11/03/2010

Excusas ante el fracaso


José Antonio Crespo


Agradezco, primeramente, la amabilidad y hospitalidad de EL UNIVERSAL, en donde a partir de la próxima semana se publicará esta columna cada martes. Pasemos al tema de este día. Frente al público y notorio desastre de la estrategia de Felipe Calderón contra el crimen organizado, sólo parecen quedarle dos recursos; por un lado, la obcecación de que no hay alternativas, que su camino para enfrentar a los capos es el único posible. Algo comprensible desde el momento en que no se tomó ni un día para consultar a expertos en el tema que le explicaran con detenimiento que sí, que había otras opciones para enfrentar este complejísimo problema, menos costosas para la sociedad y las instituciones, y más eficaces en sus resultados. Pero Calderón tenía mucha prisa por iniciar su guerra, y es por ello que no partió de un diagnóstico correcto de la situación, como él mismo lo ha reconocido en varias ocasiones. Haberse tomado unos meses para consultar a expertos, buscar consensos, acordar una estrategia común con Estados Unidos y hacer una evaluación más precisa de la situación hubiera elevado las probabilidades de una estrategia más eficaz y menos onerosa.

Por otro lado, Calderón utiliza de manera cada vez más frecuente el recurso de culpar de su propio fracaso a otros actores. Y no es que en efecto no haya muchos otros corresponsables del asunto, pero no necesariamente en los términos en que Felipe lo presenta. Por ejemplo, dijo la semana pasada en la BBC que “Vicente Fox cometió muchas equivocaciones, como no actuar a tiempo contra el narcotráfico” (27/Oct/10). No es exacto, pues si bien es cierto que Fox ahora promueve la legalización de las drogas, eso no significa que no haya hecho nada contra los cárteles; significa que después de combatirlos fallidamente, ahora reconoce que esa no era la ruta adecuada (como lo han admitido también otros ex presidentes de varios países, e incluso ex zares antidrogas estadounidenses). Fox inició su “guerra sin cuartel” al narcotráfico a principios de 2001, siendo Calderón coordinador de la diputación panista. Pero, por lo visto, al no ser ese un tema que interesara a Felipe, no puso atención al hecho. Tan Fox emprendió esa guerra que la narcoviolencia se expandió en el territorio nacional y se intensificó cuantitativamente (hasta alcanzar 9 mil muertes). Fox inauguró, pues, la estrategia actual contra los capos, y Felipe simplemente la intensificó; intentó apagar las fogatas que Fox le dejó como herencia… pero con gasolina. Dijo también Calderón: “Creo que si México hubiera comenzado a luchar contra ese problema hace 10 años estaríamos hablando ahora de un asunto completamente diferente”. Por el contrario, si hace 10 años los gobiernos panistas no hubieran elegido una estrategia fallida no estaríamos frente al desastre actual. Si bien Fox “cometió muchas equivocaciones” en éste ámbito, Calderón lo ha superado con creces.

En su afán por defender con cualquier argumento su estrategia, Felipe recurre frecuentemente a alegorías históricas que caen en el absurdo. Dijo, por ejemplo, en Michoacán (ante el reclamo perredista por el michoacanazo), que José María Morelos “nunca pactó con los enemigos de México”. Cabe aclarar que “enemigos de México” eran otros mexicanos, los realistas, que pensaban de manera distinta a los insurgentes. Esos enemigos con los que Morelos nunca pactó fueron los que consumaron la Independencia. Entre ellos estaba Agustín de Iturbide, quien derrotó y apresó a Morelos (justo porque no pactó con él). Quien sí pactó con “los enemigos de México” fue Vicente Guerrero, acuerdo que se selló en Acatempan. Curiosamente, ese “enemigo de México” con quien nunca pactó Morelos, Iturbide, ha sido recordado durante el grito de algunos gobernadores panistas, e incluso por algunos presidentes del PAN en gritos informales, entre ellos —creo recordar— el propio Calderón. Equiparar a Iturbide (o a Porfirio Díaz o Maximiliano, en otras ocasiones) con El Chapo Guzmán o los Arellano Félix no parece la mejor manera de defender una estrategia. A falta de argumentos creíbles y sólidos para explicar una estrategia improvisada, por ende fallida y a todas luces fuera de control, se puede caer fácilmente en semejantes incoherencias.
Investigador del CIDE

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