Antonio Malacara
Con
más de mil 400 personas aplaudiendo de pie a Joshua Redman, el domingo
25 de agosto llegó a su fin el Tercer Festival de Jazz Chihuahua con un
concierto de gala en el Teatro de los Héroes (inmueble estelar del
enorme complejo cultural de esta ciudad). Durante siete días
consecutivos de talleres, clínicas y conciertos, el festival se
extendió a Ciudad Juárez y Parral con el mismo éxito –nos reporta
Arturo Herrera– que ha obtenido en la capital.
Yo pude estar dos noches por allá, y en verdad es impresionante
observar y compartir el entusiasmo, la emoción con que cientos y
cientos de chavales (y tres o cuatro cincuentones) se acercaban al
Teatro de Cámara (dentro del mismo complejo) para asistir a los
conciertos de Tom Kessler y del cuarteto de maestros talleristas. Ramón
Bermúdez, fundador del festival, recorre feliz el vestíbulo, cosechando
lo sembrado en 2011. Aunque aquí todo mundo sabe y manifiesta que la
efervescencia jazzística de Chihuahua se debe en gran medida a Armando
Núñez, director del Conservatorio de Música, profesor en el área de
jazz de la Universidad Autónoma de Chihuahua, guitarrista virtuoso y,
ahora, curador del Festival (nomás). Ya tendremos tiempo de hablar
ampliamente de él.
A las ocho de la noche del miércoles seguía llegando la gente;
buscaban programas de mano y ya no había, buscaban butacas vacías y ya
no había; las escaleras empezaron a llenarse. Con excepción del
teclista jornalero, nadie parecía inquieto ante un auditorio
textualmente atestado. Pero el nerviosismo se desvaneció con las
primeras pinceladas del arco en el contrabajo, las baquetas se deslizan
suavemente en el filo de un platillo; la guitarra entra a hurtadillas,
con pequeñísimas dosis de cuerdas amortiguadas. Delicada y etérea, la
atmósfera nos cubre en un instante.
La batería de Enrique Nativitas es la primera en desplegar formas
condensadas, específicas, lanza trazos multiformes en todas direcciones
mientras guitarra y contrabajo continúan flotando en el limbo. En
ningún momento Nativitas se limita a acompañar a la guitarra, él
mantiene su propio discurso mediante esculturas horizontales que va
insertando en la dinámica del trío.
La guitarra de Kessler tiende líneas entre el jazz y el
impresionismo y el rock progresivo; dialoga con el contrabajo de Vico
Díaz como si ambos músicos tuvieran más de una vida tocando juntos,
compartiendo un jazz totalmente contemporáneo que no argumenta desde
impenetrables abstracciones, que levanta sus figuras desde un lirismo
tan sinuoso y propositivo como ecuánime. El público aplaude uno tras
otro los solos de los jóvenes maestros. Al final, los ritmos cruzados
sostienen escenas más cortas y disímbolas, las propuestas se hacen más
densas, los silencios son de antología. Nos dejamos llevar.
Una
tarde después llegamos al mismo Teatro de Cámara para una rueda de
prensa que van a dar los cuatro maestros que imparten talleres en el
Conservatorio; de los mejores músicos del país: Édgar Dorantes (piano)
viene de Xalapa, Ken Basman (guitarra) llega de San Miguel de Allende,
Agustín Bernal (contrabajo) del DF y Giovanni Figueroa (batería)
también de la ciudad de México. Basman dice que él ha venido varias
veces a Chihuahua y que sabe que el nivel de los estudiantes
ha subido un buen.
Minutos más tarde, los cuatro salen a escena en medio de una
gigantesca ovación, sus nuevos alumnos saben de qué se va a tratar (hay
más gente que ayer, no lo puedo creer). El finísimo toque de Giovanni
(el chavo del cuarteto) se vincula a la perfección con la proverbial
maestría de sus compañeros. El swing es automático, instantáneo; el
teatro entero se estremece de golpe, se balancea; unos muy serios,
otros sonrientes, todos disfrutamos el milagro de la música compartida,
de la felicidad colectiva.
Los maestros decidieron asirse de los estándares para tocar esa
noche. Nunca habían tocado los cuatro juntos, pero la fórmula y las
tablas y el ingenio y el enorme poder de improvisación hacen
maravillas. El público entra en trance. Son los ecos de Bernstein, de
Monk, de Montgomery; el virtuosismo va de la mano con la tradición, con
mil matices y aromas y destellos y esteros mil.
No hay historia más grande. Sólo los rastros más antiguos llevan a
algún lado, decía el compañero Herzog, y esta noche nos dimos una
vuelta por ahí merito. Gracias. Murieron Marian McPartland y Cedar
Walton. Hay mucho de ellos en la red. Gracias también. Salud.
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