El 88 marco un hito en la historia del país. Más que debatir si la voluntad del pueblo se vio truncada por un proceso electoral cuyos resultados habrían sido diferentes sin la impúdica “caída del sistema”, el 88 nos hizo creer a los mexicanos que era posible derrocar al dictador.
El reconocimiento de los más avezados políticos de que el cambio estaba próximo y era inminente, los llevó a vacunarse y a tratar de crear contrapesos que diluyeran el poder de los monstruos que habían creado. La ola de privatizaciones que tuvo lugar a partir de entonces dio lugar a la aparición de nuevos potentados económicos para hacer frente a los grupos económicos ya arraigados. Entre ellos, la aparición de un nuevo grupo mediático que con la privatización de los canales 7 y 13 buscaron crear un contendiente capaz de neutralizar el poder de Televisa.
Desde sus comienzos, la televisión sirvió como medio de propaganda de los gobiernos en turno, y Televisa era parte integral del sistema. Pero las elecciones del 88 pusieron en evidencia que la dictadura de partido estaba en riesgo, y si bien ese grupo televisivo había servido como principal aliando para sostener el régimen priista, la posibilidad de que un nuevo partido llegase al poder anticipaba el riesgo de que las lealtades cambiaran.
Muerto el rey, viva el rey. En nuevo entorno, Televisa serviría de herramienta del recién llegado para perpetuarse en el poder, y la forma de contrarrestar el veneno era garantizando la existencia de una alternativa.
Pero el resultado de la competencia de dos tiene pocas variantes, especialmente cuando ambos contendientes tienen más a ganar juntos, que peleando por separado. Si bien esto es cierto en cualquier mercado económico, es aún más contundente cuando se trata de proteger y promover intereses en común, cómo son la exclusividad de las concesiones, los impuestos y derechos que les aplican y las leyes que los limitan.
El triunfo electoral del PAN en las elecciones del 2000 y un Congreso dividido, desató los amarres de los grupos televisivos con el hasta entonces detentor del poder político. El PRI ya no podía garantizarles en exclusiva la continuidad de las prebendas, que en buena medida dependían del flamante presidente emanado del PAN, que inauguró una nueva forma de gobierno: El gobierno por encuestas.
A cambio de verse favorecido en las pantallas para ganar el apoyo popular, Vicente Fox Quezada entregó la casa a las televisoras con el apoyo de todos los partidos políticos representados en el Congreso.
Comenzó por eliminar el 12.5 por ciento de tiempo-aire a favor del Estado, siguió con el refrendo gratuito de las concesiones hasta el 2021; la entrega de canales adicionales para incorporar nueva tecnología digital; el aplazamiento hasta el 2021 para la digitalización de las transmisiones televisivas –a fin de cerrar espacios a la posibilidad de la aparición de nuevos canales competidores; y, permitió que a través de las subsidiarias de cable de Televisa, el grupo compitiera contra Telmex sin que Telmex pudiera competir contra Televisa.
Por último y por si fuera poco, en plena contienda electoral en el 2006 y con la consigna unánime de los principales candidatos a la Presidencia presentó la iniciativa para la aprobación de la llamada Ley Televisa, que transfirió el poder del Gobierno federal para regular a la radio y televisión a un organismo regulador al que se pretendía hacer “autónomo”, bajo la premisa de que sus comisionados, si bien designados por el Presidente requerían de la aprobación del Senado (exigencia que fue declarada inconstitucional por la Suprema Corte de Justicia de la Nación).
Los recientes gobiernos y legislaturas, cedieron a Televisa –líder de las televisoras-, un poder que ilusamente pensaron que sería utilizado a su favor, pero que tuvo por resultado que Televisa ya no necesite de la clase política, pero que ésta dependa de Televisa para subsistir.
Hoy los políticos actúan o dejan de actuar por miedo a las represalias que las televisoras puedan adoptar en su contra. Este temor inherente a aquellos que detentan o pretenden obtener poder, los paraliza y los convierte en títeres o en simples figuras decorativas que sirven para gobernar a nombre del nuevo rey y sus Richelieus.
Así las cosas solo podemos aspirar a que nos sorprenda otro 88, porque de lo contrario, sin importar la opción por la que se vote, en las elecciones del 2012 se estará sufragando por una dictadura, la de las televisoras.
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