4/29/2018

Ismael Rodríguez. El alma del cine popular

El estante de lo insólito
Raúl Criollo y Jorge Caballero


Así como a mí me ha enseñado a hablar ante la cámara, y ante el público, ha enseñado a varios compañeros míos. Y creo que todos juntos debemos decir: Ismael Rodríguez, muchas gracias.Pedro Infante
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Ilustración Manjarrez / @Flores Manjarrez
Siempre se le menciona como el hombre que convirtió en estrella a Pedro Infante, pero ese es apenas uno de sus logros. Artesano máximo, con una concepción del trabajo como una condición de excelencia y un natural instinto de innovación, fue pionero en nuestro cine y tuvo logros de reconocimiento mundial. Considerado el Director del pueblo, responsable de varias de las películas más taquilleras y memorables de nuestra historia fílmica, inventivo y hasta locuaz, fue el tipo de creador que nunca se conformó; ni con lo aprendido, ni con los retos, ni con los elogios, ni con los éxitos, ni con amontonar galardones en una repisa. Ismael Rodríguez fue más, trató de todo, se golpeó con muchas paredes, pero salvó la mayoría de las bardas para poner a todos a llorar, reír y festejar frente a la pantalla.
Todólogo inquieto
Ismael Rodríguez hizo de todo antes de ocupar la silla de director. Antes de los 10 años llegó con su familia a Estados Unidos; ahí empezó su conocimiento sobre la industria fílmica y fue donde sus hermanos mostraron una asombrosa pericia técnica para diseñar su propio sistema de sonido, mismo que se emplearía en la primera película sonora mexicana: Santa (Antonio Moreno, 1931), donde un muy joven y delgado Ismael se cuenta entre los extras.
Estudió sonorización en la Radio Institute of California y tenía apenas 19 años cuando él y sus hermanos fundaron la empresa Películas Rodíguez. Esto cimentó su gusto por los apartados técnicos de la industria y alentó su concepto del cineasta completo: conocer en forma íntegra los procesos de desarrollo de una película. Cuando demandaba algo de uno de sus colaboradores, sabía exactamente lo que necesitaba, cómo funcionaba y qué hacía falta para alcanzar los objetivos, sin diferencia entre la cinefotografía, la dirección artística, el registro sonoro, etcétera. Debutó en la silla de director con ¡Qué lindo es Michoacán! en 1942. Después de eso su carrera fue intensa, prolífica y pasó por todos los géneros, con particular éxito en el melodrama y la comedia ranchera.
Creando al ídolo de México
En 1947 Ismael realizó ¡Mexicanos al grito de guerra!, fue su primer encuentro con Pedro Infante. Con humor muy similar, la misma edad y ganas de hacer, se hicieron amigos de inmediato. Ismael reconoció a un actor con un talento poco común, con una voz tersa, gran presencia y un carisma que podía convertirlo en un ídolo mayor. Pedro encontró a un director en todo sentido; no únicamente como colaborador en jefe en un set, sino quien le explicó cómo comportarse frente a la prensa y cómo no ser devorado por el gran público. La mancuerna trituró la taquilla y acaparó los elogios en una relación de 16 largometrajes, sólo interrumpida por la muerte de Pedro.
Juntos hicieron la trilogía Nosotros los pobres, Ustedes los ricos y Pepe el Toro, como el gran mosaico que desde la comedia extrema (encabezadas por La Guayaba y La Tostada), y el melodrama trágico (la muerte del hijo apodado Torito) representaba la urbe capitalina con su clasismo visceral. Llegarían también comedias como A.T.M. A toda máquina, y la extraordinaria pieza de humor negro La oveja Negra (1949), donde Fernando Soler encarna al padre déspota siempre arrepentido de sus actos (pero sin espíritu para enmendarlos), arrollando con o sin intención al hijo buen mozo, buen hombre de campo, buen jinete y buen cantador, que sólo podía ser Pedro, temeroso de trabajar con Soler, el hombre al que se consideraba el mejor actor de México.
Por la misma clase de problemas pasó el director en el proceso de hacer Dos tipos de cuidado (1952), única película que hicieron juntos los ídolos Pedro Infante y Jorge Negrete. El primero con miedo de cantar frente al tenor, el segundo con miedo de hacer pareja con el actor más popular. El único remedio fue hacer que cada uno tuviera el mismo número de escenas y el mismo número de canciones. Ismael también podía ser así de conciliador, además de apoyarse estratégicamente con quien tendiera la mano, como Miguel Alemán Velasco, entonces muy joven, pero amigo personal y compadre de Jorge. Alemán aparece como coproductor.
Don Ismael preservó con especial afecto la estatua del Oso de Plata de Berlín que reconocía a Pedro como el mejor actor por Tizoc en la edición de 1957. El ídolo falleció antes del festival. Ismael (quien también ganó la presea por la mejor película extranjera) lucía el premio como el recuerdo de un amigo con el que compartió la gloria máxima. El ambicioso proyecto de El museo de cera, donde Pedro haría una decena de personajes, quedaría en bocetos, un guion, así como el rechazo perpetuo por vender los derechos del mismo; si no era con Pedro, ya no habría película.
Los Hermanos del Hierro
Agradezco a Antonio Aguilar que me haya invitado a hacer mi mejor película, declaró el cineasta evocando al que haya sido El Charro de México quien lo convocó para un proyecto del que hizo el guión el escritor Ricardo Garibay: Los hermanos Del Hierro (1961). La cinta está en la gran mayoría de favoritas de críticos, cinéfilos e historiadores del cine mexicano. Notable relato fílmico en que dos pequeños contemplan el asesinato de su padre (Eduardo Noriega) a manos del pistolero implacable Pascual Velasco (Emilio Indio Fernández), y crecen con el veneno que inocula la madre viuda desbordada de cólera (Columba Domínguez), quien contrata a un tirador experto (Ignacio López Tarso) para que les enseñe la disciplina mortal de desenfundar el revólver y acertar con la implacable eficacia de los ofidios ante la presa acorralada. El afán del campo será mera supervivencia para Reynaldo (Antonio Aguilar) y Martín (Julio Alemán), a quienes la madre insiste en que deben cumplir con la meta de la sangre, mientras los hermanos se romperán por el amor de Jacinta (Patricia Conde), enfrentarán al padre ofendido, Manuel Cárdenas (David Reynoso), pactarán con la ley criminal de un general (Pedro Armendáriz), entre una ola de duelos feroces tendidos a la locura de la muerte. Es un relato estremecedor, brillante y de una permanente inquietud, un alegato contra el revanchismo desquiciado del paisaje rural, como el continuo sonido amenazante del viento que golpea rostros y puertas cual si fuera un ente fantasmal. A escala internacional se le consideró una revolución del western. La película inspiraría al propio Ricardo Garibay para construir su brillante novela Par de Reyes, con la base del relato fílmico, pero haciendo la construcción entera de los personajes con muchos pasajes adicionales
Para Ánimas Trujano (1962), Ismael importó a Toshiro Mifune, el estelar del cine de Akira Kurosawa, quien interpretó a un indígena mexicano, mayordomo responsable de una gran celebración pueblerina. Fue una nueva y sorprendente película que ganó El Globo de Oro y estuvo nominada al Óscar. El cineasta demostró que dominaba el temple de la condición mexicana en todos sus ámbitos. Las intrigas de los no reconocidos en su comunidad y la obsesión del personaje central por ser una persona destacada, de respeto, marcan la condición de sesgo que ha golpeado desde dentro la problemática de las comunidades autóctonas de México.
Pero Ismael sacudiría de manera más brutal con su cinta de 1963 El hombre de papel (inspirada en el relato El billete, de Luis Spota), donde el sordomudo Adán (Ignacio López Tarso), obtiene el premio mayor de la lotería, para descubrir muy pronto que la sociedad, incluyendo sus amistades cercanas, tratarán de aprovecharse de él sin compasión por su condición de pobreza y complicaciones de comunicación. Ismael había arrancado grandes carcajadas en las salas, aquí sacudiría con una historia brutal, donde el hombre de mayor desamparo es cercado por deseos innobles, y donde la esperanza de una vida mejor, puede romperse como un muñeco de ventrílocuo (gran papel como gandalla artista de la calle de Luis Aguilar).
Lo que el pueblo quiere ver
La Cucaracha (1959) le permitió reunir otro reparto formidable para engrandecer la figura de María Félix como la contra de la dama fusil en mano en campos de batalla o empequeñecida en el hogar aguardando el regreso del esposo en las refriegas de la Revolución Mexicana. Dominante y dueña, la Doña se las veía con generalotes y balas aniquilantes sin descuidar el porte. Ismael también
En 1968 el director tuvo a su cargo la cinta Autopsia de un fantasma, que si bien no tuvó el éxito esperado, le permitió dirigir a dos figuras del cine internacional: Basil Rathbone y John Carradine. Contrario a lo que sus premios internacionales y reconocimiento del gremio parecía señalar, Ismael no tuvo el deseo de instalarse fuera de México para continuar su labor, aunque sí dirigió algunos proyectos en Estados Unidos. Su interés fue siempre la exhaltación de México como un sitio atesorable, no siempre retratado de manera fiel al cotidiano, sino como una estampa atractiva y disfrutable.
Twitter: @nes

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