11/04/2010

ALEPH: Los narcos...

 

...también dan empleo. Por eso, cuando aparecen en la televisión o en la radio los anuncios de una empresa transnacional minera seriamente cuestionada, vendiéndose a sí misma como la panacea del desarrollo y del empleo en nuestro país, siento una gran impotencia. El engaño es el de siempre: espejismos cortoplacistas de empleo y “desarrollo” para unos cuantos, en espacios publicitarios carísimos, versus daños ambientales y humanos irreversibles en el mediano y largo plazo para comunidades que viven en pobreza o pobreza extrema.

Carolina Escobar Sarti
 

No cabe duda que en un país miserable, todo el mundo puede montarse en el caballito del empleo y salir con bandera blanca.

“Que agradezcan que tienen empleo”, es la frase que da sentido a una teoría del derrame económico que en nuestro país jamás se ha derramado para las grandes mayorías. Sin dejar de reconocer lo noble que puede ser el trabajo desde su intencionalidad y posibilidad de dignificar al ser humano, sabemos que históricamente ha sido sinónimo de abuso y esclavitud. La mancuerna entre la política y el capital ha permitido abusos de todo tipo; no hace mucho, la práctica feudal de nuestros terratenientes se levantaba sobre las espaldas de millones de indígenas y campesinos que dejaron de existir en su condición de seres humanos con derechos, en gobiernos como los de Barrios y Ubico. Hoy, la cúpula empresarial continúa asustando con el petate del muerto cuando escucha sobre un posible ajuste al salario mínimo, bajo el pretexto de que tendrá que despedir a la mitad de sus trabajadores.

Quizás el símbolo más extremo de esta relación entre el discurso acerca del trabajo y la realidad en que este se inscribe muchas veces, sea el letrero que aparece a la entrada de un campo de concentración nazi: “Arbeit macht frei” (El trabajo libera). Por otra parte, “vamos a generar empleo” o “estamos invirtiendo en Guatemala y dando empleo” son frases que a muchos les bastan para creer ciegamente en caudillos, empresas o sistemas que visten de espejitos la conocida práctica colonizadora del despojo.

Todo esto se enmarca en un contexto donde nuestro gobierno se autodenomina socialdemócrata y el empresariado se considera capitalista. Pero la realidad nos dice que vivimos en medio de una ficción, porque ni el primero ni el segundo cumplen con las características de lo que dicen ser. En nuestro país el ciclo del capitalismo está roto y la socialdemocracia es una ilusión. Tenemos una institucionalidad estatal acéfala y débil, una deuda social histórica con gran parte de la población, una sociedad civil atemorizada y aún fragmentada, y un gobierno incapaz de ponerle reglas claras al capital.

Por su parte, la mentalidad colonial del capital insiste en usar al Estado como guardia privado de seguridad y pecho generoso para el otorgamiento de subsidios y favores especiales que permiten la evasión fiscal. Aquí el capital se ha dedicado a privatizar la política, a evadir impuestos y a usar el Estado a su antojo; aquí se practica un capitalismo salvaje, monopolista e irresponsable que obligaría al Estado a tomar medidas desesperadas para tratar de compensar la desigualdad social, si no fuera porque los sucesivos gobiernos están tan arrodillados al gran capital nacional y transnacional.

Como vemos, uno de los puentes que une fuertemente a la clase política y al gran capital es el tema del empleo. Y lo saben usar a conveniencia. Por ello, es significativo que haya tanto empleo informal o que haya tantas personas en todas partes trabajando para el narcotráfico. Casualmente, cuando escribía esto recibí de un lector una caricatura que cae como anillo al dedo, en la cual aparecen un niño y su padre. El niño dice a su progenitor: “Papá, estoy considerando una carrera en el crimen organizado”, a lo cual el padre responde: “¿En el Gobierno o en el Sector Privado?”.

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