Por Jesús Robles Maloof
SinEmbargo
“La vieja violencia política se mezcla ahora con la violencia social generalizada en México por el impulso de un modelo basado en la fuerza policíaca y la militarización…”. Foto: SinEmbargo
“La vieja violencia política se mezcla ahora con la violencia social generalizada en México por el impulso de un modelo basado en la fuerza policíaca y la militarización…”. Foto: SinEmbargo
“Nos preocupan varios elementos de la
elección mexicana. El primero es el asesinato de candidatos y líderes
políticos en el país.”.
Luis Almagro
Luis Almagro
Secretario General de la OEA
El martes por la tarde me dio tristeza leer un tuit de Emilio Álvarez
Icaza que dice: “Hay 80 muertos en lo que va de esta campaña, el tema
de la violencia no es menor, @Lopezobrador (sic) debería condenar y
hacer un llamado a sus seguidores a ya no usar violencia y amenzas,(sic)
hasta de muerte, en redes sociales a quien no piensa igual que ellos”. Y
me generó esta reacción primero porque revisando sus publicaciones no
vi un llamado similar a otras fuerzas políticas o a las autoridades.
Solo entre otras álgidas y acaloradas publicaciones normales en
cualquier campaña, estaba ahí sin mayor explicación, como si se tuviera
el mismo nivel de prioridad que los rumores políticos cotidianos.
Entre las 80 personas asesinadas durante este proceso electoral,
están 30 de Morena y todos los partidos han sufrido esta violencia que
no proviene de un solo origen. Lo cierto es que violentos hay en todos
los partidos. ¿Por qué señalar solo un color como el responsable?
En segundo momento siento pesar porque conozco a Emilio y como bien
le escribió la actriz mexicana Dolores Heredia: “… respeto que pueda y
quiera usted cambiar de opinión, de partido, de esquina, de camisa… pero
que pase de defensor a incitador de violencia, es un doloroso
espectáculo humano”. Pensé en escribir este texto para, lejos de la
animosidad propia de las redes sociales, llamar a una reflexión sobre la
violencia y sobre nuestra responsabilidad por no solo detenerla, sino
por no propiciarla de forma directa o indirecta.
En un país dónde tan solo en los últimos 12 años la violencia ha
terminado con cientos de miles de vidas, donde más de 30 mil personas
permanecen desaparecidas, dónde cientos de poblaciones han sido
desplazadas y donde amplias regiones son controladas por la combinación
de crimen organizado y corrupción política, hablar de violencia desde
quienes aspiran a la más alta representación política, requeriría un
tratamiento diferente a otros temas de la agenda electoral.
A lo anterior habría que recordar que el la violencia generalizada
formó parte de las prácticas electorales que se ejecutaron desde el
Estado en un pasado no muy lejano, si recordamos el asesinato de Luis
Donaldo Colosio y los cerca de 767 homicidios de integrantes del Frente
Democrático Nacional / PRD de 1988 a la fecha.
La vieja violencia política se mezcla ahora con la violencia social
generalizada en México por el impulso de un modelo basado en la fuerza
policíaca y la militarización, con el creciente control regional de
grupos del crimen organizado y hacen que este proceso electoral sea
terreno peligrosísimo al grado que algunos candidatos en Guerrero, han
pedido algo impensable en una elección, “anonimato”.
Tomando esto en cuenta me sorprendió leer el titular de una
declaración del candidato del Frente por México, Ricardo Anaya, el lunes
30 de abril que decía “Ya regresó el AMLO violento” leí con interés el
contenido no solo de la primera nota, sino de todas las que pude
encontrar sobre esa referencia. A pesar de mis propias preferencias
políticas que en esta elección se ven representadas por el candidato de
Morena, debo estar abierto a observar inconsistencias y errores y
señalarlos, cosa que procuro hacer cotidianamente. Además por más
antecedentes que Anaya pueda tener en decir medias verdades o mentiras
completas, uno no pierde la esperanza en que alguna vez diga la verdad.
Todas las notas que pude encontrar recogían la afirmación de que el
“AMLO violento había regresado”, pero no citaban palabras, actos o
declaraciones concretas a las que el citada conducta aludiera. Así
busqué en su página sin encontrar el contexto en el que fueron dichas.
Finalmente encontré varios videos que registran la entrevista que, en lo
esencial, aquí transcribo:
“Ya regresó el López Obrador violento, el que todos conocíamos y esa
violencia verbal se la está contagiando a sus seguidores, por eso vemos
cada vez más manifestaciones de violencia en torno a su proyecto, eso no
es lo que el país necesita, yo lo invito a que se tranquilice a que se
serene, a que sigamos adelante en este proceso y le digo que se prepare
porque le vamos a ganar la elección primero le recomendamos el te de
tila y no le funcionó, creo que no se ha tomado el amlodipino, sería
bueno que se tome una doble dosis de amlodipino…” Sus declaraciones las
pueden ver aquí (VIDEO)
No espero mucho de Ricardo Anaya, su trayectoria como cómplice de las
reformas y del gobierno de Enrique Peña Nieto es evidencia suficiente
para mi, que valoro mucho más lo que han hecho los políticos que lo que
prometen harán. Lo que esperaba era al menos las referencias concretas a
las conductas o palabras violentes del tabasqueño y no las dijo. Solo
la vaga referencia “ por eso vemos cada vez más manifestaciones de
violencia en torno a su proyecto”. De forma lamentable ligó una
acusación tan seria a la bravuconada de “se prepare porque le vamos a
ganar la elección” y ya en el camino de la frivolidad le recetó un “té
de tila” y “una doble dosis de amlodipino”.
Revisé las publicaciones y declaraciones de Andrés Manuel en los días
previos y no encontré alguna referencia de “violencia verbal que le
contagiara a sus seguidores” al contrario, ante lo que él considera un
conjunto de acciones de campañas sucias en su contra, el 25 de abril
llamó a Ante la guerra sucia hago un llamado a los ciudadanos de
vocación democrática y con dimensión ética que interactúan en redes
sociales”. Sus expresiones recientes sobre sus contrincantes son en tono
similares a las usadas por José Antonio Meade y lejos de la alusión a
“que tenga pantalones” que hace unas semanas profiriera Anaya.
Si el panista se refiere a protestas durante actos de campaña en su
contra, no veo como eso pueda atribuirse a AMLO, quien como Meade ante
el sector campesino, o el candidato de Morena en Chiapas o Puebla, todos
y cada uno han tenido que enfrentar tanto a militantes inconformes,
como a ciudadanos indignados. Si esos actos pasan de ser expresiones y
se recurre a la violencia deben ser condenados por todas y todos.
¿Entonces dónde está la violencia que señala Anaya? Todo indica que
desde sus asesores electorales y su coordinación de campaña, se decidió
que ligar a AMLO con la violencia, como desde la campaña de Meade
ligarlo al crimen organizado, es una línea de discurso aceptable. Pero
no. No lo es.
No lo es si pensamos en la democracia como mecanismo para decidir la
representación pública periódicamente, tiene dos objetivos, el primero
sustituir las formas de gobierno en donde solo una persona o un grupo
reducido decidían la representación en forma autoritaria y segundo y
quizá más importante en que las decisiones más importantes de un país y
la elecciones de los gobernantes se adopten lejos de formas violentas de
resolución de conflictos.
La línea discursiva postdebate impulsada por Ricardo Anaya al no
referir una conducta violenta específica en su adversario, en realidad
convoca a la violencia, al miedo, a la desinformación. Sin advertirlo
quizá, cumple la función que desea señalar y es él quién contagia a sus
seguidores de ese llamado a la violencia, como sucedió en el caso de
Emilio que un día después escribió el desafortunado tuit.
En resumen, la violencia es transversal a la política en México, la
evidencia prueba eso. Violentos hay en todos y cada uno de los partidos.
Es un tema tan importante, que no se trata de ganar un cargo, se trata
de la vida de las personas y de las familias que dejan atrás. Uno
pensaría que los dirigentes lo tienen claro. Pero veo que no.
Al condenar la violencia electoral tenemos que elevar la mirada más
allá de nuestras preferencias políticas. Todos los partidos han sufrido
homicidios de sus militantes y cientos más han sido agredidos. Atribuir
la violencia a un solo color, es usar la tragedia. Es deleznable. Contra
este uso político acordemos que la violencia es un enemigo común.
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