Carlos Bonfil
Fotograma de Lo and behold..., documental que muestra una ciencia ficción anclada ya en el presente
La Jornada
Una mirada
retrospectiva al futuro. El 29 de octubre de 1969 es una fecha clave en
la historia contemporánea. Ese día, a las 10:30 de la noche, dos
estudiantes de la Universidad de Los Ángeles, California, intentaron
enviar por Arpanet –precursor de Internet– un primer mensaje al Centro
de Investigaciones de Stanford. En ese primer ensayo fallido, sólo las
dos primeras letras del término login, llegaron a su destino.
Así nacía la World Wide Web (www), la inmensa ruta de comunicación
digital que conocemos y que hoy domina nuestras vidas. El resto es
historia. Ese relato fascinante lo refiere en 10 capítulos muy someros
el documental más reciente del alemán Werner Herzog: Lo and behold: ensueños de un mundo conectado (Lo and behold: reveries of the connected world, 2016).
Lo and behold: Asómbrate y contempla. No es el cometido de
Herzog reseñar ahí el casi medio siglo de evolución de la mayor
revolución tecnológica de los tiempos modernos; tampoco plantarse en lo
alto de un monte Sinaí en Silicon Valley como un profeta de la
tecnofobia con un decálogo de advertencias apocalípticas. Lo suyo es la
conciencia fascinada, temerosa y perpleja (un poco la del propio
espectador) de quien ha visto de qué manera, en un tiempo relativamente
corto, una innovación tecnológica ha creado una sociedad globalmente
hiperconectada que amenaza con transformar la esencia de la identidad
humana. Para el cineasta, y algunos de los científicos que entrevista,
esa última posibilidad no es en absoluto una realidad remota. Se trata
de una ciencia ficción anclada ya en el presente.
Lo and behold… no tiene nada de la épica o la factura grandiosa comúnmente asociadas al cine reciente de Herzog (La cueva de los sueños olvidados o Grizzly man),
algo que por lo demás el tema tampoco sugiere o favorece. Según
palabras del director, no es tanto una película convencional como un
simple discurso, un ensayo moral o filosófico, armado en capítulos,
sobre los efectos de Internet en la sociedad actual y sus efectos
colaterales, algunos positivos, otros negativos, inclinándose
visiblemente la balanza del autor hacia una visión pesimista. El
proyecto lo financia, en parte y de modo curioso, la compañía de
seguridad cibernética NetScout Systems. El sobrevuelo anecdótico y un
tanto superficial sobre los primeros tiempos de Internet no es la parte
más sugerente del documental. Ahí se yuxtaponen los testimonios de
algunos científicos pioneros, y el tono es de celebración y de
nostalgia, mientras el formato elegido remite a un documental realizado
para la televisión, un rutinario trabajo de encargo. Por fortuna, el
talento y malicia del realizador germano muy pronto endereza el rumbo y
se encamina a lo que más le interesa: mostrar el doble filo de la
invención liberadora, una parte de su lado oscuro, el camino que lleva
de la supuesta liberación a un sometimiento absoluto.
La navegación por Internet como una adicción funesta. Tómese
el caso de un entrevistado, Tom: 16 horas al día pegado a la pantalla de
videojuegos, con signos claros de un trastorno mental y la incapacidad
manifiesta de comunicar con otro ser humano: el autismo virtual, la
enajenación completa. O el de Chloe, quien sólo duerme seis horas para
dedicar el resto del día al texting y al chateo como
mejores opciones a cualquier otra forma de contacto humano. O el
lamentable caso de la familia Catsouras, cuya hija adolescente, Nikki,
muere en un accidente y cuyo cuerpo decapitado se vuelve una imagen
viral que circula en la red sensacionalista, algo que lleva a su madre
aterrorizada a declarar que Internet es una manifestación del
anticristo. Hay casos igualmente perturbadores, como los personajes que
viven virtualmente aislados en Green Bank, Virginia, en una zona libre
de celulares debido a las ondas electromagnéticas de un gigantesco
telescopio local, o el de quienes en una región del estado de
Wa-shington se reponen penosamente de sus adicciones cibernéticas y
ludopatías sin saber en qué momento habrán de vencer la neurosis y
recuperar la salud mental. No sorprende así que un entrevistado
sentencie con alarma que
Internet es el mayor enemigo de todo pensamiento crítico.
Para mitigar todo ese escepticismo, el documental refiere los grandes
logros del avance tecnológico: herramienta para una investigación
científica más avanzada, también para fines terapéuticos; para facilitar
y agilizar trámites burocráticos o para liberar al individuo de otras
tareas antes engorrosas y agobiantes. Pese a esos logros, la amenaza
persiste en la educación formal que ahora se ve empequeñecida, eclipsada
o neutralizada, por el torrente informativo de Wikipedia o sitios
similares. Lo que el documental de Herzog pasa por alto es algo muy
importante: el creciente poder de las redes sociales para activar la
protesta social, denunciar la corrupción política, o la censura; para
exhibir los excesos del fundamentalismo religioso o promover la lucha
por los derechos humanos. Lo and behold… no es ciertamente el
más redondo de los documentales de Herzog, pero tal vez sí uno de los
más oportunos y eficaces. Tiene además un componente novedoso en el
cineasta: el despliegue de un gran sentido del humor.
Se exhibe en la 11 edición de Ambulante, gira de documentales: www.ambulante.com.mx
Twitter: @Carlos.Bonfil1
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