicanos sabemos que en estos días no hay motivos para la fiesta –a quién se le ocurre, con la economía postrada, las instituciones secuestradas y más de 28 mil muertos en menos de cuatro años de calderonato–, pero sí para preservar el legado histórico nacional y para defender el futuro del país, que incluye la recuperación de su soberanía; por eso, la noche de mañana, miércoles, asistiremos a la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, a participar en el Grito de los Libres, al lado de Andrés Manuel López Obrador.
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