Editorial La Jornada
En
el contexto del escándalo por la difusión de las acciones de espionaje
cometidas por el gobierno de Washington contra el presidente Enrique
Peña Nieto –según un documento divulgado el fin de semana pasado en la
televisión brasileña–, comienza a proliferar información sobre el
empleo de prácticas similares por las autoridades mexicanas hacia la
población del país. Según información proporcionada por Wikileaks a La Jornada,
ejecutivos de empresas dedicadas a vender servicios y productos de
espionaje cibernético –Gamma Group y Hacking Team Ht Srl– han realizado
diversas visitas a nuestro país. En tanto, el abogado Jesús Robles
Maloof, representante del colectivo ContingenteMX y de Propuesta
Cívica, indicó a este diario que al menos tres dependencias federales
–la Secretaría de Seguridad Pública Federal, la Procuraduría General de
la República y el Estado Mayor presidencial– emplean el servicio de monitoreo
e intercepción de datos FinFisher, software malicioso que se aloja en
las computadoras y celulares y permite obtener datos informáticos en
grandes cantidades.
Según se desprende de la información referida, los gobiernos nacionales se han sumado al contingente de actores y organizaciones que practican el espionaje informático mediante el empleo de productos tecnológicos de dudosa legalidad y, al hacerlo, fomentan un crecimiento poco esperanzador de la industria correspondiente, por más que las empresas y las autoridades afirmen tomar las previsiones necesarias para evitar un mal uso de la información obtenida. En efecto, la afirmación de las compañías de que sus equipos y programas de espionaje sólo pueden ser adquiridos por gobiernos y no por particulares resulta poco tranquilizadora, habida cuenta de que muchos de los regímenes que emplean esos productos –caso concreto del gobierno estadunidense– son violadores sistemáticos de derechos humanos. Por su parte, la aseveración de los gobiernos de que el uso de estas tecnologías está orientado a garantizar la seguridad nacional y a prevenir hechos delictivos queda desmentido a la luz de episodios como el referido espionaje contra Peña Nieto, que demuestran que el aparato de recolección de información de Washington está dedicado a investigar de manera furtiva las actividades y comunicaciones de políticos prominentes y de sus equipos de colaboradores.
En
el caso de México, la información que documenta la presencia de
desarrolladoras de equipos de espionaje en el país y el uso de esos
sistemas por corporaciones de seguridad pública y nacional resulta
tanto más preocupante habida cuenta del silencio que han guardado al
respecto las recientes administraciones federales. Hasta ahora, lo
único que se sabe es que el aparato gubernamental dispone de
herramientas tecnológicas que le permiten interceptar información
personal a escala masiva, seleccionarla, desencriptarla y acceder a
ella, y esa sola circunstancia da cuenta de un accionar ilegal de la
institucionalidad supuestamente encargada de hacer cumplir el estado de
derecho.
Es urgente, pues, que la administración federal en turno informe a la sociedad sobre los alcances e implicaciones de esas prácticas y abra un debate sobre los límites entre lo permisible y lo ilegal en la vigilancia de los intercambios informáticos.
Es urgente, pues, que la administración federal en turno informe a la sociedad sobre los alcances e implicaciones de esas prácticas y abra un debate sobre los límites entre lo permisible y lo ilegal en la vigilancia de los intercambios informáticos.
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