Guillermo Almeyra
Que yo sepa, en Los
Pinos no está hoy Jesucristo, sino Enrique Peña Nieto, el de las
violaciones colectivas y la brutal represión en Atenco, el de
Ayotzinapa, la represión a los maestros, la destrucción de Pemex, la
militarización del país, las decenas de miles de muertos, desplazados,
desaparecidos.
Me parece también que –aunque en suelo mexicano circulan como Pedro
por su casa centenares de agentes armados de la DEA, la FBI y la CIA–
Donald Trump aún no envió tropas de ocupación aunque amenace con
hacerlo.
¿De cuál unidad nacional hablan, entonces, el gobierno y sus medios
de intoxicación de la opinión pública, si Peña Nieto es responsable
directo e indirecto de la desastrosa situación en que se encuentran la
economía y la sociedad mexicanas y del triunfo mismo de Trump, a quien
invitó al país, dándole tratamiento de jefe de Estado para que amenazara
e insultara a los mexicanos? ¿De qué unidad nacional en torno a Peña
Nieto o con éste hablan López Obrador y sus seguidores?
La invasión imperialista japonesa a China y el peligro de que el país
fuera colonizado justificó que Mao Zedong y sus compañeros combatiesen
al invasor al mismo tiempo que los ejércitos de Chiang Kaishek, asesino
de millares de comunistas, sin dejar de pelear contra esos mismos
ejércitos. La invasión nazi hizo igualmente que los sobrevivientes de la
oposición de izquierda a las matanzas que hizo Stalin en los años 30
luchasen en el ejército del pueblo ruso que se defendía del agresor
racista.
La única justificación para la unidad nacional con los representantes
de los explotadores y opresores y los causantes de los grandes
desastres políticos, económicos y sociales es la ocupación extranjera
del país, pero incluso esa unidad requiere mantener una completa
independencia organizativa y política ante el gobierno.
Al proponer la unidad con Peña Nieto y sus aliados y servidores, AMLO
busca frenar el posible desarrollo independiente de Morena como partido
ligado a las protestas sociales. Trata también de demostrar al establishment
mexicano –esa feroz y ávida oligarquía ligada al gran capital
financiero internacional que gobierna el país– y también de mostrarle a
Trump que su candidatura es no sólo moderada, sino también conservadora y
que no tocará ni un pelo al capitalismo nacional o extranjero.
Como representante sobre todo de la media burguesía y de los grandes
capitalistas mexicanos que viven del mercado interno, quiere presentarse
como hombre del sistema, no como un peligro para éste y menos aún como
su enterrador. AMLO sabe que si no se mimetiza con la gente del Pacto
por México enfrentará nuevamente el fraude y que su única posibilidad de
llegar a la Presidencia consiste por consiguiente en hacer de bombero y
crear un contrafuego frente al incendio social que recorre el país.
En 1955 los militares reaccionarios unidos al Departamento de Estado
echaron a Juan D. Perón. Ante la larga, creciente y cada vez más radical
resistencia de los trabajadores y de amplias capas de las clases
medias, tuvieron que llamar de vuelta a Perón de su exilo dorado en la
España franquista para que frenase al peronismo revolucionario y lo
reprimiese mediante los asesinos de las Tres A, la Alianza Argentina
Anticomunista. Probablemente López Obrador no conoce este antecedente,
pero el establishment mexicano y la diplomacia yanqui, sí.
Hay que rechazar masivamente la idea infame de unir explotados
y explotadores, causantes de la crisis y víctimas de ella, oprimidos y
opresores detrás de un incapaz y enemigo de la soberanía nacional
convertido para el caso nada menos que en héroe de la independencia.
¡Que la crisis la paguen los que la provocaron!
Trump sabe bien que la protesta que se extiende en Estados Unidos y
en la que participan millones de mexicanos, así como una veloz
disolución del semi Estado mexicano, podría obligarlo incluso a enviar
tropas a México. Sus palabras en este sentido no son sólo una
fanfarronada. La mejor opción para el imperialismo es entonces un
gobierno de AMLO que sea más honesto, haga sólo pequeñas reformas y
mantenga todo como está.
Por eso también hay que rechazar la unidad nacional que tratan de
fomentar igualmente los que intentan resucitar el nacionalismo de Lázaro
Cárdenas para rehacerle al PRI su virginidad perdida inmediatamente
después de ese general único e irrepetible porque fueron únicas e
irrepetibles las condiciones que permitieron su contradictoria
actuación.
Por el contrario, hay que separar aún más los conceptos, profundizar el abismo que existe entre el
nosotrosy el
ellos; dar conciencia a los trabajadores del campo y de la ciudad de que mantienen con su esfuerzo y su pobreza a un puñado de parásitos que, además, como en tiempo de Juárez, son sostén y sirvientes del imperialismo.
De las manifestaciones, que son democráticas y unitarias, deben
surgir comités de lucha abiertos y democráticos. De las luchas en que
participan decenas de miles de simpatizantes de Morena, debe surgir en
ese partido verticalista, electoralista y caudillesco con un programa
limitado y una dirección burguesa una corriente que privilegie los
movimientos sociales y la discusión política. Quienes militan en Morena
no pueden regalar sus esfuerzos a la burguesía
nacional.
Es fundamental producir y construir poder popular, autoorganización,
autonomía de los trabajadores. Es esencial discutir en asambleas los
problemas, los escenarios posibles, las opciones más favorables para el
pueblo. Surgirán seguramente en ellas nuevos y curiosos aliados porque
no creo que la amenaza de Trump de mandar soldados a México porque los
de aquí
tendrían miedo, deje insensibles a los militares nacionalistas que aún hay en las fuerzas armadas, que están preocupados por las políticas del gobierno y que probablemente se opondrán al imperialismo si éste intenta llevar a cabo sus amenazas.
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