MÉXICO, D.F. (apro).- Desde hace algunas administraciones,
quizá desde la salinista, no se había registrado una reacción más
iracunda de un sector de la prensa defendiendo al grupo de poder
integrado por el jefe del ejecutivo y sus más cercanos colaboradores.
Esto es lo que hemos visto en los últimos meses con algunos
comentaristas, columnistas y articulistas cuando se han publicado
reportajes sobre la opacidad, corrupción y conflicto de interés del
presidente Enrique Peña Nieto y algunos de sus secretarios como Luis
Videgaray y Miguel Ángel Osorio Chong.
Resulta preocupante que sean ellos los primeros defensores del
gobierno peñista. Antes que cualquier vocero gubernamental, son ellos
los que reaccionan defendiéndolos de las publicaciones que han revelado
irregularidades, abusos de poder o conflicto de interés como fue el caso
del noticiero de Carmen Aristegui con la compra de las casas de
Angélica Rivera, esposa del presidente, así como del secretario de
Hacienda, Luis Videgaray, al contratista Juan Armando Hinojosa, amigo
cercano del jefe del ejecutivo.
Lo mismo que en el caso del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, con el reportaje publicado en la revista Proceso
donde se registra con documentos oficiales cómo ha “rentado” desde que
era gobernador de Hidalgo, casas de lujo a su contratista preferido,
Carlos Aniano Sosa Velasco. En ambos casos se estarían utilizando
recursos públicos para el gasto oneroso de los funcionarios de alto
nivel.
Con una postura fuera de su papel social de investigar, analizar o
cuestionar a los actores políticos y sociales, estos periodistas han
reaccionado de manera impronta más allá de los propios personajes
inmersos en los escándalos inmobiliarios o en casos donde se muestra su
incapacidad para resolver problemas de justicia como la desaparición de
los normalistas de Ayotzinapa, sociales como las marchas de los maestros
o económicas como la falta de empleos, vivienda y salud dignas.
Hacen la labor de voceros y no de periodistas. No hablan de la
opacidad en las acciones y decisiones que tienen como funcionarios
públicos ante la sociedad y la opinión pública, ni de la obligación de
transparentar todas y cada una de sus actuaciones. Tampoco de su
compromiso de respetar las leyes. Al contrario, defienden a los
funcionarios aludiendo a su derecho de viajar en helicóptero, usar
aviones para asuntos particulares, invitar a amigos y familias a giras
de trabajo, comprar o rentar propiedades millonarias por el simple hecho
de ser funcionarios de gobierno.
En esta defensa ciega, tomando una posición de abogado defensor,
estos comentaristas, articulistas o columnistas acusan a la prensa que
denuncia los abusos de poder de ser “militante”, de “izquierda”,
“rencorosa”, de “consigna”, “sospechosista” y hasta de “farándula
política”. Alegan que nada es verdad y que hay una clara campaña de
golpear la figura presidencial y al grupo que lo acompaña.
Dicen con soberbia que esta prensa que denuncia ha caído en el pecado
del libertinaje de la expresión y defienden a los funcionarios públicos
de algunos “pecados” mínimos en su ejercicio de poder.
“La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices
mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder”,
decía José Martí hace ya dos siglos refiriéndose a aquellos que alcanzan
una posición privilegiada y se embrutecen en el ejercicio del poder.
“Los cínicos no sirven para este oficio” sostenía por su parte el
periodista Ryznard Kapusinsky en uno de sus libros sobre el periodismo
hablando de aquellos que dejan su oficio de denuncia y vigilancia de los
grupos de poder y se alían con ellos por ideología o privilegios
económicos y políticos.
Hace algunos años, cuando el PRI era el grupo hegemónico en el poder,
había unos personajes que amenizaban lo actos de gobierno hablando
maravillas de los gobernantes. Se les conocía como “jilgueros” y para
eso se les pagaba, eran profesionales en la retórica oficialista y no
disfrazaban su tarea como defensores de oficio del gobierno en turno.
Hoy estaríamos ante nuevos “jilgueros” que no sólo hablan de las
facultades y virtudes maravillosas de la clase gobernante desde los
periódicos, la radio y la televisión, sino que los defienden desde un
supuesto foro de libertad de expresión.
Twitter: @GilOlmos
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