9/17/2010

México: gloria e infierno

Espacio civil | Emilio Álvarez Icaza L.

Las celebraciones del Bicentenario y del Centenario sacaron a relucir lo mejor y lo peor de nuestro querido México, expusieron descarnadamente nuestras fortalezas y debilidades, glorias e infiernos.

Por momentos, los mexicanos nos sentimos en la gloria, aspirando más a nuestros sueños que viviendo nuestras realidades. La gente salió a celebrar o celeb
ró “desde la comodidad de su hogar”, como se empeñó en promover la publicidad oficial, uno de los momentos que más emocionan a los mexicanos. Sin saber exactamente cómo o por qué, la magia de los desfiles multicolores y el grito de ¡Viva México!, siguen siendo espacios comunes que emocionan y hacen vibrar a ricos y pobres, grandes y chicos, hombres y mujeres, izquierdas y derechas, heterosexuales y diversos, etc.

Por momentos, los desfiles, el grito, las luces, los cohetes, la música, la fiesta y la alegría hacen que mexicanos y mexicanas vivamos la gloria.También, por momentos, se hace a un lado que estas celebraciones nos costaron casi 3 mil millones de pesos, el equivalente a 12 meses de salario mínimo para cerca de 166 mil personas, o 600 mil minicomputadoras para estudiantes de secundaria, o 150 escuelas rurales o 100 millones de becas alimentarias, en
tre muchas otras, eso sin considerar los gastos que realizan gobiernos estatales y municipales.

Se hace a un lado que
en países como Chile y Argentina, la preparación de su bicentenarios empezó hace 10 años, que tuvimos más de cinco encargados formales para estas fiestas en los últimos cuatro años, que las obras monumentales serán para celebrar el 201 aniversario ¡!Este gasto, cercano al despilfarro, poco ayudó a repensar nuestro país de cara al futuro, a reconocer que las promesas fundamentales de independencia y vigencia de derechos sociales son sólo una ilusión para la gran mayoría.

Esta oportunidad de proyectar un nuevo pacto social que nos saque de nuestros infiernos se dejó pasar. Las pequeñeces y limitaciones gubernamentales, las mezquindades de nuestros políticos y las calamidades que
sufrimos, se sumaron para que estas celebraciones no nos dejaran un camino claro a seguir los próximos años. Volvimos a perder otra oportunidad para ponernos en donde la gente de este país aspira y merece.

Las fiestas bicentenarias hicieron que por momentos la gente, lo mejor y razón de ser de este país, probara la gloria y se olvidara de los infiernos en que vive. Pobreza, inseguridad, migración, impunidad, desigualdad, corrupción, discriminación y muchos otros. En las fiestas patrias parece que brilló la gloria, qué bueno, y en el resto de nuestros días parece que imperan los infiernos, qué dramático.
Vitral | Javier Solórzano Zínser

Nuevo montaje

Cuando fueron liberados los periodistas secuestrados en Gómez Palacio, la policía federal hizo del acto un autoelogio. Nadie puso en duda su versión, aunque resultó extraño que los hayan traído con tanta prontitud al DF para una singular conferencia de prensa. Se les estaba exponiendo, pero suponíamos que la situación estaba bajo control.La versión oficial fue que los periodistas fueron rescatados.

No se detuvo a nadie, se dijo, porque se trataba de salvarles la vida evitando una situación que saliera de control. La versión no fue cuestionada. Los periodistas no dijeron algo que pusiera en duda la versión. Los medios donde laboran se dijeron satisfechos y por razones que suponemos obvias no se volvió a hablar del tema. Se dijo, con razón, que lo importante era que estaban bien.Alejandro Hernández Pacheco de Televisa Torreón ofrece desde El Paso otra versión. Acompañado del abogado y defensor de migrantes Carlos Spector, cuenta que no fueron liberados por la SSP.

Los trajeron al DF para hablar con el Presidente, al cual, por cierto, nunca vieron, y desde que fueron liberados al grito de “¡córranle!”, no tienen seguridad alguna. Los periodistas, dice Alejandro, fueron liberados, no sin antes ser torturados por, al parecer, gente del Chapo Guzmán. Alejandro está solicitando asilo en EU. La SSP no ha negado la versión. Con fiestas o sin ellas, este asunto debiera hacer reaccionar de inmediato a las autoridades. No es la primera vez que se les acusa de montajes.

El caso Florence Cassez, que está a nada de reabrirse; la detención de la Lore en el secuestro del joven Martí; y la controvertida detención de Sandra Ávila, la cual, no casualmente, coquetea a la cámara en cuanto se da cuenta de su cercanía, son pruebas de una práctica que genera dudas e incredulidad. El caso Florance Cassez es irrefutable.¿Qué necesidad de dar una versión diferente sobre un as
unto tan sensible? ¿Cuál es la versión de los medios en donde trabajan los periodistas? De nada sirve detener delincuentes si por la forma en que se hace se provoca una controversia legal que los puede dejar fuera de la cárcel.

Para terminar con presunciones de montajes: a las dudas sobre la detención de La Barbie, ¿qué necesidad de mostrar al muy hablador capo si a la mera hora todo lo que dijo no vale porque no estaba su abogado?

¡OOUUUCHCH!

Se encontraron casualmente en el lobby del Marriot el astronauta José Hernández y Los Tigres del Norte. José les contó q
ue en su adolescencia, cuando iba y venía de la pizca de algodón cerca de Stockton en California, no hacía otra cosa que escuchar a los de Sinaloa. Fue una plática inesperada y recordable. Los Tigres del Norte jamás imaginaron que algún día serían escuchados en el espacio. Son mexicanos de primera y segunda generación en EU que están dando la cara por sus orígenes.

www.javiersolorzano.com
El padre Hidalgo y la capital
José Antonio Crespo

Determinó, el 2 de noviembre, retirarse de las puertas de la capital. Esa decisión provocó que sus huestes se redujera
n a la mitad.

Con 80 mil hombres frente a la capital, Miguel Hidalgo tuvo la opción de entrar a ella o continuar la lucha en "la provincia", como se dice desde entonces. En el Monte de las Cruces se había librado una importante batalla, el 30 de octubre. El coronel español Torcuato Trujillo llamó a parlamentar a los jefes insurgentes, pero traicionó su palabra, pues los atacó cuando éstos se acercaban con banderas de tregua. Entre las fuerzas realistas se hallaba Agustín de Iturbide que, como teniente, cumplía su primera acción militar. Ya ante la posibilidad de entrar a la capital, el virrey Francisco Javier Venegas preparó la defensa, pero no con un ejército (que estaba fuera), sino con ciudadanos voluntarios, sirvientes reclutados a la fuerza, y dos mil mujeres llamadas "Patriotas Marianas". Los insurgentes enviaron una propuesta de rendición que el virrey rechazó, pese a conocer la desesperada situación en que se hallaba la ciudad. El 2 de noviembre, Hidalgo determinó retirarse de las puertas de la capital. Esa decisión provocó que las huestes de Hidalgo se redujeran a la mitad, pues muchos retornaron decepcionados a su casa al esfumarse la magnífica oportunidad de saquear la "Ciudad de los Palacios". En su retirada, se encontraron con las fuerzas de Félix María Calleja, el 7 de noviembre, en Aculco, y sufrieron una fuerte derrota.

Frente a la propaganda triunfalista que desplegó el gobierno, Hidalgo respondió publicando una carta dirigida al propio virrey, explicando las "verdaderas razones" de su retiro. Se dijo informado de que su retirada se había tomado como derrota, "cosa que puede desalentar a los pusilánimes". El principal motivo aducido fue la falta de parque (igual que el general Anaya dijo a los norteamericanos tras su derrota en Churubusco). Escribió también Hidalgo: "El vivo fuego que por largo tiempo mantuvimos en el choque de las Cruces debilitó nuestras municiones en términos que, convidándonos la entrada a México las circunstancias en que se hallaban, por este motivo no resolvimos su ataque, y sí retroceder para habilitar nuestra artillería". Y aclaró que el descalabro de Aculco, a manos de Calleja, tampoco fue una derrota, sino un "repliegue táctico", argumento siempre recurrido por los derrotados que no se reconocen como tales (lo mismo en la guerra que en la política). Dijo que de esa refriega "no resultó más gravamen que la pérdida de algunos cañones y unos seis u ocho hombres". No logró convencer a la opinión pública de que iba ganado la guerra, aunque no lo pareciera. Y es que, tanto el retiro de la Ciudad de México como la batalla de Aculco, habían en efecto constituido serias derrotas de la insurgencia; una de imagen, y otra militar. Y, entonces, el padre de la patria prometió: "No dilataré en acercarme a esa capital de México, con fuerzas más respetables y temibles a nuestros enemigos", amenaza que ya no tuvo oportunidad de cumplir.

¿Fue el de Hidalgo un repliegue táctico, como afirmó? Probablemente. Ha habido historiadores que sostienen que la decisión de Hidalgo en realidad respondió a que tenía preocupación por la suerte de los capitalinos, pues habiendo presenciado las masacres en Celaya y Guanajuato, pensó en la matachina que se armaría en la capital, y su sentido ético simplemente no se lo permitió. Esa suele ser la versión preferida por la historia oficial.

Pero don José María Luis Mora, el gran ideólogo e historiador liberal, nunca se convenció de ello: "Esta falta indisculpable aun para el hombre de más vulgares nociones, se ha querido disculpar en Hidalgo, suponiendo que fue impulsado a cometerla por el deseo de evitar a México los desórdenes que sus masas le causarían en una violenta ocupación; el crédito que merece semejante suposición puede valuarse por lo que pasó en Celaya, Guanajuato y Valladolid". En efecto, más tarde demostró nuevamente Hidalgo no ser movido precisamente por la misericordia, al ordenar la ejecución sistemática y gradual de sus prisioneros españoles (civiles) en Guadalajara, violentando salvoconductos y promesas solemnes de respetar la vida de los cautivos. Algo sobre lo cual dice el mismo Mora: "Estos miserables eran sacados en la oscuridad de la noche y muertos a machetazos o puñaladas.

Tales atrocidades no necesitan comentario ni merecen disculpa, y ellas fueron el principio de otras muchísimas que, provocando represalias, contribuyeron a empapar de sangre todo el suelo mexicano". Cuando ya preso, le preguntaron a Hidalgo por qué no celebró siquiera un juicio a sus víctimas de origen español, respondió: "No era necesario: sabía que eran inocentes".

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