A la fondonguez de los festejos oficiales del Bicentenario se suma una desgracia todavía mayor: el gobierno federal ha decidido quitarle el Zócalo al pueblo de México. Y es que el centro histórico, político y cultural, no sólo de la capital, sino de la nación entera, será ahora de unos cuantos privilegiados.
Y todo ello precisamente en la fecha más significativa: este 15 de septiembre del 2010. Justo cuando esta plaza pública tendría que ser más amplia, más amorosa y más generosa que nunca. Por el contrario, ahora será una zona restringida. Una área VIP. Sólo para gente bonita y picuda (Very Important People).
Las razones oficiales revelan como joyero al señor secretario de Educación Pública, que en una sola sentada hila todo un collar de perlas declarativas. Aquí los sólidos argumentos del aspirante Lujambio: “El Zócalo no podrá albergar a la totalidad de los asistentes, por lo que Reforma y la Alameda se convierten en una atractiva alternativa”; mejor no llevar niños, ni adultos mayores, ni discapacitados, “pues la gran cantidad de personas que acudan a los festejos podría complicar su estancia confortable” (sic); en la misma conferencia de prensa —sin aceptar molestas preguntas— de plano nos borró de la calle al insistir en que “en todos los lugares habrá cupo limitado, por lo que la televisión se presenta como una alternativa para disfrutar en familia la celebración”, y ya de plano metido a pitoniso del rating anticipó que “la celebración del 15 de septiembre será una de las transmisiones televisivas más vistas en la historia del país”.
En pocas palabras, el gobierno federal le quita la plaza mayor a los mexicanos y luego los invita a ver los festejos desde la comodidad de su casa para batir un récord de audiencia, ¿puede usted creerlo?
Simultáneamente, el gobierno calderonista ha implementado una atosigante e invasora campañita en donde en franca violación de la privacía hablan a nuestras casas para la misma —esa sí— cantaleta. En tanto, los helicópteros sobrevuelan ya la vasta zona blindada de las fiestas más vigiladas de todos los tiempos. Y a propósito, blindaje contra qué o quiénes o por qué, con el miedo como única respuesta posible. Como la gran condicionante de un evento donde se temen más que los disparos, los abucheos o las muestras de rabia.
Añádase un sospechoso y simpático decreto para imponer el descanso obligatorio toda la semana, como si el mensaje fuera “váyanse lo más lejos posible”. En suma, una oportunidad histórica perdida para hacer un poco de historia.
Menos mal que nos queda Coyoacán.
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