Reflexiones de la escritora feminista Ximena Bedregal
"Al menos
aquellas mujeres que apropiándose de la palabra (construyendo
pensamiento, reflexión, autoridad a contramano: feminismo) han ido
descifrando la lógica dual, dicotómica y paradójica en que se funda esta
violenta construcción social..."
México, 25 abr. 16. AmecoPress/Ramalc.- Tres
mil años de lo mismo mientras la espiral de violencia y riesgo se
amplia. Todas sus utopías han fracasado ¿Seguirán ciertos feminismos
pidiendo equidad en ese Olimpo?
¿Qué estamos viviendo? ¿Qué es todo esto que chorrea miedo más allá de
la muerte desparramada por las Torres Gemelas y acrecentó súbitamente la
certidumbre de un gran riesgo colectivo -que no se llama precisamente
AlKaeda sino sistema- y la incertidumbre de futuro hasta en el último
rincón del planeta?
Allí donde la razón trata de pulsar por la vida, se
rastrean explicaciones que buscan, al menos, un poco de entendimiento,
alguna posible puerta de salida. Así, los politólogos buscan datos,
hacen historia y analizan tratando de dibujar el tablero de este
ajedrez del dominio que ha rebasado la moderna (maquiavélica) idea de
que la guerra es la política por otros medios y que la política es la
guerra sin sangre; los economistas desentrañan las formas y efectos de
la más brutal desigualdad planetaria; los sicólogos analizan las
condiciones para que la pulsión de muerte empuje desbocada y algunas
feministas insisten en que la ausencia de mujeres en los espacios de
decisión deja el poder en manos de lo más agresivo de las sociedades.
Todos tienen mucho/algo de razón y -unos más que otros-
ayudan a razonar diversos aspectos de este monstruo que se nos viene
encima. Sin embargo no me deja de dar vueltas el que poco de lo que
hemos visto desde el 11 de septiembre es particularmente nuevo.
Prácticamente todas las escenas ya las ha vivido, y repetidamente, la
historia humana de los últimos tres mil años. Pareciera ser que hay algo
que se ha oído ya antes pero no se ha escuchado, que hay algo que se
ha visto pero no se quiere mirar. Un circulo vicioso que marea hasta
hacer desaparecer los hilos que podrían orientarnos.
¿Instrumentos del sueño humano de volar usados como
armas de terrible fuerza letal? ¿La idea de heroicidad por
autoinmolarse en aras de una fe, una causa o una patria? ¿miles y miles
de inocentes víctimas de las acciones de los señores de la guerra y la
violencia? ¿Ciudades destruidas? ¿Edificios hechos polvo por bombas de
diverso tipo? ¿Círculo de agresores, vencedores, vencidos y vengadores?
¿Miserables seudo líderes que se fortalence sembrando y cosechando sed
de venganza? ¿Imperios incólumes e intocados por largo tiempo a los que
un día les toca vivir lo mismo que sembraron? ¿gobernantes serviles y
lacayos que se alinean sin vergüenza alguna al mandato del amo? ¿Débiles
y temerosos (individuos o países) que ante la amenaza del fuerte solo
atinan a decir un «usted manda señor»? ¿Cruzadas y guerras santas del
bien contra el mal y promesas mesiánicas de justicia infinita? ¿Familias
buscando a sus seres queridos desaparecidos por la violencia sin
límites de otros, usando fotocopia de la borroneada foto de su
cumpleaños o de su cédula de identidad y pegada al pecho o llenando
muros? Estas, entre otras muchas que podríamos enumerar en páginas y
páginas, son todas películas que hemos visto repetirse en nuestra
historia muchas veces, más veces que las Torres Gemelas cayéndose en las
pantallas de Televisa o CNN. ¡Hasta la fecha: 11 de Septiembre, ya la
conocíamos!
Desde los mitos fundadores de la historia contemporánea,
o sea desde el Olimpo griego con sus terribles dioses guerreros,
traidores, violadores de mujeres, raptores, vengativos y castigadores
que tanto ama la “cultura culta” sin ni siquiera percibir allí aspectos
fundacionales de la moderna simbólica del poder, la violencia y la
unión de la pluma y la palabra con la espada, pasando por las religiones
monoteístas con sus dioses igualmente crueles y exigentes de
obediencia, amenazando con el todo o la nada en sus cielos de “justicia
eterna” o sus infiernos de dolor inacabable para los infieles que no
siguen sus mandatos, hasta las laicas y racionales ciencias y
tecnologías que han hecho posible un maravilloso escáner para que se
investigue hasta el más recóndito pliegue del cerebro, y construido
destructores misiles de dos millones de dólares cada uno, mientras
millones se siguen muriendo de una diarrea o por falta de una simple
aspirina; que han hecho que algunos puedan cruzar el planeta antes de
que usted pase del desayuno al almuerzo mientras millones de mujeres
caminan kilómetros para obtener un poco de agua; que han logrado que
con apretar una tecla se traspasen cifras inacabables de dinero de un ex
tremo a otro mientras millones no tienen ni el dinero que cuesta el
plástico de la tecla o no han hecho nunca una llamada telefónica; que
han conseguido clonar ovejas, construir todo tipo de objetos de consumo,
llenar la ciudades de sobras y obsolescencias mientras más de la mitad
del planeta apenas sobrevive a la desnutrición y el hambre.
Desde los inicios de lo que conocemos como “Historia”
hasta hoy, la violencia, las guerras, la locura de la muerte violenta y
prematura, la destrucción material y humana, con todas sus imágenes
posibles, han sido no solo la constante imparable sino hasta “el motor”
de este cuestionable “desarrollo”.
¿Qué es lo diferente, qué es lo que nos llena de temor,
nos aprieta el estómago y nos hace sentir que estamos frente a un
abismo y que todo empuja a dar un paso al frente? Sin duda, una parte
tiene su base en la conciencia del nivel de riesgo que -producto del
poder destructivo de las armas y de la diseminación sin control de
estas- hoy tienen las aventuras bélicas; pero también el que ésta guerra
que empezamos a vivir tiene un destinatario tan diluido que no hay modo
de prefigurar su camino de ida ni de vuelta, su posible escalamiento;
el que han echado al aire una bomba de la que sólo sabemos que caerá en
muchas partes y, finalmente, ese demencial y simétrico discurso
justificatorio que -en narcisista espejo de sí mismos- blanden los amos
de la locura.
Pero hay otra parte que nos llena de miedo, de un miedo
que no nace de eso que está más o menos conciente y al que los/las
analistas le van poniendo palabras, sino de ese miedo que viene del
fondo de nuestras memorias corpóreas, de aquellas huellas inefables e
invisibles que han hecho sello en nuestra memoria genético-histórica,
especialmente en las mujeres. De eso que cuando se trata de un individuo
sólo una terapia profunda y larga -a veces- logra sacar a flote. Me
refiero a ese “no saber que sabe” el por qué de la repetición de nuestra
construcción cultural autodestructiva, violenta y guerrera. Ese
inefable saber de que lo que estamos viviendo no es una guerra más sino
la encrucijada civilizatoria más seria y más dramática de nuestra
historia humana, la encrucijada civilizatoria del patriarcado.
No es casualidad que quienes han vislumbrado estos
aspectos integren, precisamente, la parte de la humanidad que ha sido
en la historia de esta macrocultura la otredad inefable: las mujeres. Al
menos aquellas mujeres que apropiándose de la palabra (construyendo
pensamiento, reflexión, autoridad a contramano: feminismo) han ido
descifrando la lógica dual, dicotómica y paradójica en que se funda esta
violenta construcción social, esa metáfora del uno cero que solo puede
existir bajo la premisa de reducir todo lo diferente a la nada para
repetir sin resolución lo mismo: círculo vicioso de nuestra historia que
ha hecho que las más bellas utopías fracasen y repitan no sólo lo mismo
contra lo que se levantaron sino que lo repitan en esa espiral de mayor
peligrosidad que hoy nos aterra.
Para entender mejor esto veamos dos de los hitos
epistemológicos que han construido el sentido de sí mismos, los moldes
que detrás de las realidades terribles definen el hacer cultura y mundo
en la historia de los últimos milenios. Para ello tomo como referencia
un análisis hecho por la filósofa feminista Victoria Sendón: “En la
tragedia de Edipo (posiblemente el más importante mito fundador de
occidente) se representa de modo arquetípico la cadena de violencias que
se origina en la necesidad de anular al “otro”, a ese diferente
percibido como rival: Layo, inspirado por el oráculo (voz de los
dioses), aparta a Edipo violentamente, temeroso de que ese hijo ocupe el
lugar en el trono de Tebas y en la cama de Yocasta. Edipo, inspirado
en el oráculo,aparta a Layo, y después violentamente a la esfinge y
ocupa su lugar…, Edipo, Creonte, Tiresias, inspirados por el oráculo
(siempre por la palabra de los dioses) intentan eliminarse mutuamente
temerosos de que uno de ellos ocupe el lugar que…. (agrego: y al medio
las mujeres como objeto de rivalidad o de miedo). Difícilmente se
encontrarán las salidas ni las esclusas por donde la podredumbre
tendría que verterse y porque mientras tanto el movimiento de las
bombas empieza a sonar y los inocentes, sin que muchos los oigan, corren
despavoridos buscando una protección que saben difícilmente
encontrarán.
El esquema original se va adaptando a las nuevas
circunstancias y saberes, a los nuevos dioses, pero sin que suponga una
autentica novedad. En Hegel, el sujeto amo, el sujeto UNO, absoluto,
debe mostrarse como tal en el límite de la muerte, de la superación de
un “otro”, pues ese sujeto es en realidad la metonimia de la gran
metáfora del dios masculino como representación pura de la idea, o sea
de la lógica binaria patriarcal: “Cada uno debe conocer necesariamente
si el otro es conciencia absoluta; debe ponerse necesariamente en sus
enfrentamientos con el otro de tal manera que eso salga a la luz; debe
ofenderlo. Y cada cual puede saber si el otro es totalidad sólo
obligándolo a asomarse hacia la muerte; y, del mismo modo, cada uno se
muestra a sí mismo como totalidad sólo asomándose a la muerte..”
(Fenomenología del Espíritu). Sospecho que ni siquiera la dialéctica
supuso una auténtica superación de aquel modo originario.
El feminismo es de los pocos acercamientos reflexivos
que ha aportado hilos para, al menos, hacerse las preguntas de otro
modo. Ha marcado un salto, una asimetría que ha ensanchado el sentido de
realidad y ha desentrañado muchos de aquellos símbolos, metáforas y
paradigmas que construyen esta realidad injusta. Sus apuntes hacia el
Ethos y el Logos de la macrocultura han aportado a desentrañar aspectos
significativos de esta ilusión civilizatoria que nos envuelve. Sin
embargo, nuestro sistema potencialmente diferente de comprender la
realidad aún no consigue fijar con claridad su propio camino.
Para entender mejor esto veamos dos de los hitos
epistemológicos que han construido el sentido de sí mismos, los moldes q
ue detrás de las realidades terribles definen el hacer cultura y mundo
en la historia de los últimos milenios. Para ello tomo como referencia
un análisis hecho por la filósofa feminista Victoria Sendón: “La lógica
patriarcal, hoy, en su manifestación más elaborada se muestra (en su
máxima potencia), como lo que es: una violencia sublimada, pensada,
justificada.
Sólo hay que elevar al orden trascendente entelequias
como patria, honor, enemigo, extranjero…, en fin, para que cualquier
tipo de violencia pueda darse impunemente. Violencia fundacional que
para perpetuarse requiere de tres elementos: tomados de dos en dos (en
binario): el vencedor, el vencido y el vengador”.
“En la tragedia de Edipo (posiblemente el más importante
mito fundador de occidente) se representa de modo arquetípico la
cadena de violencias que se origina en la necesidad de anular al “otro”,
a ese diferente percibido como rival: Layo, inspirado por el oráculo
(voz de los dioses), aparta a Edipo violentamente, temeroso de que ese
hijo ocupe el lugar en el trono de Tebas y en la cama de Yocasta. Edipo,
inspirado en el oráculo, Esta es la lógica que hoy con el desarrollo
tecnológico y la concentración del poder llega a su máxima potencia
destructiva. Esta lógica -pienso- es lo inefable (para la mirada desde
la misma lógica) que pulsa detrás del síntoma del miedo colectivo,
porque en ese “no saber que sabe” se percibe la necesidad de un cambio
profundo y porque en él se percibe también que desde estos paradigmas.
Es cierto que en esta lucha han mejorado aspectos de la
vida cotidiana de las mujeres pero es necesario terminar de comprender
que desde el Olimpo de los dioses patriarcales, sus espacios, sus
lógicas, sus comprensiones de la política, sus sentidos de la realidad,
sus simbólicas, sus paradigmas -aunque estos permitan darnos la mitad de
los puestos celestiales a las mujeres- poco se ayudará a que el campo
de visión se abra hacia nuevos horizontes donde la encrucijada tome
caminos más inteligentes, donde se den saltos cualitativos y donde no se
siga repitiendo el círculo vicioso de la construcción que destruye.
Si no es así díganme ¿Cómo fue que sólo una mujer en el
parlamento estadunidense votó contra la guerra y ninguna ha votado
contra el aumento de presupuesto bélico, las restricciones a las
libertades individuales, el permiso a los espionajes sin límite, el uso
de violadores a los Derechos Humanos como fuente de inteligencia? ¿Cómo
fue que ninguna se acordó de sus congéneres afganas secuestradas por los
que llaman sus enemigos si muchas de ellas defienden derechos
¿gremiales? de las mujeres? ¿Cómo fue que todas se sumaron al “estás
conmigo o eres mi enemigo/a?” Parece que la equidad en ese Olimpo no
lleva a mucho más que – de vez en cuando- una ley que ayude a alguna,
pero hoy queda aún más claro que las leyes se usan en todas partes según
convenga al poderoso.
Aunque estemos en ese lugar celestial, junto a esos
dioses, nada en él nos pertenece: ni sus símbolos, ni su poder, ni sus
representaciones, ni siquiera nuestros hijos a los que mandan a morir
por sus valores y lo peor, convencidos de estar del lado del bien.
La irracionalidad a la que ha llegado esta macrocultura
urge no sólo a las mujeres sino a los humanos todos, a entender que no
es cualquier inteligencia, cualquier razón ni cualquier lógica la que
puede frenar y transformar esta amenazante realidad. Pensar que la
lógica que la ha provocado tiene puertas de salida es repetir, una vez
más, la paradoja de que lo que ha producido esta situación de miseria
moral e indefensión generalizada podrá resolver la situación que ella
misma ha creado. Lo que tenemos al frente es, insisto, una encrucijada
civilizatoria y el tiempo se nos acorta.
Si nos bajamos del Olimpo y nos unimos más mortales
tratando de hacernos las preguntas de otro modo, buscando pensar lo no
pensado, tal vez nos alcance el tiempo.
Foto: Archivo AmecoPress.
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