Por: Teresa Ulloa Ziáurriz*
A
propósito del más reciente artículo de Martha Lamas en el semanario
Proceso, titulado “Sexo, poder y dinero”, me permito hacer algunos
comentarios breves, ya que, entre otras cosas, la postura feminista que
defiende la eliminación de la prostitución (abolicionista) ha sido
erróneamente llamada “cruzada moral integrada por cristianos y
feministas”, esgrimiendo una serie de razones que a nuestro juicio no
han considerado factores esenciales para comprender los fenómenos de
trata, comercio sexual y de las distintas formas de esclavitud, y del
por qué las mujeres representan su principal carne de cañón.
El hecho de que en México exista la Ley General para Prevenir, Sancionar
y Erradicar los Delitos en Materia de Trata de Personas y para la
Protección y Asistencia a las Víctimas de estos Delitos, y que además se
haya promulgado en la nefasta administración de Felipe Calderón, no la
hace necesariamente conservadora.
Basta hacer un breve recuento de algunos tratados internacionales
suscritos por nuestro país (Declaración Universal de los Derechos
Humanos, Protocolo de Palermo, CEDAW, Convenio para la Represión de la
Trata de Personas y de la Explotación de la Prostitución Ajena, entre
otros) para notar que en ninguno de ellos se considera como un trabajo a
la prostitución o al comercio sexual.
¿Cuál será la razón? ¿Por qué será que en lo que Lamas llama “trabajo sexual” existe una abrumadora mayoría de mujeres?
Por otro lado, equiparar la industria del sexo con las “transnacionales
de la economía formal” –suponiendo que tanto de un lado como del otro
existen lo mismo empresarios decentes que mafiosos–, equivale a suponer
que las condiciones laborales para una mujer serían las mismas si
trabajara como ejecutiva en una empresa telefónica, u ofreciendo
servicios sexuales en un burdel de Ciudad Juárez, lo cual, por supuesto,
es absolutamente falso.
Y es justamente en este punto donde llegamos al viejo debate de si la prostitución es voluntaria o no.
Aun cuando Lamas retoma una ponencia que señala a mujeres migrantes y
“trabajadoras sexuales” como parte de los daños colaterales del combate
contra el tráfico de mujeres (lo cual no ponemos en tela de juicio), lo
único que esto quiere decir no es que se estén transgrediendo derechos
de mujeres que por su gusto aparecieron en medio de un operativo, sino
que son justamente ellas –las vulneradas por la desigualdad, el rezago y
la pobreza– quienes han sido puestas –y expuestas– en la primera línea
de fuego por una serie de circunstancias y condiciones que las han
orillado, entre otras cosas, a comerciar con sus cuerpos (si es que les
pagan), y a exponer su seguridad y su vida. Así que por su gusto, no
fue.
No hay que perder de vista un hecho esencial. Es por todos sabido que en
tiempos recientes el número de personas desaparecidas en México ya se
puede calcular en cientos de miles y que, peor aún, las mujeres y las
niñas son las principales víctimas.
¿Cómo relacionamos esta tragedia con el “boom” de casas de masajes,
congales, burdeles, líneas “escort”, prostitución callejera o “table
dance”, así como con el boyante negocio del narcotráfico, armamento y
crimen organizado en general?
¿Resulta ahora que, dado que las mujeres están en su derecho de
prostituirse, también lo están de decidir si obtienen 10 pesos en La
Merced o 15 mil en Las Lomas por un servicio? ¿Qué hay de las que no
cobran, por ejemplo?
La Coalición Regional contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América
Latina y el Caribe, con décadas de experiencia en el tema, ha sido
testigo de cientos de casos que distan mucho –años luz– de un escenario
dulce y cómodo en el que una mujer simplemente “opta” por comerciar con
su cuerpo.
Tenemos el caso de “Paty”, una joven que hace poco llegó a la Coalición
en calidad de víctima, luego de una historia trágica pero real. Nacida
en medio de la pobreza en algún país cercano, es secuestrada, trasladada
a México –en medio de incontables episodios de violencia–, hasta que
cae en manos de uno de los cárteles de la droga más poderosos del que
estuvo varios años cautiva y esclavizada.
Todos los días fue obligada trabajar en un “table dance” (sin pago
alguno), vender 250 copas, realizar 20 “privados” y 20 servicios
sexuales por jornada.
Era obligada a sonreír, aparentar que disfrutaba su trabajo, o de lo
contrario era golpeada. Cuando por fin logró escapar, lo único que traía
consigo era un sinfín de padecimientos físicos y sicológicos (parálisis
facial, matriz inversa, vejiga caída, pérdida de dientes, trastorno de
estrés postraumático, depresión); varios de ellos con secuelas
permanentes… y ni un solo centavo.
Lo curioso del caso es que el lugar en donde “Paty” fue obligada a
prostituirse (frontera norte de México) pertenecía a una “zona de
tolerancia”, donde ella fue “regularizada” a través de una credencial
expedida por el PRD. Nada de esto la salvó de la violencia y la
esclavitud.
Por si fuera poco, fue obligada a tramitar una falsa credencial de
elector para cobrar y recibir depósitos (lavado de dinero), todo
manejado por sus captores.
“Paty” no es la excepción, es la constante. Y es gracias a discursos
academicistas que aprecian el fenómeno desde una óptica estrecha que se
refuerza ese viejo discurso patriarcal que violenta a las mujeres y
dispensa una actitud permisiva a monstruos como el narcotráfico, que se
vale de esas posturas para fortalecerse con la impunidad como otro de
sus mejores respaldos.
Si a todo esto añadimos lo dividido que se encuentra el movimiento
feminista, termina resultando que las abolicionistas apareceríamos, bajo
esa óptica, en el mismo nivel que la derecha religiosa moralista (a la
que siempre hemos combatido).
En pocas palabras, según el discurso academicista, es correcto lo que ha
hecho el ex líder del PRI-DF Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, abusando
de la vulnerabilidad de tantas jóvenes (¿lo es?), con lo cual se
reforzaría, entonces, la fatídica idea de que niñas y mujeres están
hechas para otorgar placer sexual.
Insistir en que sólo una pequeña parte de las víctimas de tráfico de
personas son mujeres obligadas a participar en el comercio sexual, y que
éste último tiene un importante número de mujeres voluntarias, sería lo
mismo que convertir a tratantes y proxenetas en legítimos empresarios
del sexo… ¿Eso queremos?
Twitter: @CATWLACDIR
*Directora de la Coalición contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en
América Latina y el Caribe (CATWLAC, por sus siglas en inglés).
Foto: Najibullah Musafer/Killid
Foto: Najibullah Musafer/Killid
Cimacnoticias | México, DF.-
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