Felipe Calderón, titular del Ejecutivo.
Sara Lovera
MÉXICO, D.F., 14 de octubre (apro).- En su libro sobre la filosofía y el lenguaje, Clarice Lispector y María Zambrano, el Pensamiento Poético de la Creación, Myriam Jiménez Quenguan nos instruye hasta la saciedad acerca de cómo las palabras son la materia fundamental del pensamiento, y los textos el acontecer del lenguaje que involucra al alma.
Me llama la atención su análisis después de atender las formas de lenguaje. Su inmanencia brutal cuando las palabras surgen de la política en boga refleja el pensamiento y la acción sobre lo que vivimos: un retroceso.
Felipe Calderón Hinojosa lanzó nuevamente la amenaza panista del “peligro” que para México significa la intención de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) de volver a la contienda presidencial. La intentona de Calderón, acallada por tirios y troyanos, muestra sin mucha sabiduría ni conocimiento su interior.
Es un hombre guerrero y pequeñito, un hombre que ha sembrado el conflicto en muy poco tiempo en este país. Sus palabras son lo que lleva dentro y que luego cosifica la sociedad.
Las respuestas, como la de un sinnúmero de políticos, son iguales. Es un discurso lleno de un sólo alegato: el del poder, que en el fondo y la superficie desprecia a todos los ciudadanos de este país.
AMLO responde con reyerta, igual. La dirigente del PRI, Beatriz Paredes, sale al paso para detener un proceso que pondrá en evidencia el tamaño diminuto de la discusión política en México, referida sólo a personajes en un cuadrilátero de lucha, de golpes y caídas que al final terminan exclusivamente en un espectáculo.
Lo grave es que le llaman lucha política, y lo peor es que tiene consecuencias.
El texto, la palabra, debieran ser eso otro: la escritura situada en el no lugar de la realidad, de la ficción que entraña el pensamiento y el sentir. Él, en sí, como una gracia frente a la carencia y no eso otro que es la vulgaridad del pensamiento que se pronuncia sin ton ni son.
El discurso de la política, en cambio, es eso: una vulgaridad, que para desgracia de la gente tiene consecuencias, pues suele ser el anuncio de una hecatombe.
El pasado domingo 10, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) afirmó que ganará las elecciones de 2011, y el Partido de la Revolución Democrática (PRD) ratificó, por sobre todas las críticas y los análisis, que hará una alianza con su opositor histórico: el conservadurismo, para detener las pretensiones del PRI.
Yo me pregunto: ¿cuál es la verdadera diferencia entre una alianza anunciada, como esa, y el gobierno conservador, no para todo el país, solamente para la mitad de la población? La anunciada alianza para ir a las elecciones del Estado de México pudiera representar una discontinuidad fragmentaria que caracteriza la vida de las mujeres y los hombres. Sin diferencia.
El gobierno del Estado de México es el único resistente a siquiera discurrir sobre una política de justicia para las mujeres. Ahí no existe un Instituto de las Mujeres, no se declaran políticas públicas para atemperar la discriminación sexual. En los últimos años, en el Estado de México se ha perseguido abiertamente a las lesbianas y a los homosexuales, y no se hacen cuentas del número de mujeres asesinadas y mucho menos de las agredidas.
Ahí se detuvo el tiempo y no hay una política de anticoncepción de emergencia. Además, se buscan los caminos para judicializar y criminalizar el aborto legal.
Enrique Peña Nieto gobierna con la política de los obispos y no hace más de un año que fue hasta Roma para que el gobierno del Vaticano le admitiera su noviazgo y ratificara sus proyectos de nueva boda, tras una viudez poco clara.
Peña Nieto coincide con el Partido Acción Nacional en toda referencia a la visión de familia y de religión. ¿Cómo y por qué? Estas cuestiones no las dilucida lo que conocemos como izquierda y tampoco preocupa a un tipo de organización de mujeres. Seguramente por las mismas razones aducidas al principio: porque las palabras no son sino la expresión del pensamiento, que como texto ficción pretenden ser una dádiva y no la cualidad del alma, esa que en algunos escritos filosóficos recogió María Zambrano al hablar de la cultura occidental, que en los años 60 ella preveía fracasada.
¿Será que no tenemos futuro? ¿Qué el país realmente no tiene remedio?
El escrito sobre el que basa su análisis Myriam Jiménez cuando se acerca al pozo profundo de Clarice Lispector, llamado Un Soplo de Vida, la última pieza de la escritora antes de morir de cáncer cervicouterino a los 56 años, es un texto para reflexionar sobre la diferencia entre el discurso de los políticos y la escritura como tal. La obra creativa es una respuesta a la búsqueda individual de la sobrevivencia en mundos y espacios enrarecidos. Como una tabla de salvación.
En el libro, la escritora brasileña de origen rumano trabajó, no obstante, para que la palabra, más que un producto, fuera un medio de la sociedad, como la interiorización humana e inhumana. Ninguna expresión, decía, puede ser ajena a la crisis de la sociedad cosificada e industrial. Su texto trasciende la identidad utilitarista de los objetos para revelar críticamente su estado de alarma e ir más allá del valor cuántico, moral o ideológico. Lo que se desea es encontrar lo auténtico.
Y es verdad, en las frases de la política --esa que se práctica en México--, las palabras revelan a quien las pronuncia, con su verdad más nítida. Son demagogos y altisonantes, vacíos. En menos de tres días de barbaridades acerca de lo que puede ser un peligro para México, de acusar con razón la revelación partidaria y guerrera de Felipe Calderón, la noticia se fue extinguiendo lentamente. Las autoridades electorales siguieron el camino de Calderón y retiraron de la televisión los anuncios sobre AMLO.
El tiempo transcurrió, y el lenguaje, que debiera conducir a la verdadera realidad de la vida, con misterios y con escondrijos acerca de lo indecible, se convirtió en puro papel y olvido.
La verdad es que los mexicanos nos encontramos en perfecta indefensión. La política pragmática nos inunda, nos crea cortinas de humo, mil veces repetidas por los medios de comunicación. Nos hace virar del camino, nos enfrenta al no camino, a la nada.
La nada aparece cuando las palabras chocan con los intereses, cuando no existe una relación entre lo que se pronuncia y lo que realmente se siente; la nada aparece cuando no coincide la verdad con el dicho. En contradicción, la ficción y la obra de arte parecen inocuas, pero son la búsqueda de la veracidad íntima de la vida, porque vienen del alma, del diálogo interno, de la constante intimidad y la individualidad, porque es obra creativa, exclusivamente.
El discurso político, en cambio, viene de intereses y por eso es sólo falsedad, discontinuidad e incertidumbre de lo humano. Lo humano, eso que perdimos alguna vez en este país, dolido y triste.
El domingo, cuando casi se nos olvidaban los referentes del cuadrilátero que puso Felipe Calderón, inauguró campante las Olimpiadas Bicentenarias y anunció el nuevo paradigma: el deporte nos salvará, salvará a la juventud y al país. Me pregunto: ¿para quién habla?
De ese modo acabamos por enloquecer. ¿Dónde está la verdad? ¿Dónde la obra humana? ¿Dónde la narración y la urgencia de transformarnos, de volver al humanismo a través de la reivindicación del amor del otro?
Francamente habría que cerrar compuertas y mirar a otro lado. Quienes se dedican a la política siguen usando las palabras como una forma de mentir y falsear frente a la realidad y nos han dejado simplemente en la nada. Mientras, continúan las noticias de muertes y desapariciones. Las que condenan la violencia sin parar y las que festinan el ridículo escenario de la destrucción y el reparto del poder.
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