Si un jefe policiaco es sorprendido y exhibido públicamente en algún acto de corrupción, o si la corporación fracasa estrepitosamente en cualquier caso, la respuesta inmediata es una conferencia de prensa donde se exhiben a tres o cuatro mentecatos, a los que inmediatamente se les califica como los reyes, los príncipes o los grandes jefes de algún cártel o de una organización criminal a la que también se le da un apelativo que pueda impactar y permear en el morbo popular, repitiendo este modelo ad nauseam como única repuesta a la ineptitud y a la corrupción que acaba finalmente imponiéndose en la misma arena del exhibicionismo y del escándalo.
En ese ámbito de corte goebbeliano, ahora el Ejecutivo presenta a bombo y platillo un nuevo proyecto legislativo que reforma la Constitución general de la república para quitarle a los municipios su obligación primigenia de brindar justicia y hacerse cargo de la seguridad pública, transfiriendo esa responsabilidad a lo que el slogan publicitario denomina “mando único”, que en buen cristiano quiere decir que el gobernador de cada estado es el que va a manejar las policías municipales, salvo en los casos excepcionales en las que sean éstas un ejemplo de eficiencia, pulcritud y moralidad prístina, lo cual es una fantasía inalcanzable.
Este proyecto legislativo también pretende controlar, e inclusive apoderarse desde el Ejecutivo, de las policías de cualquier denominación o nivel cuando éstas se hallen involucradas en cualquier escándalo, y como esta situación se da un día sí y otro también, así se alimentará al Frankenstein monstruoso del nuevo Big brother policiaco, que es la criatura más temida por la sociedad y más amada por el Ejecutivo federal.
Es verdaderamente grotesco proponer como modelo de eficiencia a las policías estatales, que ya demostraron con los judiciales de cada entidad el fracaso de los gobernadores en el manejo de las áreas de combate al delito, ya que dichas policías judiciales estatales son las entidades más repudiadas y más amenazantes para la población de cada estado.
Si el ejemplo a seguir fuera el de las policías federales, el asunto es todavía más cuestionable, ya que al principio de este sexenio, la grandilocuencia megalómana llevó a generar el “mando único” de la Policía Federal Preventiva sobre la Policía Judicial o Ministerial dependiente de la Procuraduría General de la República, todo lo cual acabó en un estrepitoso fracaso con un sinnúmero de evidencias de corrupción y de falta de control, para que el multidenominado “mando único” tuviera que ser cancelado el propio gobierno federal, para regresarle su policía a la Procuraduría, manteniendo a la policía preventiva en forma independiente.
Todos estos testimonios del fracaso de las policías estatales, de las federales y del “mando único” no le impidieron al Ejecutivo proponer esta reforma que va totalmente a contrapelo con esas experiencias tan negativas, pero que tiene a los gobernadores estatales y a sus incondicionales en el Congreso como apoyadores, porque en cuanto esto se aplique, guay de aquel presidente municipal que no se someta al gobernador o que sea su enemigo político o su contrincante, porque entonces la poca seguridad que existía en ese municipio ahí se va a terminar.
También el atractivo de los fondos inmensos que se reparten y se dilapidan en la seguridad pública moverá a los gobernadores para apoderarse de tales presupuestos y de sus enormes ventajas económicas, sobre todo para el efecto de las campañas electorales.
Para terminar, y como el Ejecutivo sabe que este proyecto no va a pasar, está preparando de esta manera su justificación para acusar al Congreso de que no puede haber justicia y seguridad en el país porque los legisladores le estorban al Presidente en sus grandes e innovadores proyectos.
Vamos a ver si la Cámara de Diputados se deja colocar ese sambenito o se lo regresa a quien lo inventó, pidiéndole una sola cosa: que muestre algún ejemplo de éxito que justifique sus pretensiones.
editorial2003@terra.com.mx
Doctor en derecho
Aun cuando algunos de tales beneficiados por los efectos del modelo concentrador, que se aplica desde hace ya más de un cuarto de siglo y saben bien de su injusticia intrínseca, permanecen atados o fieles a sus actuales circunstancias. Son, éstos, parte del conformismo de clase, los ganones del estado de cosas o de los beligerantes hacia todo aquello que implique un cambio en lo establecido. Otros de ellos, con mayor sensibilidad, se han manifestado, a pesar de poner en riesgo sus intereses, por una transformación inmediata. Saben que la presión del descontento social ha llegado a límites intolerables. Ir más allá de lo que el presente ocasiona en su derredor lo sienten, lo estudian, lo intuyen como necedad peligrosa.
En ese enorme conjunto de seres humanos que se debaten entre la precariedad, la honesta medianía y la sobrevivencia, se destaca un grupo, creciente y decidido, que ha hecho consciente su situación y destino. Surgen en todos los rincones de la patria, cavilan con premura aunque sea en solitario. Atisban con ahínco cualquier indicio que les ayude a expandir su conciencia. Se unen a grupos de discusión y lectura, ayudan a sus congéneres menos favorecidos a canalizar sus reclamos y desesperación. Forman la base orgánica de un cambio de ruta, de gestión que se organiza desde debajo de la sociedad.
Desafortunadamente, también es fácil encontrar individuos que por escalar, por salir de su atolladero y romper sus limitantes, están dispuestos a todo. El cinismo para aceptar dádivas o hacer negocios sin solicitar explicaciones, sin conocer orígenes, les lleva, a otros tantos, a incidir en conductas que bordean o, de plano, se introducen en las áreas delictivas. El miedo al retroceso en la apropiación de un cacho de respetabilidad motiva a otros a preferir la continuidad de lo conocido, aunque les cause un malestar insoportable.
El arrellanarse con el entorno sin meditar en las causas, en los orígenes, en los pormenores de las angustiantes condiciones de la actualidad nacional es práctica bastante extendida. Todo un conjunto de la población, ése que se sitúa en ingresos que bordean la pobreza pero que todavía esperan ascender, se hacen o son, en verdad, sordos, reacios, impermeables a las prédicas efectivas de que una vida mejor es factible.
La resignación está bien sembrada en la memoria orgánica de amplias capas de esa población y, no sin dolor, caminan hacia su propio sacrificio. Es por eso que la derecha, con su engañosa retórica del bien común, de la decencia, del bien decir, de la fe o la condición inalterable, heredada, les hace caer en sus hipócritas redes. Pero también los captan aquellos que ofrecen un cambio sin contenidos ni concreción real, sin rendición de cuentas. Son, en efecto, derechosos que se disfrazan de progresistas, de agentes de la modernidad y ensayan un número ya bien probado. Van por la marchanta de los votos en subasta, por la piñata de las bicicletas, los mil pesos con cámara de celular, por las promesas firmadas ante notario.
Pero las terribles condiciones de deterioro de las mayorías nacionales, esas que ingresan al presupuesto familiar menos de 9 mil pesos, 80 por ciento del total, han logrado formar, en su centro, un sólido conjunto núcleo de rebeldes.
Son hombres y mujeres que han comprendido, con desconocida e inusitada profundidad, que su apretujada condición no es producto del destino ni obedece a un designio inapelable, sino que se origina en la aplicación de un modelo expoliador. Un modelo diseñado por encargo para beneficiar a unos cuantos de dentro y de afuera. Un modelo que, en México, se ha aplicado a rajatabla y con un condimento bien sazonado de corrupción que lo ha hecho injusto e inoperante. Y esos rebeldes están actuando a manera de reactivos sobre los demás que los rodean.
Son guías, modelan la opinión (no se habla aquí de ésos que peroramos en los medios) entre sus semejantes con el mero ejemplo, por su sola presencia, por sus alegatos cotidianos entre y con sus iguales. Son, al mismo tiempo, sembradores del descontento consciente. Son los que llevan consigo el ánimo de la transformación, de la búsqueda de un futuro cierto y reparador de injusticias. Son los que quieren ver renacer a su patria. A los que les disgusta, hasta su misma raíz de ser humano, ver cómo se consumen, cómo se desperdician vidas por millares, por millones sin que alguien o algo detenga la sangría.
Es por eso que hoy ha llegado el momento de las definiciones. No más continuidad, no más expoliación irracional de bienes y personas. Hay que detener la concentración de la riqueza en unas cuantas, groseras, ambiciosas y autoritarias manos. Finiquitar el abuso, la apropiación indebida de los bienes públicos por los traficantes del poder.
La sucesión presidencial ya desatada presenta, como nunca en el México del pasado medio siglo, la oportunidad de dar cauce creativo a la inconformidad. Hay necesidad imperiosa de ensayar un cambio de modos de vivir y gozar. Desterrar el conformismo suicida. La sucesión presidencial se decidirá entre estas dos posturas: el cambio efectivo y la continuidad del modelo que pastorea, con celo inigualable, la plutocracia local. Y esas dos posturas también se enfrentarán en el estado de México. La derecha panista está disuelta, no será rival de cuidado.
El PRI, con todos los respaldos del sistema imperante, adicionado del uso mafioso, indebido del aparato público, irá por abrir la ruta a su producto dorado (Peña Nieto). En el otro lado se formará una coalición liderada por AMLO que le opondrá firme resistencia desde abajo.
El triunfo, que se tiene a la vista, se afianzará con la decisión tajante, firme, abierta, de los que forman filas en la izquierda. Una alianza concordante, cimentada sobre la disposición de los mexiquenses de liberarse del yugo que imponen las apariencias llevadas a forma de gobierno. El pueblo, bien organizado, consciente y decidido, a pesar de muchas limitaciones hará la hombrada, la mujerada, de ganarle, con limpieza, al sistema, continuista y tramposo, que modeló su criatura.
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