Miguel Carbonell
El partido más votado en las próximas elecciones no será el PRI, ni el PAN, ni el PRD, ni ninguno de los nuevos partidos que ya están disfrutando las mieles del escandaloso financiamiento público que se les otorga con el dinero de nuestros impuestos. El partido más votado el primer domingo de junio será el partido de la abstención y del voto nulo.
En parte ese resultado será consecuencia de que se trata de unas elecciones intermedias, en las que no está en juego el gran premio de la silla presidencial (lo cual siempre eleva la atención mediática y por tanto la participación en las urnas), pero también será producto del hartazgo de la sociedad mexicana en torno a una clase política que sabemos que no ha podido desprenderse de una abrumadora mediocridad y que no ha podido resolver ninguno de los principales problemas del país.
De hecho, viendo el espectáculo de los políticos “chapulines”, de las clamorosas mentiras que llevan semanas bombardeándonos los del Partido Verde cada vez que vamos al cine, de los claros “conflictos de interés” que no generan ninguna renuncia o petición de disculpas por lo menos, de los evidentes actos de negligencia y corrupción en todos los niveles, de los delegados que chocan a altas horas de la madrugada, etcétera, uno se pregunta de qué manera puede un ciudadano sentirse motivado para acudir a ejercer su derecho fundamental de voto.
Piense el lector qué va a sentir ese primer domingo de junio cuando esté frente a la boleta electoral y tenga que decidirse por votar por los mentirosos, o por los pillos, o por los del partido en el que todos están peleados con todos, o a los resentidos que renunciaron a su partido para fundar otro, o a los “chapulines” que quieren seguir viviendo del presupuesto público a cualquier precio y así por el estilo. ¿Cómo votar en esas circunstancias?
La mayor responsabilidad la tienen los mismo partidos por proponernos candidatos que son de dar pena. Se eligen en función de intereses puramente económicos o por complicidad con las camarillas políticas, pero nadie se preocupa por discutir sobre el proyecto de tal o cual candidato, sobre sus cualidades personales o morales, sobre el desempeño que ha tenido en sus cargos previos, sobre su formación académica, etcétera. Nada de eso parece tener importancia a la hora de decidir las candidaturas, de forma que se opta por personajes muy menores, verdaderamente mediocres que no generan entre la ciudadanía ninguna ilusión, ningún entusiasmo.
Y luego vendrá la pesadilla de los cientos de miles de spots que estaremos obligados a ver o escuchar por doquier: spots inundando las teles, los radios e internet. Por si eso fuera poco, nuestras calles estarán llenas de basura visual de los partidos, con fotos ridículas de personajes siniestros sonriendo de manera forzada.
Todas las encuestas demuestran que la gente está harta del sistema de partidos que tenemos y que simplemente no les creen a los candidatos a puestos públicos. Los únicos que no parecen haber medido ese nivel de hartazgo son los propios políticos, que no han hecho nada para cambiar. Lo vamos a terminar pagando todos, por desgracia.
Investigador del IIJ de la UNAM.
@MiguelCarbonell
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