Deicidio en Moscú
El 14 de septiembre de 2007 la corte de circuito de Douglas, Nebraska, admitió la demanda interpuesta contra Dios por el entonces senador Ernie Chambers, activista de derechos humanos y el dirigente afroestadunidense más famoso de ese estado. El propósito de Chambers era poner en evidencia la frivolidad del sistema judicial estadunidense, propenso a ceder ante las peticiones más disparatadas, pero la acusación apuntaba a delitos graves –causar daños severísimos a la humanidad por medio de inundaciones, terremotos, huracanes, tornados y plagas– y exigía a los jueces que ordenaran al Señor el cese inmediato de su participación en actividades dañinas y en amenazas terroristas.
En un principio, el juez desechó la demanda mediante un recurso ingenioso: Dios no había podido ser debidamente notificado pues carecía de dirección. Chambers respondió con astucia mayor: la Corte admite la existencia de Dios; una consecuencia de esa admisión es el reconocimiento de que Dios es omnisciente; en la medida en que Lo sabe todo, es lógico asumir que Tiene noticia de esta demanda
. Para complicar más las cosas, tras los edictos correspondientes, un abogado de Corpus Christi se ofreció a fungir como representante legal del acusado, y la Corte recibió una comunicación de alguien que decía ser Él en persona. Al tribunal no le quedó más remedio que empezar las audiencias respectivas; en una de ellas, Chambers terminó de abrumar a los reticentes magistrados con una observación brutal: Dios es omnipresente; por lo tanto, se encuentra en esta sala
. Las audiencias se prolongaron hasta el 25 de febrero del año siguiente, cuando la Corte de Apelaciones de Nebraska cerró definitivamente el caso alegando que un tribunal decide controversias reales y determina derechos realmente controvertidos, y no se aplica a asuntos abstractos o temas que pudieran desembocar en situaciones hipotéticas o ficticias
.
Unos años antes, en la ciudad rumana de Timisoara, un preso conocido sólo como Pavel M., sentenciado a 20 años de cárcel por homicidio, emprendió un proceso legal contra la Iglesia Ortodoxa, en su carácter de representante de Dios, por haber fallado en su obligación de apartarlo del Demonio. El demandante alegó que tal responsabilidad incumplida derivaba de su bautismo, al cual consideró un contrato vinculante. La demanda fue desechada por el tribunal, el cual consideró que el acusado no era ni un individuo ni una empresa y que, por ello, quedaba fuera de su jurisdicción.
La escena del Altísimo en el banquillo de los acusados ha dado pie a ficciones como El hombre que demandó a Dios (Australia, 2003) y El juicio de Dios (1979). La primera es una comedia sobre un pescador cuyo barco es destruido por un rayo, y a quien la empresa aseguradora se niega a pagarle el daño, pues considera que el incidente fue un acto de la Providencia
; la segunda es una farsa trágica escrita por Elie Wiesel; la historia ocurre en 1649, en la ficticia localidad europea oriental de Shamgorod, donde acaba de ocurrir un pogromo. Allí, tres rabinos se erigen en Bet din, o tribunal clerical, para procesar al Señor por permitir la masacre de Sus hijos.
Wiesel contó que, siendo adolescente, había presenciado un episodio semejante cuando se encontraba recluido en Auschwitz. En 2008 la BBC y la WGBH presentaron la coproducción Dios, bajo proceso, en la que se retoma la anécdota de ese campo de concentración para construir una nueva historia, en la que los protagonistas someten al Creador a un juicio in absentia por haber abandonado al pueblo judío y permitido que los nazis cometieran genocidio. La obra puede verse, dividida en varios fragmentos de video, y con subtítulos en español, en Youtube.
La inmortalidad es absolutamente relativa. La esperanza media de vida de una deidad se mide en siglos o en milenios. Los dioses son inmortales en tanto están de moda. Cuando los humanos se hartan de ellos, el fallecimiento sobreviene de manera inevitable, pero no sirve de nada que algunos mortales pretendan adelantarse a la mayoría de sus prójimos y decreten muertes anticipadas, como lo hicieron los jueces que, en enero de 1918, en Moscú, sentenciaron a muerte a Dios, en castigo por sus horrendos crímenes contra la humanidad.
El proceso correspondiente se realizó a instancias de Anatoli Lunacharsky, uno de los protagonistas de la navegación anterior y quien, en su calidad de comisario de Instrucción Pública, estaba empeñado en contrarrestar la ignorancia y el temor de las masas rusas, sometidas por siglos a los designios de los clérigos ortodoxos y del Zar. Aquel deicidio tenía, pues, una intención liberadora pero, en la lógica atea, incurrió en una contradicción escandalosa: al someter al Señor a proceso judicial se le reconoció la existencia; cuando menos, la existencia jurídica.
La cosa fue más o menos así: el juicio duró cinco horas, con un ejemplar de la Biblia colocado en el banquillo de los acusados. Los fiscales presentaron pruebas numerosas de la culpabilidad del Altísimo, en tanto que Sus defensores de oficio presentaron una demanda de exoneración, argumentando en que El Acusado padecía demencia aguda.
Ante la extrema gravedad de los delitos, el tribunal desechó aquella petición, declaró culpable a Dios y lo condenó a morir fusilado. La sentencia se cumplió el 17 de enero de 1918, a las seis y media de la mañana, cuando un pelotón disparó cinco ráfagas de ametralladora contra el frío cielo moscovita.
No hay forma de saber si los verdugos lograron, o no, su cometido. Algunos piensan que Dios no murió en el episodio, pero que Se asustó muchísimo. Tal vez sea por eso que desde entonces no Se aparece muy seguido que digamos.
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