Detrás de la Noticia
Ricardo Rocha
El ideólogo priísta por antonomasia, don Jesús Reyes Heroles, sentenció que en política la forma es fondo. Así que hemos transitado históricamente del día del presidente, al día contra el presidente y ahora a la reunión de amigos con el presidente. Que eso fue antier el encuentro de Enrique Peña Nieto con los 600 personajes más influyentes de la política y los negocios o de ambas cosas. El acto, empujado por las marchas de la CNTE al refugio de Los Pinos, se efectuó bajo el amparo de una gran lona inédita en la explanada Francisco I: Madero de la residencia oficial. A donde fueron llegando desmañanados o insomnes todos los asistentes que aprovecharon para charlar desde las siete de la mañana, a que los obligaron los protocolos de una seguridad molesta, pero que bien vale la pena con tal de estar ahí. Luego, todos escucharían el mensaje que con motivo de su 1er Informe de Gobierno envió a la nación el presidente. Un texto, por cierto, muy bien estructurado que sería extraordinario si se hubiera tratado de un informe corporativo. Pero del que algún experto diría que le faltaron las frases clave que hay que distribuir sensiblemente y que establecen la diferencia entre el discurso de un director y el exhorto estremecedor de un gran líder político. Si se le viera en una gráfica: una línea suavemente ondulada y nunca el electrocardiograma con altas y bajas para mantener no sólo la atención sino la tensión en sus espectadores.
Algún imagenólogo destacaría también la seguridad gestual y corporal de un Peña Nieto que cada vez lee mejor y domina más a sus audiencias, pero al que le falta conmoverlas. En cuanto a su estructura, fue un mensaje de 58 minutos que los convocados interrumpieron consistentemente con una veintena de generosas salvas de aplausos. Al final, Peña también innovó: en lugar de la fila del besamanos, hizo disfrutar a sus invitados de media hora de miradas, de apretones de manos, palmadas y hasta alguno que otro breve abrazo para los más afortunados; la gloria de ser visto, sonreído y tal vez tocado por el hombre más poderoso del país; para que, además, todos se enteren. Un nuevo ritual que incluyó los no saludos: el más notable a Emilio Chuayffet, que, para quienes lo observaron, significa el anuncio de la muerte política de un Secretario de Educación que nadie se explica cómo no advirtió sobre la gravedad de la rebeldía de la CNTE; razón por la cual tal vez ha sido borrado de las negociaciones con los maestros rebeldes. Pero, volviendo al acto, al final terminaron muy sonrientes el presidente y sus invitados, de los cuales –dijeron algunos en voz baja- faltaron dos: la autocrítica y el mensaje político.
Por lo que hace al fondo, se puede decir que el presidente salió bien librado. Peña Nieto fue a lo suyo: a presumir una disminución en algunas cifras negras de la inseguridad como los homicidios comunes; aunque omitió hablar del incremento en secuestros y extorsiones y del peligro explosivo y expansivo de esos microejércitos que son las guardias comunitarias, que mandan en numerosas parcelas del territorio nacional.
Pero el mayor tiempo de su mensaje lo dedicó a ponderar y defender
su mayor invento político, el Pacto por México y sobre todo las reformas que de él han derivado: fundamentalmente la Educativa, que ayer terminaría de aprobarse en el Senado; la Energética, todavía sujeta a debate intenso, fundamentalmente con un amplio sector de la izquierda; y la que Alberto Barranco califica como “la madre de todas las reformas”, la Hacendaria, que augura una fuerte confrontación con el sector empresarial si, como se anticipa, traerá apretones en materia fiscal; hará que paguen más impuestos los que más tengan y si se eliminan los regímenes especiales que actualmente benefician a los grandes corporativos. En cambio, muy poco dijo el presidente de la baja dolorosísima del índice de crecimiento de 3.5 a 1.8 si bien nos va al final del año. Una desaceleración, con peligro de recesión, que es una amenaza permanente y que, en una sola línea de su discurso, Peña Nieto atribuyó a factores externos y nunca al manejo interno de la economía.
A propósito, uno se pregunta si no son demasiadas y obsesivas las reformas. Y si, en el afán de alcanzarlas, no se está descuidando la gobernabilidad del día a día. Por lo pronto, el presidente sigue teniendo prisa, pero a la vez pidió una tregua advirtiendo un plazo: 120 días para transformar al país. Siempre y cuando se aprueben sus reformas, faltaba más.
ddn_rocha@hotmail.com
Periodista
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