Madrid,
26 abr. 16. AmecoPress/Cuarto Poder.- La Plataforma CEDAW Sombra,
compuesta por más de 200 ONG feministas, de derechos humanos y
desarrollo ha organizado una jornada para profundizar en la realidad de
las mujeres refugiadas y solicitantes de asilo, a pocos días de la
aplicación del Acuerdo de la Unión Europea-Turquía. ACNUR, ONU-Mujeres,
CEAR, Amnistía Internacional o Save a Girl, entre otras voces, han
participado en este acto en el que, junto con los datos y el rol de la
sociedad civil se ha cuestionado el papel de los gobiernos.
El número de
personas en situación de refugio en el conflicto humanitario más
importante desde la II Guerra Mundial supera los 60 millones de personas
desplazadas. Sólo de Siria, hay 5 millones de personas refugiadas y 7
millones desplazadas internas. A Europa están llegando constantemente.
Más de un millón de personas en 2015 y más de 180.000 en lo que va de
año, procedentes de Siria, Afganistán, Irak…
Más de la mitad
de las personas desplazadas –el 60% en lo que llevamos de 2016- son
mujeres, niñas y niños, la población más vulnerable y sobre la que no
hay ningún tipo de política de atención y prevención de las violencias
que pueden sufrir. Por un lado porque en la Convención de Ginebra
(1951), que es el instrumento principal para afrontar la protección de
los derechos humanos de las personas refugiadas, no recoge la
discriminación por razón de sexo y, por otro, porque el Convenio de
Estambul, que cubre estas lagunas en materia de género, no se está
poniendo en práctica.
Pero, ¿qué
significa la discriminación y desprecio que viven las mujeres en estas
circunstancias de desplazamiento y refugio? Tanto en las experiencias
latinoamericanas (Colombia, Guatemala, El Salvador), la diáspora siria o
el sangrante goteo africano, las mujeres, los cuerpos de las mujeres
son utilizados y violentados, como señala Mercedes Rodríguez,
advirtiendo que más de 13.000 mujeres han denunciado violencia sexual
durante los procesos de refugio en Colombia. Los cuerpos de las mujeres
trasmutan en territorios de guerra, mientras la Comunidad Internacional
no usa ningún mecanismo de vigilancia y visibilización de estas
violencias.
En este
sentido, una de las medidas urgentes que propone ACNUR es la elaboración
de protocolos de actuación que tengan en cuenta cómo afecta a las
mujeres las normas y las tradiciones que les impiden hasta entender que
tienen derecho a la denuncia los abusos que sufren en el camino, como el
riesgo de violencia sexual que ejercen contra ellas “compañeros de
viaje, contrabandistas, traficantes, fuerzas de seguridad, criminales y
desconocidos”, según indica ONU-Mujeres.
El drama se
constata con el dato de los matrimonios de menores. En Turquía, el 15%
de las niñas sirias son casadas en segundos y terceros matrimonios con
turcos adultos. En Líbano y Jordania, donde se recoge la mayor parte de
la población refugiada siria, también las niñas son obligadas a contraer
matrimonio con polígamos, como en Turquía, con hombres de edades muy
superiores a las suyas, con matrimonios de adolescentes con señores de
50 años. Niñas esposas que pasan de no tener derecho a la escolarización
a no tenerlo ni sobre sus cuerpos ni sobre sus vidas.
Según Amnistía
Internacional, podemos hablar de “cadena de abusos” por las formas y
consecuencias que tiene la violencia, los abusos y la explotación que
sufren las mujeres y las niñas en las tres etapas del refugio: el
conflicto, el tránsito y el lugar de llegada. Y es que los traficantes
hasta obligan a las mujeres a quedarse embarazadas porque consideran que
así pasan mejor, son mejor atendidas en las fronteras.
En palabras de
la representante de AI, Lola Liceras, “las mujeres se invisibilizan para
no molestar y para no ser molestadas”, mujeres que “no pueden ni
denunciar abusos, porque hasta que no tienen estatuto jurídico de
refugiadas, no son nadie.”
¿Qué hacemos
frente a toda esta sinrazón? ¿Bajar la mirada cuando interrumpen
nuestras vidas las imágenes en la televisión? ¿O pensar qué hay detrás,
qué intereses, qué necesidades y actuar?
Foto:
Niña refugiada lleva leña proporcionada por agencias humanitarias en el
campo de refugiados de Idomeni, Grecia./Kostas Tsironis.
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