Sabina Berman
Escobar, Lozoya y Beltrones. Pactan privatización de Pemex. Foto: Eduardo Miranda |
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- Es tiempo de enfrentar los mitos. Las creencias
envueltas en el celofán de la superstición. Es tiempo de desenvolver a
Pemex, la gran Coatlicue, diosa del petróleo negro, por ejemplo.
Descubrir que la gran empresa petrolera mexicana está plagada de
ineficacias.
Palabras más, palabras menos, eso es lo que propusieron hace un par de semanas usted, Presidente Peña Nieto, y su equipo económico.
Hete acá la sorpresa, que ya ocurrida no lo fue tanto: No hay nadie en el país que defienda a Pemex tal y como ahora opera. Nadie ha levantado una bandera nacionalista por más de 30 segundos. Una década de prensa libre ha reportado que Pemex está enferma de corrupción y que rinde al país mucho menos de lo que pudiera.
Sí, debemos hacer algo radical en Pemex, vino la réplica de la derecha y de la izquierda, de los partidos políticos y de la sociedad civil, a su propuesta de reformar a Pemex.
Y establecido el venturoso acuerdo nacional, la pregunta a usted, Presidente Peña Nieto es entonces la que sigue. Si hay un acuerdo de que la corrupción es la enfermedad de Pemex, ¿por qué la solución a Pemex no es extirpar ese mal, la corrupción?
Gracias a Dios, o siendo más precisos: Gracias a los antiguos griegos, existe la aritmética y hoy nos asiste para cifrar esa corrupción. Pemex tiene el doble de trabajadores que debiera. Un trabajador de Pemex produce la mitad que un trabajador de Petrobras. Pemex rinde al país entre un 30% y un 50% menos de lo que podría.
Otra cifra escandalosa: Pemex contribuye con el 60% del gasto público, quedándose sin capital para renovar sus equipos y expandir el radio y el tipo de sus operaciones industriales.
Cuauhtémoc Cárdenas sostiene al respecto lo obvio. Hay que poner a la cabeza de la petrolera un gerente experto en negocios trasnacionales y no a un político. Hay que contratar los servicios que le hagan falta para crecer. Hay que descabezar el sindicato abusivo petrolero –y aunque el Ingeniero no lo dice, cualquiera lo agrega mentalmente: llevarlos a la Justicia para que regresen lo que han robado a Pemex. Hay que disminuir la obligación fiscal de Pemex. Y hay por fin que limpiar a Pemex de corrupción.
Vuelve la pregunta, Presidente Peña Nieto. ¿Por qué proponer algo distinto a lo que se antoja evidente al sentido común? ¿Por qué proponer abrir Pemex a la inversión privada si el mal está dentro? ¿Por qué hacer crecer a Pemex desde afuera mientras adentro prosigue la enfermedad?
Cierto, lo que se aprende en la Business School de Harvard es que la forma de sanear una empresa paraestatal corrompida es venderla: ya los capitalistas puros, con su purísima pasión por la ganancia, se atreverán a limpiar lo que los políticos no se atreven.
Una solución que en el caso de la reforma parcial que usted propone para Pemex sólo daría un resultado parcial. Puesto que los capitalistas sólo participarían en nuevas secciones de Pemex, los mexicanos nos quedaremos con el antiguo Pemex corrupto. Los capitalistas extraerán sus ganancias limpias y los mexicanos mordidas por la enfermedad.
No parece justo y de cierto parece cobarde. ¿De verdad este gobierno se declara incapaz de extirpar la corrupción de Pemex?
Es la pregunta inicial reformulada: ¿Es posible, señor Presidente, que más fuerte que el mito de Pemex, más perdurable, más blindado, se encuentre en México el mito de la corrupción? Habría que nombrarla ya con mayúscula, como se merece un mito. El mito de la Corrupción.
El respeto a la Corrupción ajena es la paz. Ese fue el acuerdo entre los generales que fundaron el PRI el siglo pasado. Basta de guerras por el Poder, basta de muertos, basta de pólvora: que los hombres fuertes que no gobiernan hoy, roben a cambio de mantener la paz.
Ponme Señor donde pueda yo tomar. Ese fue el rezo de cada noche de todo funcionario público a partir de los años 50 del siglo XX, cuando la Corrupción se había vuelto ya co-sustancial al sistema político mexicano.
Roban, pero salpican. Esa fue, y sigue siendo, el argumento de los empresarios que condonaron, condonan, la corrupción estatal.
Un costo agregado al buen curso de la vida pública, así ha sido entendida por los priistas la Corrupción. Un costo desdeñable en el gran esquema del país. Un linimento para sanar torceduras y resentimientos. Un lubricante para que trabaje sin ruido la maquinaria del Estado.
El caso de Pemex, ahora auscultado por la opinión pública, nos muestra a los mexicanos que la Corrupción no es eso, un pequeño costo, un amable lubricante. La Corrupción es un óxido que estropea a Pemex y al país, y merma de forma considerable nuestra riqueza nacional.
La Corrupción es en el gran esquema de nuestra economía un costo decisivo. La Corrupción es un veneno que nos retiene en un estadio de inmoralidad y desconfianza generalizada. La Corrupción es una Medusa que enferma con la mirada.
Por última ocasión la misma pregunta. Si se trata en serio de enfrentar mitos, señor Presidente, ¿por qué no enfrentar en Pemex la Corrupción, con la Ley en la mano?
Palabras más, palabras menos, eso es lo que propusieron hace un par de semanas usted, Presidente Peña Nieto, y su equipo económico.
Hete acá la sorpresa, que ya ocurrida no lo fue tanto: No hay nadie en el país que defienda a Pemex tal y como ahora opera. Nadie ha levantado una bandera nacionalista por más de 30 segundos. Una década de prensa libre ha reportado que Pemex está enferma de corrupción y que rinde al país mucho menos de lo que pudiera.
Sí, debemos hacer algo radical en Pemex, vino la réplica de la derecha y de la izquierda, de los partidos políticos y de la sociedad civil, a su propuesta de reformar a Pemex.
Y establecido el venturoso acuerdo nacional, la pregunta a usted, Presidente Peña Nieto es entonces la que sigue. Si hay un acuerdo de que la corrupción es la enfermedad de Pemex, ¿por qué la solución a Pemex no es extirpar ese mal, la corrupción?
Gracias a Dios, o siendo más precisos: Gracias a los antiguos griegos, existe la aritmética y hoy nos asiste para cifrar esa corrupción. Pemex tiene el doble de trabajadores que debiera. Un trabajador de Pemex produce la mitad que un trabajador de Petrobras. Pemex rinde al país entre un 30% y un 50% menos de lo que podría.
Otra cifra escandalosa: Pemex contribuye con el 60% del gasto público, quedándose sin capital para renovar sus equipos y expandir el radio y el tipo de sus operaciones industriales.
Cuauhtémoc Cárdenas sostiene al respecto lo obvio. Hay que poner a la cabeza de la petrolera un gerente experto en negocios trasnacionales y no a un político. Hay que contratar los servicios que le hagan falta para crecer. Hay que descabezar el sindicato abusivo petrolero –y aunque el Ingeniero no lo dice, cualquiera lo agrega mentalmente: llevarlos a la Justicia para que regresen lo que han robado a Pemex. Hay que disminuir la obligación fiscal de Pemex. Y hay por fin que limpiar a Pemex de corrupción.
Vuelve la pregunta, Presidente Peña Nieto. ¿Por qué proponer algo distinto a lo que se antoja evidente al sentido común? ¿Por qué proponer abrir Pemex a la inversión privada si el mal está dentro? ¿Por qué hacer crecer a Pemex desde afuera mientras adentro prosigue la enfermedad?
Cierto, lo que se aprende en la Business School de Harvard es que la forma de sanear una empresa paraestatal corrompida es venderla: ya los capitalistas puros, con su purísima pasión por la ganancia, se atreverán a limpiar lo que los políticos no se atreven.
Una solución que en el caso de la reforma parcial que usted propone para Pemex sólo daría un resultado parcial. Puesto que los capitalistas sólo participarían en nuevas secciones de Pemex, los mexicanos nos quedaremos con el antiguo Pemex corrupto. Los capitalistas extraerán sus ganancias limpias y los mexicanos mordidas por la enfermedad.
No parece justo y de cierto parece cobarde. ¿De verdad este gobierno se declara incapaz de extirpar la corrupción de Pemex?
Es la pregunta inicial reformulada: ¿Es posible, señor Presidente, que más fuerte que el mito de Pemex, más perdurable, más blindado, se encuentre en México el mito de la corrupción? Habría que nombrarla ya con mayúscula, como se merece un mito. El mito de la Corrupción.
El respeto a la Corrupción ajena es la paz. Ese fue el acuerdo entre los generales que fundaron el PRI el siglo pasado. Basta de guerras por el Poder, basta de muertos, basta de pólvora: que los hombres fuertes que no gobiernan hoy, roben a cambio de mantener la paz.
Ponme Señor donde pueda yo tomar. Ese fue el rezo de cada noche de todo funcionario público a partir de los años 50 del siglo XX, cuando la Corrupción se había vuelto ya co-sustancial al sistema político mexicano.
Roban, pero salpican. Esa fue, y sigue siendo, el argumento de los empresarios que condonaron, condonan, la corrupción estatal.
Un costo agregado al buen curso de la vida pública, así ha sido entendida por los priistas la Corrupción. Un costo desdeñable en el gran esquema del país. Un linimento para sanar torceduras y resentimientos. Un lubricante para que trabaje sin ruido la maquinaria del Estado.
El caso de Pemex, ahora auscultado por la opinión pública, nos muestra a los mexicanos que la Corrupción no es eso, un pequeño costo, un amable lubricante. La Corrupción es un óxido que estropea a Pemex y al país, y merma de forma considerable nuestra riqueza nacional.
La Corrupción es en el gran esquema de nuestra economía un costo decisivo. La Corrupción es un veneno que nos retiene en un estadio de inmoralidad y desconfianza generalizada. La Corrupción es una Medusa que enferma con la mirada.
Por última ocasión la misma pregunta. Si se trata en serio de enfrentar mitos, señor Presidente, ¿por qué no enfrentar en Pemex la Corrupción, con la Ley en la mano?
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