Hay muchas hipótesis del doble homicidio de las hermanas Reyna e Isabel Anaya, esta última viuda de Lucio Cabañas. Su hija Micaela asegura que no se irá del pueblo hasta que se esclarezca el crimen
El estado de Guerrero no había trascendido aún los estragos de la “guerra sucia” cuando todo su territorio fue sumergido en las peores consecuencias de la guerra contra el narcotráfico. En ese impasse de cuentas pendientes, presentes y pasadas, la viuda de Lucio Cabañas, Isabel Anaya Nava, y su hermana Reyna fueron acribilladas en el poblado de Xaltianguis, municipio de Acapulco, cuando salían de vender alimentos en un templo cristiano.
Los testigos del crimen relataron que era alrededor de la una de la tarde, ese domingo tres de julio, cuando Isabel, de 54, y Reyna, de 57, fueron acribilladas por unos hombres que viajaban en un auto. Una vez abatidas, los agresores bajaron del vehículo y se llevaron los celulares de las mujeres. Ese mismo domingo, a las nueve de la noche, Micaela Cabañas Anaya, hija de Isabel y del legendario fundador del Partido de los Pobres (PdlP), Lucio Cabañas Barrientos, recibió una amenaza de muerte desde el celular de su madre.
LA MEMORIA
Isabel Anaya tenía 13 años cuando conoció a Lucio Cabañas, quien le llevaba 20 años y ya era una leyenda en Guerrero. Se fue con él a la guerrilla a finales de 1973. En marzo de 1974 dejó las filas y bajó de la sierra. Estaba embarazada.
Algunas cartas que Isabel firmó como “Carmela” (uno de sus alias como guerrillera) relatan las tristezas que sufrió lejos de Lucio (alias Miguel) mientras esperaba la llegada de su hija.
Las cartas están recopiladas en el libro Lucio, el guerrillero sin esperanza, de Luis Suárez. “Cariñito mío, vida mía”, son las expresiones con las que Isabel llama a Lucio, a quien extraña “muchísimo” mientras vive con su suegra en la zonas aledañas de Acapulco. Se queja del calor y de las molestias del embarazo. Le pide permiso para irse a vivir con su mamá en cuanto nazca su bebé, y relata la ilusión que le causa el futuro nacimiento de quien sería la única hija de Cabañas. “Ese niño que tú y yo vamos a querer mucho como el tesoro más grande del mundo que tengamos en vida”, escribe.
En el mismo libro, Luis Suárez refiere que el diario de combate del guerrillero, fundador del PdlP, estaba plagado de las iniciales IAN, Isabel Anaya Nava, esparcidas junto a las cuentas y los pendientes del día a día en la fila guerrillera, tal como dibujaría un chico de secundaria en su cuaderno escolar.
“Cariñito mío, ya quisiera estar allá contigo porque ya no aguanto las ganas de estarnos abrazados y de besarte mucho, pero ya sé que me tengo que esperar otro poquito. Pero ese poquito se me hace un año. Tú sabes que yo te quiero mucho como yo sé que tú a mí”, escribe Isabel en la última de las cartas recopiladas, fechada el 14 de junio de 1974.
Ella nunca lo volvió a ver. Junto con la familia de Lucio fue aprehendida en noviembre de 1974, dos meses después de que naciera su hija Micaela. Él murió en combate el dos de diciembre del mismo año. Isabel pasó alrededor de dos años y medio en las prisiones clandestinas del Campo Militar Número Uno. “Ahí aprendí a caminar”, relata Micaela, en breve entrevista telefónica desde su pueblo de Xaltianguis, a unos días de haber enterrado a su madre y a su tía. “Gracias a Dios yo no me acuerdo. Pero me cuentan que la primera noche que pasé fuera del Campo Militar estuve llorando. Quería regresar a mi casa, y el campo (militar) era la única casa que yo conocía”.
El paso de Isabel por las filas guerrilleras fue de unos cuantos meses. Los pagó con dos años en el Campo Militar Número Uno. Conoció a estudiantes, guerrilleros, activistas y simples simpatizantes. También a torturadores, judiciales y militares: en su momento reveló que fue torturada personalmente por Mario Arturo Acosta Chaparro, quien le exigía que le dijera el paradero de Lucio.
A mediados de 1976 Isabel fue puesta en libertad con la condición de que jamás haría públicas ni denunciaría las cosas que atestiguó y vivió. A partir de allí procuró tener un bajo perfil. Sostuvo otra relación y tuvo más hijos. En los siguientes años se mudó de ciudad en ciudad: “Dormir en un lado, amanecer en otro... yo estas cosas, sinceramente, no las recuerdo, pero ella me contaba”, dice Micaela. Le cambió el apellido a su primogénita en varias ocasiones, por miedo a que sufriera alguna agresión por ser la hija de Cabañas. Cuando creció, Micaela decidió conservar su apellido paterno.
Dice que su mamá hizo de todo. Tenía una visa de Estados Unidos, así que trabajaba en los campos de aquel país un tiempo y regresaba. “Fue una mujer muy valiosa, una madre soltera que sacó a sus hijos adelante. Todos tenemos carrera, somos profesionistas, tenemos techo. Fue muy valiente”, añade su hija mayor.
De acuerdo con la prensa de Guerrero, a inicios de este año fueron asesinados dos hermanos de Isabel. A partir de ahí se recrudecieron las amenazas contra la viuda de Cabañas. Pero Micaela asegura que eso no es cierto. “No hubo tal asesinato. Ha habido muchas muertes en mi pueblo, demasiadas muertes. Familias, gente inocente, han muerto. Pero no están vinculadas con nosotros. Mi mamá no se metía con nadie”. A pesar de esto las hostilidades nunca cesaron. Isabel buscó la ayuda de algunas organizaciones de derechos humanos para ver la posibilidad de solicitar asilo político. Pero esto no se concretó.
En los últimos tiempos, y por primera vez desde que fuera liberada del Campo Militar Número Uno, Isabel comenzó a tener un perfil más visible en el activismo social: se incorporó a la Asamblea Popular de los Pueblos de Guerrero (APPG) y comenzó a acercarse a las organizaciones de familiares desaparecidos de la región para continuar con la exigencia de su presentación. “Ella era un testigo clave —advierte Adela Cedillo— de las decenas de personas que pasaron por el campo militar entre 1974 y 1976”.
Este año se reavivó la efervescencia en Guerrero respecto a la “guerra sucia”. El 29 de junio, apenas una semana antes del homicidio, el presidente del Congreso de Guerrero, Faustino Soto Ramos, presentó la iniciativa para integrar la Comisión de la Verdad para investigar y esclarecer las matanzas de Aguas Blancas y El Charco, así como los casos de desaparición durante la “guerra sucia”. Unos meses antes el gobierno federal había retomado las excavaciones en el ex Cuartel Militar de Atoyac, Guerrero, para dar algún cumplimiento a la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso de Rosendo Radilla, quien fuera víctima de desaparición forzada en 1974, justo en el contexto del secuestro de Rubén Figueroa.
De acuerdo con la organización “Nacidos en la Tempestad”, no se puede descartar que éste haya sido un crimen político. No se puede olvidar quién era Isabel, advierte Adela Cedillo, historiadora y parte de este grupo al que también pertenece Micaela. Sin embargo, se ha ventilado en los medios locales que quizá se trató de un crimen común. Xaltianguis es un poblado suburbano del municipio de Acapulco de Juárez, a unos 50 kilómetros del puerto del mismo nombre. De acuerdo con datos oficiales, viven ahí sólo seis mil 579 personas, pero los niveles de violencia derivados del crimen organizado han alcanzado expresiones lamentables.
Otra hipótesis es que se trató de un crimen de odio, vinculado a un presunto homicidio de los hermanos de Reyna e Isabel. Micaela niega esa versión, pero Felipe Canseco, abogado y ex militante del grupo armado Partido Revolucionario Obrero Clandestino Unión del Pueblo-Partido de los Pobres y hoy miembro de Izquierda Democrática Popular (organización en la que también milita David Cabañas, hermano de Lucio), advierte que, para su organización, el homicidio de Isabel “lo vemos como parte del odio que se ha generado a partir de la guerra del calderonismo, la que ha exacerbado un conjunto de contradicciones; consideramos su asesinato como un hecho doloroso y lamentable por el crimen organizado. No le vemos consecuencias políticas. Teníamos conocimiento de que había recibido amenazas, y lo que nosotros sugerimos a la hoy difunta es que abandonara Guerrero, porque en ese tipo de crímenes de odio no hay razones que se entiendan”.
Fritz Glockner, escritor e historiador especialista en movimientos armados de México, sitúa el homicidio como una continuación de la impunidad. “Los mexicanos habíamos sido catalogados como hijos de la chingada, y hoy se comprueba que somos hijos de la impunidad”. Añade: Isabel es “un personaje con valor histórico”, y su asesinato es “la comprobación de la existencia de una guerra de baja intensidad, y el reflejo máximo de la inseguridad en la cual estamos viviendo”.
Micaela y su familia no se explican el crimen: “Si era cosa contra mi tía, pues mi tía nunca se metió con nadie; si era por parte de mi mamá, no sé. Por eso le pido al gobierno del estado que esclarezca”.
Antes del homicidio, Isabel había solicitado protección al Procurador del estado debido a las amenazas recibidas. Ésta nunca llegó. Micaela asegura que no va a dejar la región hasta que logre esclarecer el homicidio de su madre y su tía.
—¿Qué recuerda de su mamá?
—A la mujer luchadora, que se levantaba todas las mañanas a trabajar para que nosotros fuéramos a la escuela. Una persona que nos hizo formarnos y tener una carrera. Recuerdo muchas cosas que son tristes pero sobre todo su cariño.
Su mamá, dice Micaela, siempre mantuvo actuales las ideas de Lucio Cabañas: “Tu papá fue una persona muy valiosa, que quería cambiar a México, la situación de los estados. Sus ideales siguen valiendo mucho porque están vigentes, me decía”.
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