Carlos Bonfil
Uno debería ser una obra de arte o vestir una obra de arte(Oscar Wilde). Una de las apuestas más novedosas de la cinta Saint Laurent, de Bertrand Bonello (Tiresias, 2003), es haber desechado de entrada el tributo a la relación amorosa del diseñador de moda Yves Saint Laurent (Gaspard Ulliel) y su mecenas y amante, el empresario francés Pierre Bergé (Jérémie Renier), asunto central del documental Un amor loco (Pierre Thoretton, 2010), y de una cinta convencional, Yves Saint Laurent (Jalil Lespert, 2014), supervisada por el propio Bergé y basada en la biografía autorizada de Laurence Benaïm.
Bonello se aparta de la visión de la pareja sentimental masculina, de
temperamentos opuestos, que se complementa a partir de la entrega
incondicional y devota del hombre de negocios, y la voluntad
autodestructiva del artista genial convertido, por la droga y los
excesos sexuales, en un guiñapo humano. También desecha la narración
lineal de una biopic adocenada, para explorar, con un enfoque
subjetivista, las vivencias más complejas de YSL: su atracción por el
hedonismo carnal de su amante Jacques de Bauscher (Louis Garrel,
magnético), su perfeccionismo en el diseño de un prêt à porter innovador,
la afectación de un dandismo parisiense, su dificultad para sobrellevar
una celebridad abrumadora, su lánguida insatisfacción sentimental y el
fantasma de una decadencia física y moral que advierte inexorable.
Quedan también descartados el itinerario iniciático del artista precoz,
la manía del coleccionista de obras de arte, sus obras pías para los
afectados del sida, los homenajes póstumos y la hagiografía cansina.
El realizador recula además frente a la tentación voyeurista,
dejándole ese ejercicio sensorial al Bauscher decadente que guía a YSL,
su amante novicio y alucinado, por los bajos fondos del ligue nocturno
parisino. Lo que finalmente vemos, en un sorprendente salto temporal, es
un hombre desengañado por la vanidad de la gloria (un YSL anciano,
interpretado con crudo realismo por Helmut Berger), con su remembranza
amarga de un pasado en el que el artista se habría inmolado más en
atención a los demás que por una satisfacción propia.
La película confunde, abruma y entusiasma tanto como su protagonista
estrella. Es la sulfurosa visión de un éxito profesional diluido en un
fracaso vital. Lo contrario de una vida ejemplar o de un motivo de
homenaje. Por una vez, la fama y el glamour mundanos no han conseguido
enmascarar del todo la áspera realidad de un ser humano. Por ello, tal
vez, Saint Laurent termina siendo la película más inspirada e incómoda de Bertrand Bonello.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional. 12:00 y 17:15 horas.
Twitter: @CarlosBonfil1
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