4/15/2015

Galeano, Grass: conversaciones inolvidables

Detrás de la Noticia
Ricardo Rocha
Cuando yo me vaya de este planeta, lo haré muy agradecido: a la vida misma nada más por haberla vivido; a los seres que amé y me amaron; a los paisajes, sonidos y voces que fueron entrando a mi corazón; y a este maravilloso oficio de periodista que me ha permitido cronicar México, alguna parte del mundo y conocer seres tan luminosos como los dos que acaban de irse. 
Conste que dije que se fueron. No que se murieron. Porque, a ver, cómo podrían morirse quienes siguen tan vivos en las cabezas y la piel de millones a través de sus obras. Y es que se trata de dos gigantes. Que yo no sé de cierto si se conocían, pero que parecen haberse puesto de acuerdo para caminar juntos a ese otro mundo de misterios que es la muerte. 
A Günter Grass lo entrevisté en el Gran Hotel de la Ciudad de México una mañana del 92, siete años antes de que le dieran el Nobel y frente a dos jugos de naranja. A pesar de la traducción simultánea alemán-español y de vuelta, la charla fue fluyendo, aunque de entrada estuvo un tanto áspera: “Vine como autor muy joven en 1965 por primera vez a la ciudad de México; en aquel entonces era todavía abarcable con la vista y tenía un encanto inconfundible; regresé hace diez años, en el 82 y me percaté de un proceso de destrucción y una situación caótica”. Luego hablamos de cuando amenazó con dejar de escribir después de cumplir 65 años y fue implacable: “Es que hay autores que a una edad avanzada sólo repiten lo que ya han dicho y en ese caso yo desearía tener compañeros que me den un golpecito en el hombro y me digan ‘amigo, ya basta, te estás repitiendo, sigue dibujando y ya no escribas’”. Por cierto, al referirse a sus dos pasiones me diría: “Para mí son las dos muy importantes y complementarias; pero se han desarrollado de tal manera que mi literatura ha atraído más la atención y por ello mi labor plástica ha quedado un poco a la sombra; pero lo que la gente no sabe es que muchos de mis textos comienzan con un dibujo o viceversa”. También hablamos del Nobel que todavía no se lo habían dado, aunque ya llevaba años de candidato. Me mostró entonces su faceta menos recurrente tal vez, su sentido del humor: “…pues a mí en parte me divierte y en parte me aburre; la que cada año se excita en esos días es mi secretaria cada vez que suena el teléfono… aunque luego todo vuelva a quedar en la nada”. 
Finalmente, y a propósito del Tambor de Hojalata, hablamos del futuro: “A los niños de hoy, en el milenio próximo, les dejaremos un mundo terrible donde el futuro ya está predeterminado; la sobrepoblación arruinará este planeta, pero el Papa y la Iglesia hablan y actúan como si no existiera el peligro; el abuso en la industrialización está destruyendo los recursos naturales y la riqueza que generamos se emplea para el armamentismo”. 
Sólo al final, algunos atisbos de esperanza: “Este no es un apocalipsis que nos venga impuesto de un poder celestial; es una obra humana y como tal debe enmendarse denunciando a los políticamente responsables; hay que evitar lo peor y establecer un orden justo entre los países desarrollados y los del tercer mundo; sí, tal vez necesitamos un niño que nos llame la atención con su tambor, pero hacen falta oídos abiertos para escucharlo”. 
PD) En una próxima entrega, Eduardo Galeano.
Periodista. 

ddn_rocha@hotmail.com

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