Por Marcela Valente
Laura Berón, con su sobrinito en brazos, y Lorena Maurin durante el taller Crédito: Marcela Valente /IPS | |
El taller se dicta en un galpón junto a la capilla Santa Clara de Asís en un asentamiento paupérrimo de Ciudad Evita, a 20 kilómetros al oeste de Bueno Aires, en el distrito más populoso de su extrarradio.
"A los de Ciudad Evita no nos cuentan. Somos los piojos del rodete de Evita", ironizó la monja católica Norma Santa Cruz, coordinadora del programa que acerca las herramientas de la tecnología a mujeres víctimas de violencia.
La localidad toma su nombre de Eva Duarte (1919-1952), esposa de Juan Domingo Perón y quien desde la llegada por primera vez de su marido a la Presidencia, en 1946, y hasta su muerte, promovió los derechos laborales y de las mujeres.
Las religiosas de la capilla trabajan hace 15 años con "población vulnerable" y en este barrio ese grupo está integrado fundamentalmente por mujeres, niños y niñas que crecen en un ambiente de violencia, reveló Santa Cruz.
Una veintena de mujeres que ya tenían contacto con la capilla, por llevar a sus hijos a participar en diferentes actividades educativas o recreativas, fueron convocadas este año a participar en un curso de computación. Y así arrancaron.
"Las citamos para eso porque si les decíamos que era por la violencia no hubieran venido", confesó Santa Cruz. La meta es que tengan una dirección de correo electrónico, un blog o una página en Facebook, para usar la red social y vincularse con otras mujeres, en un aprendizaje que reconstruya –o construya- su autoestima.
El plan, financiado por la red no gubernamental e internacional Asociación para el Progreso de las Comunicaciones, se llama "Dominemos la tecnología. Tomar el control de las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) para eliminar la violencia contra las mujeres".
En Argentina, funciona en Ciudad Evita y en otra población de la oriental provincia de Buenos Aires, y en las de Misiones, Formosa y Santiago del Estero, todas en el noreste.
En Formosa aprenden computación y participan en talleres sobre violencia. "Acá la violencia se expresa en lo familiar pero también en la trata de personas, porque es una zona vulnerable, de frontera (con Paraguay)", dijo a IPS Elsa Gómez.
Gómez es coordinadora de la organización Ñandé Roga Guazú (Nuestra Casa Grande en guaraní), donde las mujeres se afanan estas fechas en producir videos y volantes para la campaña del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, el jueves 25, que abre una quincena de actividades mundiales contra la violencia de género.
En Ciudad Evita difícilmente logren algo similar este año, pero cualquier excusa es buena para remover esa violencia naturalizada.
Durante la tarde que IPS compartió con siete asistentes al curso de computación, a todas ellas les resultó difícil identificar a un hombre que no fuera como su marido.
"Todos son así. Tuve cantidad de padrastros borrachos y golpeadores, y no quiero eso para mis hijos", declaró Maurín, una joven trabajadora de 29 años, con dos hijos y un marido que cuando sale de noche los fines de semana, se emborracha y se pone violento.
"Mis hijos ya saben que, si sale, va a volver a la mañana borracho y viven asustados. Pero me dice: ‘¿de qué te quejas?’ si le digo que no salga o que no tome", explicó.
Todas hablan con entusiasmo del curso. Lo dicta un profesor que llega desde otra localidad una vez por semana. Ya aprendieron a hacer currículos, planillas en "Excel" y presentaciones en "Power Point".
Para la presentación se basaron en un artículo sobre noviazgos violentos que trajo una participante. El objetivo final es que lleguen a tener contacto con otras mujeres que sufren la violencia y están aisladas como ellas.
"Profe! Quise abrir el programa y se me apagó!", se desespera una. Otra presiona el clic del ratón y espera en vano hasta que recuerda que debía pulsar doble.
Laura Berón apenas habla. Cuando lo intenta se quiebra. Tiene 29 años, un empleo y un hijo. Su marido la golpeó muchas veces. Fueron a terapia psicológica pero no funcionó. Él no quiso seguir.
"Yo la veía que venía marcada pero no nos contaba", relató su hermana, Beatriz Berón, de 31 y dos hijos. Ella también sufre las agresiones de su compañero y asiste al curso. "Quisiera irme de casa pero no tengo adonde", reconoció.
Beatriz Berón trabaja, tiene una niña de ocho años y un bebé de un mes que llevó al curso. Santa Cruz les insiste en que no traigan a los niños, que preserven ese espacio para ellas, pero es difícil. Los niños entran y salen al salón y el bebé va de brazo en brazo.
Paola Bazante, de 36, es la más veterana del grupo. Está casada hace 20 años y tiene cuatro hijos. Cuando se acercó al taller de murga estaba muy mal, recordó. Más tarde empezó una terapia psicológica que la "ayudó mucho", dijo.
Las peleas con su marido eran constantes. "Él no está nunca en la casa, viene cuando quiere", explicó. Primero comentó que el solo ejercía sobre ella una violencia psicológica, pero al rato de conversar se confesó.
"Una vez me pegó y yo se la devolví con un palo de escoba. Le dije: ‘cuidado cuando te vayas a dormir porque por ahí no te despertás", amenazó. "Ahora me tiene miedo, por eso no me pega", rió.
Bazante dice que le hace mucho bien ir al taller, pese a que su marido, como los de las otras mujeres, lo desestimen. Ellos dicen que allí van "a perder tiempo", "a cuidar los hijos de otra" o a "conocer otros hombres" como el profesor de computación.
"A mi este espacio me sirvió mucho para darme cuenta que yo podía sola, que crié sola a mis cuatro hijos y que no necesitaba de él. Ahora trabajo, tengo mi plata. Pero es difícil decir ‘hasta acá llegue’, cuesta mucho el corte", reflexionó.
El miedo mayor no parece ser a ese hombre violento que duerme con ellas, sino a que nada garantiza que otros serán diferentes. "Todos son así, si alguna dice que el marido no es violento está mintiendo", dijo Bazante.
Si van a hacer la denuncia a la policía, saben que no serán protegidas. "(Los agentes) te dicen para qué lo denuncias si dentro de dos o tres días vas a volver con él", reveló. Y saben que, en parte, es cierto. No pueden irse.
Claudia Cisneros, otra participante de 22 años, apunta a los fundamentos culturales. "Mi padrastro era así. La mujer es para cocinar, lavar y cuidar a los hijos", contó que le decía. Su compañero también sale y se emborracha "de viernes a domingo", aseguró.
"Si alguno no toma, es tranquilo y da plata a su mujer, le dicen que es un cornudo o un pollerudo (sometido a las faldas)", acotó. Todas se apuraron a darle la razón.
"Por eso es difícil hacer el corte", agregó Bazante, "una prefiere quedarse, aunque esté incómoda, y no irse a algo que puede ser peor", razonó. "La mujer tiene la cabeza más abierta, pero el hombre no cambia más", concluyó.(FIN/2010)
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